Régimen de fuerza: El apoyo internacional
El régimen de fuerza que encabeza Maduro ha mostrado ser sorprendentemente resiliente, a pesar de su estrepitoso fracaso como gestión de gobierno. Señalábamos, en un escrito anterior, que ello puede explicarse con base en los tres pilares que le sirven de sustento: 1) la complicidad de militares corruptos y de los medios de violencia en general, incluyendo el aparato judicial; 2) Un apoyo internacional que ha logrado, hasta ahora, suplir las necesidades vitales de la dictadura, no obstante la destrucción que ésta ha infligido a la economía doméstica y el efecto restrictivo de algunas sanciones; y 3) una narrativa maniquea que blinda y absuelve sus desmanes ante las críticas externas, a los ojos de sus partidarios.
El control de los medios de violencia es central a toda dictadura, pero es vulnerable a acciones de fuerza opositoras y a los efectos de sanciones internacionales en su contra. Y, dado el estado de destrucción actual del país, los recursos para sostener los medios de violencia estatal deben provenir de afuera. El apoyo de algunos países a Maduro puede disuadir, además, que se acuerden acciones punitivas por violación de derechos humanos. Una narrativa engañosa ayuda a desactivar, asimismo, tales amenazas.
En un libro reciente del programa para América Latina del Woodrow Wilson Center[1] se examina la naturaleza del apoyo brindado por algunas naciones al régimen de Maduro. Sus razones son políticas y económicas, dependiendo del país considerado. Así la India, por ejemplo, no aparenta tener motivación política en su trato con Maduro. La postura antiimperialista de éste no le atrae por estar en términos amigables con Estados Unidos. Pero importantes empresas suyas han encontrado la compra de petróleo venezolano pesado a descuento muy rentable, pues disponen de capacidad de refinación para ello. La India fue el principal destino de las exportaciones de crudo venezolano en 2019. No obstante, su temor a las sanciones impuestas por Estados Unidos a quienes hicieran negocios con Pdvsa ha inhibido que tal relación se fortalezca. Ésta ha dependido, en buena medida, de canales irregulares.
En el otro extremo se encuentra Rusia. Si bien sus empresas Rosneft y Gazprom pudieron aprovecharse, también, de las oportunidades de explotar el petróleo venezolano e hicieron importantes inversiones en el sector, las sanciones de Estados Unidos fueron revirtiendo los beneficios, hasta provocar su salida. Rosneft, la última en irse, vendió al Estado ruso los activos de que disponía en Venezuela el año pasado. Mientras pudo, se apoderó de la comercialización internacional del crudo venezolano, evadiendo las sanciones, para cobrar sus acreencias con el país. Pero tal disuasivo económico ha convertido el interés principal actual de Putin con Venezuela en político. En el capítulo correspondiente del libro mencionado, se sugiere el ansia de recuperar la influencia imperial de que disfrutó la Unión Soviética en su apogeo, a la par, en muchos aspectos, a la de Estados Unidos. Demostrarle al rival norteamericano que Rusia sigue siendo un jugador a respetar en el ámbito mundial, no obstante su pérdida relativa de poder, parece ocupar las prioridades del autócrata. Y nada más propicia que poner esto a prueba en el patio trasero de Estados Unidos, con Venezuela y con Cuba. No son imperativos ideológicos, sino geopolíticos. Recordemos que, en los años de vacas gordas de Chávez, Venezuela se convirtió en el principal comprador de armas rusas en América Latina. De ahí la presencia notoria de Rusia para el suministro de asistencia en el uso de estos pertrechos, incluyendo su participación activa en ejercicios militares. Para las aspiraciones de gran potencia de Putin parece ser provechoso clavar una pica en Flandes, aun a costa de sacrificios económicos inmediatos. Ya habrá tiempo para resarcirse a plenitud, dada la riqueza mineral de Venezuela, si el compromiso ruso con el régimen actual le asegura una posición negociadora que genera una participación futura en ella, aun con el desplazamiento de Maduro del poder.
China, a pesar de compartir, por razones geopolíticas, algunas posturas contra Estados Unidos de Putin, parte de una perspectiva diferente. Ya es socia comercial significativa en la región, en algunos países el proveedor más importante, y su Iniciativa de la Franja y la Ruta (Belt and Road Initiative, BRI) augura una presencia futura aún mayor. Su creciente poderío económico le permite asumir una posición más prudente, de perfil más bajo, en la confianza de que se traducirá también en mayor presencia política a futuro. Algunos analistas occidentales insinúan que las supuestas ventajas que ofrece el BRI, al no condicionar los préstamos que otorga a la solidez de los indicadores macroeconómicos del país receptor, constituyen, en realidad, una trampa. Al afianzar más bien estos créditos con activos, la China puede apoderarse de importantes inversiones si el deudor no honra sus compromisos. Pero con Venezuela, esta especie de Ley del Embudo parece haber funcionado al revés. Al ignorar la crasa incompetencia en el manejo de la economía por parte del chavismo y confiar en el petróleo como aval de los 60 millardos de dólares que prestó a través de los años, China se ha visto perjudicada por la destrucción de Pdvsa. De ahí su renuencia a otorgar nuevos préstamos a ese barril sin fondo que resultó la Venezuela de Maduro. En todo caso, nuevos financiamientos estarán ceñidos a proyectos específicos en los cuales China pueda tener el control requerido para que las decisiones tomadas respondan a sus intereses.
Luego están Irán y Turquía, válvula de escape para que Maduro pueda resarcirse de algunas sanciones económicas impuestas a su gobierno y a Pdvsa. Irán, por experiencia propia, se ha vuelto experta en burlar este tipo de sanciones, por lo que su ayuda al respecto la convierte en valioso aliado. Además, ha suplido faltantes de gasolina y asistido en los intentos de recuperación de algunas refinerías. Turquía ha devenido en conducto para la venta de oro venezolano, de extracción ilegal en su mayoría, que representa una fuente alternativa importante de divisas para el régimen. A pesar de que la motivación es fundamentalmente económica para ambos países, también tienen su piquete político. La teocracia iraní tiene años enfrentada a Estados Unidos, y siempre encontró en las posturas antiimperialistas del chavismo base para acuerdos variados. Por su parte, Erdogán recibió de Maduro una de las primeras llamadas de apoyo, luego del intento de golpe en su contra en 2016. A pesar de seguir siendo Turquía miembro de la OTAN y no estar interesada en agravar sus relaciones con Estados Unidos, comparte muchas prácticas autocráticas con Venezuela –igual que Irán–, lo cual se traduce en su anuencia abierta con las mismas.
Finalmente, está Cuba. Más allá de la afinidad ideológica, la sobrevivencia de ambos regímenes parece depender de esta alianza. La seducción de Chávez por Fidel resultó en una muy generosa subvención a la isla: 100.000 barriles diarios de petróleo, prácticamente libres de costo, compra de servicios profesionales cubanos a precios superinflados y financiamientos "ultrablandos" para algunos proyectos. Llenó el vacío que dejó el colapso de la URSS, vital en una economía tan parasitaria como la cubana. Maduro recibe a cambio asesoría en materia de represión y de métodos de terrorismo de Estado de uno de los países más cualificados en estas prácticas a nivel mundial. El blindaje ideológico de la relación parece asegurarla a cal y canto. No obstante, empiezan a aparecer debilidades. El colapso económico de Venezuela ha reducido significativamente la transferencia de recursos a la isla y, como resultado de la pandemia, ésta no está recibiendo ingresos por concepto de turismo. Son factores que ayudan a explicar las protestas del pasado 11 de julio en contra de la dictadura comunista. Y la precariedad del régimen de Maduro, tan dependiente de la represión y sujeto a sanciones por tal motivo, deja poco margen de maniobra, más ahora con la admisión de la Corte Penal Internacional de que existen bases para investigarlo por crímenes de lesa humanidad.
Algunos analistas han señalado que la solución de la situación venezolana pasa por anular la relación perversa existente con Cuba, dado su rol protagónico en la instrumentación de un Estado represor. Quizás las condiciones actuales sean propicias para iniciar la prosecución de este objetivo, ya que la dictadura antillana está urgida de ayuda económica –que Venezuela ya no puede ofrecer– y Maduro necesita negociar el levantamiento de sanciones para darle respiro a su gobierno. Pero esta admonición es también válida para otros de los socios del chavismo, en particular Rusia. Ahora que parecen arrancar negociaciones en México entre personeros del régimen de Maduro y de las fuerzas democráticas que (ojalá) puedan ofrecer oportunidades para restablecer eventualmente un régimen de libertades, debe procurarse el apoyo de los países democráticos para restringir la ayuda de estos socios. Cómo articular una posición conjunta al respecto con quienes tienen la potestad de levantar las sanciones –razón única del fascismo para entrar a negociar condiciones que podrían comprometer su control férreo sobre los venezolanos, a cambio de ciertas garantías personales– parece de enorme importancia si se quieren concretar resultados positivos en esta búsqueda tan crucial de democracia para Venezuela.
[1] Venezuela's Authoritarian Allies: The Ties That Bind?, June, 2021, Cynthia Arnson (ed.), Wilson Center
Humberto García Larralde