América Latina está cambiando de piel. Así lo percibimos en nuestras pantallas de TV y de ordenadores al ver desfilar las imágenes de Cristina Fernández de Kirchner responder con altanería a la acusación del fiscal Luciani de estar incursa en corrupción agravada. Según ella se le está lapidando porque ella escogió hacer historia. Y razón no le falta. Argentina exhibía en el año de 1999 un 6% de pobreza. Hoy luego de 15 años de gobierno del kirchnerismo exhibe el 20%. Es decir que en los 23 años que han transcurrido desde 1999 se han creado 5.6 millones de pobres. Desde luego que comparado con el estrago de Venezuela este récord luce mustio. Pero es un verdadero logro considerando que Argentina es miembro del Grupo de los 20 que reúne a las economías más prósperas del mundo.
Y esta hazaña ha sido perpetrada al tiempo que se han expoliado aproximadamente US $ 3.5 mil millones de dólares a la nación argentina. Hasta ahora el mundo entero estaba convencido que se saldría con la suya.
Sin embargo, esta percepción no tomó en cuenta el torbellino de cambio que se inicia en América Latina. Este cambio cabalga sobre el recién adquirido convencimiento de la sociedad civil que las elites gobernantes en toda la región son incapaces de responder a sus aspiraciones de confort económico y estabilidad política. Por tanto, se piensa que deben irse todos. Este sentimiento de rechazo se percibe en los poderes independientes como es el caso del poder judicial. En el caso de Argentina el poder judicial ha sabido conservar su independencia procesal, pero con demasiada frecuencia ha dejado de actuar cuando avizora que los vientos políticos están en contra de su capacidad y mandato de poner orden. Pero el mundo post COVID es uno de cambio y el pueblo argentino, a pesar de los subsidios, le ha dado la espalda a Cristina. Y se ha quedado sola. Tan sola como esta Castillo en el Perú a quien hasta su partido ha salido de él.
Porque estos mandatarios que se identifican con la izquierda tradicional Latino Americana no dominan el mundo digital en que están inmersos. Ellos son los herederos del caudillismo Latino Americano del siglo XIX y como tales consideran que son invulnerables. Pero los gnomos digitales registran todo movimiento de los líderes sean públicos o privados. Y una vez que se escribe algo por cualquier medio queda registrado el mensaje para la historia. Por más que se intente borrar el texto queda guardado en algún servidor. Y los buenos fiscales pueden acceder a ellos por lo que es imposible evadir la justicia. Y ella llega cuando se producen dos hechos. El primero es el rechazo del colectivo nacional a las políticas que encarna el caudillo y el segundo es el convencimiento de un agente de observancia de la ley como son los fiscales de proceder ante la evidencia.
En América Latina ambas condiciones están presentes en mayor o menor grado porque a partir del COVID 19 los emperadores quedaron desnudos y la tecnología continuará actuando en favor de la independencia del sistema judicial. Ya lo vimos en el Brasil del Lava Jato, lo estamos viviendo con la zaga de Cristina en Argentina, el arresto del ex fiscal general Murillo Karam en México por encubrir el asesinato de 43 estudiantes hace ocho años y con el posible enjuiciamiento por peculado del presidente Pedro Castillo en Perú. Pero el enjuiciamiento de Cristina acarrea mayor peso en los asuntos hemisféricos porque se trata de una de las naciones de mayor gravitación política en América Latina y una que hasta hace muy poco fue ejemplo de nación que aprovecho la globalización para apuntalar su desarrollo. Y porque ha sido uno de los regímenes del llamado socialismo del siglo XXI con mayor afición por los negocios con regímenes hermanos. El proceso de Cristina por lo tanto podría afectar a su amigo Luiz Inacio Da Silva que busca regresar al poder en octubre de este año.
«Las opiniones aquí publicadas son responsabilidad absoluta de su autor».