El tirano
By Rodolfo Izaguirre -September 27, 2020
En las confidencias imaginarias que le atribuye Ramón J. Velásquez a Juan Vicente Gómez, el andino autoritario y patriarcal que gobernó a su antojo al país venezolano durante ventisiete años, lamenta que sus enemigos llamen dictadura a la historia de su presidencia. Es la manera que asume el déspota para disimular su arbitrariedad. No se considera un tirano. Por el contrario, cree ser un Salvador, una suerte de Enviado por la Providencia para serenar los espíritus, ordenar las disparidades que atomizan al país y conducirlo por los caminos del honor y de su personal beneficio.
Ser pobre es bueno, afirmó
criminal y desconsideradamente otro de nuestros tiranos y al igual que Juan
Vicente y tantos otros, se apoderó de una cuantiosa fortuna que un temprano y
desconsiderado cáncer colon rectal le impidió disfrutar a plenitud.
Son fortunas que
desvergonzadamente disfrutan los descendientes, pero todo el país clama para
que los millones atesorados con afrentosa indignidad regresen adonde nunca
debieron salir.
El tirano bosteza mientras los
atemorizados habitantes con voz casi inaudible por temor a ser escuchados lo
llaman tirano, déspota, arbitrario, Nerón, cacique, Pinochet, autócrata, nazi,
dominador, perezjimenista, pensamiento único y a estos odiosos vocablos opone
una sola palabra: ¡democracia!, suficiente para echarle en cara su incapacidad
para organizar y encauzar una vida mejor sin tener que agobiar a nadie.
Lo repudiamos y no nos rebelamos
porque tememos su crueldad apoyada en las armas militares. Es lo que explica
que algún oscuro teniente coronel, comandante de un Batallón de Paracaidistas,
alcance el poder asestando un violento golpe de Estado; mediante elecciones
fraudulentas o por algún inesperado percance político.
Un psiquiatra de Google, el argentino
Marcos Aquinis, afirma que el tirano “ignora la piedad y el perdón, que
considera signos de peligrosa debilidad o derrota. Jamás se pone en el lugar
del prójimo, al que, en general, desprecia cuando no le sirve. Considera que
merece que todo le pertenezca. Por eso se dedica a confiscar los bienes ajenos.
Y no lo frena el pudor al mentir, en especial cuando asegura que ayuda a los
pobres y débiles. Pero los pobres siguen siendo pobres, para constituir su
ejército ciego, ignorante, que lo apoya para continuar atornillado en el poder.
Dice que gobierna para todos, pero es mentira, porque margina sin clemencia a
quienes no bajan la cabeza ante él ni doblan la rodilla. Le fallan las
percepciones debido a la omnipotencia de su mente inmadura. Su soberbia requiere
una reiterada convalidación por parte de los aduladores, que deben servirle
halagos como si fuesen el pan de cada día. Es un negador tenaz de la realidad,
a la que le impide que llegue a su retina” y por allí sigue el google argentino
y mientras enumera las atrocidades del déspota, la historia ve desfilar bajo
una luz cenital a los civiles “manos duras” o a los que visten uniforme militar
saqueando países, impidiendo sus avances. Es lo que sucede desde los tiempos
del conquistador, de los expedicionarios,
gobernadores, capitanes generales,
aristócratas de la Colonia y héroes de la Independencia hasta llegar a
Ezequiel Zamora y los caudillos sin origen.
Bajo el régimen despótico del
socialismo del siglo XXI llaman “enchufados” a los que en otro tiempo se
conocían como chupamedias. Y siempre resultan ser muchos porque existen los que
contribuyen activamente para que el autócrata tome el poder y los que quieren y
apoyan a las dictaduras. El ávido civil o el innoble militar que se degrada a
sí mismo apoyando al caudillo de turno desnudan a la democracia para flagelarla
a su antojo. El déspota sonrió
complacido cuando escuchó el ruego del fino poeta que al verlo le suplicó:
¡Ordene, comandante!
David Alizo (Valera, 1940-2008),
en su Diccionario de asuntos griegos, refiere que en la antigua Grecia dos
jóvenes, Harmodio y Aristógiton, decidieron asesinar a los tiranos Hipias e
Hipaco, los hijos de Pisístrato. Lograron matar a Hipaco y pagaron con sus
propias vidas. Harmodio fue despedazado por la guardia personal de los tiranos
y Aristógiton murió torturado. Fueron los primeros tiranicidas.
Alizo cita a M. I. Finley, autor
de Grecia primitiva, La edad de bronce y la era arcaica, editado por Eudeba en
1974, y Finley nos informa que en los años de la pera hicieron su aparición las
verdaderas tiranías y explica que el factor común que las producía era la
incapacidad de las aristocracias hereditarias de contener o resolver los
crecientes conflictos que se producían dentro de sus filas o entre los plebeyos
más adinerados o en la empobrecida clase campesina y también entre un Estado y
otro.
Para satisfacción de muchos, en
el año 510 a.C. se erigió un grupo escultórico en bronce en honor de Harmodio y
de Aristógiton, pero sigue intacto un cartel que recompensa en 15 millones de
dólares a quien entregue a la justicia a los delincuentes que abusan del poder
en Venezuela.
FUENTE: EL NACIONAL