Ortega, otra farsa electoral
El régimen de Daniel Ortega es otra prueba irrefutable de que las propuestas populistas de inspiración marxista son crueles e ineficientes, además, violentan de forma sistemática y permanente los derechos de los ciudadanos que por los motivos que sean caen en sus redes.
Otra característica de esta especie en crecimiento es una vocación depredadora que no conoce límites. La ambición del poder absoluto es compartida con la del poder a perpetuidad. No hay personaje de esa estirpe, llámense Fidel Castro, Hugo Chávez, Daniel Ortega o Evo Morales que no contemplen el control del estado como un derecho divino que les fue otorgado hasta su último aliento. No sueltan el poder, para ellos, el Estados es su propiedad, y para que lo liberen "hay que darle candela como al Macao", como se decía en Cuba.
A los nicaragüenses les ocurrió algo parecido que a los cubanos. La mayoría de la población cifró sus esperanzas de un país mejor en un grupo de ciudadanos que se presentaron como los salvadores de la Patria. Un fraude que se ha repetido en varios países del continente, peligro del cual no está libre ninguna nación.
Por ejemplo, en los últimos comicios presidenciales colombianos un candidato antisistema logró un amplio respaldo popular y en Perú el candidato de la extrema izquierda ha puesto en peligro el futuro de la democracia al contar con un innegable apoyo popular.
Numerosos nicaragüenses confiaron y creyeron en los sandinistas. Muchos entregaron sus vidas y otros la arriesgaron repetidamente, para llevar al Frente de Liberación Nacional dirigido por Ortega al Gobierno y después, para que se mantuviera en el mismo.
Cierto que es muy complicado, quizás imposible, encontrar información suficientemente avalada para comparar la disposición y capacidad represiva de un gobernante y su régimen con uno de sus pares, sin embargo, la información pública y la percepción individual pueden conducir a tener una idea general del mal causado por una gestión determinada.
Por ejemplo, por experiencia y conocimientos los cubanos comprometidos con la democracia podemos afirmar que el régimen más oprobioso que ha padecido la Isla es el castrista, así como muchos nicaragüenses afirman que los mandatos de Ortega han sido más nocivos para el país que la dictadura dinástica de la familia Somoza, y no hay dudas de que la dupla Chávez-Maduro es el régimen más pernicioso que ha padecido Venezuela.
Ortega quiere darse aires de político democrático y convoca periódicamente a elecciones, lo que no significa que crea en la alternabilidad. Llama a elecciones impidiendo previamente las posibilidades de cambio, como hacen algunos fanáticos religiosos que se flagelan cuando faltan a uno de sus votos, pero sin interés en reparar los daños causado por sus actuaciones. Sin embargo, esas maniobras electorales le han permitido gobernar con relativa impunidad internacional por más tiempo que cualquiera de sus predecesores del clan Somoza.
Hugo Chávez fue uno de los caudillos que mejor demostró que el control del poder electoral y de los demás poderes del estado, otorgan la legitimidad necesaria para autocalificarse de político democrático. Ortega le ha imitado con resultados positivos en eso y en la tarea de criminalizar la oposición, gestión en la que los Castro tienen la maestría.
Las elecciones pautadas para este año están enmarcadas en los patrones de todas las dictaduras ideológicas que disponen quienes pueden ser los candidatos, de ahí el encarcelamiento en su casa de la señora Cristiana Chamorro, el encierro del postulante Arturo Cruz y de otros dos candidatos, así como de dirigentes sociales.
Sin embargo, si la represión a los postulantes es grave lo son mucho más las legislaciones que restringen los derechos de la oposición y el electorado en general. Estos sujetos no improvisan y trabajan en equipo. Comparten experiencias de gobierno y oposición, las recientes protestas en Colombia se enmarcan en la estrategia que anteriormente se desarrollaron en Chile y Ecuador, como parte de un plan de desestabilización hemisférica.
Hasta el momento no hay garantías para unas elecciones justas en Nicaragua, como tampoco existen en Cuba y Venezuela, lo apropiado sería que la comunidad internacional condene al régimen de Managua y que los ciudadanos nicaragüenses mayoritariamente rechacen de una vez por todas a Ortega y a Rosario Murillo.