Venezuela sufre en
dictadura (II)
José Vicente Carrasquero A.
Dictadura. No se puede denominar de otra
forma a un gobierno cuya respuesta al hambre de los venezolanos se compone de
represión violenta y discriminación a la hora de conceder acceso a productos de
primera necesidad. Uno de los rubros que parece no escasear es el de equipamiento
para la represión. A lo largo y ancho del territorio nacional unos policías y
guardias a los que se le garantiza dotación de productos básicos son usados
para disolver violentamente la legítima protesta de quienes sufren las
terribles consecuencias de la nefasta política económica del
chavismo-madurismo.
Como si las fuerzas del orden no fuesen
suficientes, el gobierno usa sus hordas de primitivos militantes violentos para
impedir que la prensa pueda cubrir las manifestaciones. Si existiese un mínimo
de estado de derecho en Venezuela, los mercenarios agresores de los
trabajadores de prensa agredidos, estarían en este momento presentados antes
los órganos de justicia para su procesamiento legal.
Pero como en toda dictadura que se
respeta, estos procedimientos de los órganos jurisdiccionales están reservados
para opositores que son capturados en manifestaciones y que pasan a engrosar el
grupo de presos políticos que característicamente posee una dictadura.
A pesar de los altísimos niveles de represión
que vive el país, se le ha hecho difícil al gobierno evitar el Caracazo de bajo
intensidad que se observa desde hace meses. La respuesta clásica de la
dictadura no se hace esperar. Represión a mansalva y sordina en los medios de
comunicación. Mientras, las redes sociales se inundan de reseñas de disturbios
en casi todos los estados del país. Los canales de televisión al servicio del
partido de la dictadura se empeñan en presentar una Venezuela virtual que no se
corresponde con la realidad que sufren sus telespectadores.
El venezolano es sometido a las penurias
del hambre, el crimen desbordado, la ausencia de atención médica y los pésimos
servicios públicos mientras que los miembros de las cúpulas podridas disfrutan
de las mieles del poder. Prueba de ello fue el percance que el gobernador del
estado Vargas sufrió recientemente a bordo de un yate que se le expropió a un
banquero. Recuerda el caso de otro yate que se incendió y que estaba a
disposición de otro funcionario muy cercano a Maduro. Las dictaduras se
mantienen sobre los privilegios otorgados a una clase política que abusa
descaradamente de los recursos del país en desmedro de los venezolanos menos
favorecidos. Al final, nadie responderá por estos yates que pudieron, siendo
bienes de la nación, haber sido colocados en dólares en el mercado
internacional para resolver alguna necesidad del país, por pequeña que sea.
La no rendición de cuentas es otra
característica de las dictaduras. ¿Cuántos otros bienes de la nación están a
disposición de funcionarios y privados en Venezuela? Uno de los casos más
estrambóticos es el de la residencia presidencial La Casona que no ha podido
ser ocupada por quienes les corresponde por ley. Este asunto, que no tiene
discusión alguna, solo puede ser acatado en un sistema político que por su alto
nivel de corrupción política, desprecia el respeto que le debe a los ciudadanos
que pusieron estos bienes a su cuidado.
La dictadura es el típico régimen que
pueden exhibir sin escrúpulo alguno el desdén con el que la ministra de salud
se expresa de los enfermos a los que solo les queda esperar la muerte, a pesar
de que la Constitución que el chavismo escribió garantiza el acceso a ese
derecho fundamental. Una dictadura hace caso omiso de la extinción de la vida
de niños con cáncer que no tuvieron la suerte de contar con un servicio
hospitalario de calidad que los curara o les diera una mejor calidad de vida en
la enfermedad.
Desdén con el que habla el frustrado
golpista, miembro de la promoción Ibáñez, gobernador del estado Táchira al
referirse a la situación que sufren sus coterráneos. El fallido intento de
esconder tras su deteriorada figura de autoridad la gravedad del problema de
alimentación y salud de su entidad solo puede ser admitida en una dictadura que
somete la voluntad individual a los intereses de la corrompida elite
gobernante.
Desdén dictatorial el que sufren los
pensionados y jubilados en el exterior y que solo cuentan con ese ingreso para
su manutención. Un tenebroso silencio administrativo que pone a quienes
debieran vivir la paz del deber cumplido a sufrir situaciones de pánico ante la
imposibilidad de cubrir sus más mínimas necesidades.
El desdén con el que el vocero electoral
del partido de la dictadura se refiere a las firmas de ciudadanos que
ejercieron su derecho a solicitar revocar el mandato de Maduro. Al dictador
solo se le ocurre balbucear que el referendo para derogarle el mandato es
opcional. Porque una de los peores aspectos de esta tiranía es la escaza
capacidad intelectual de quien la comanda.
Los venezolanos tenemos el derecho natural
de oponernos a un régimen como el someramente descrito. Desde el mismo momento
que nos podemos dar una constitución, nos asiste el derecho soberano de tomar
los correctivos necesarios para reconducir el país hacia una democracia.
Incluso, hay artículos en la carta fundamental que le imponen ese deber a los
venezolanos.
Nadie hará una declaración formal de que
en Venezuela hay una dictadura. Los gobiernos de otros países están más
pendientes de los intereses de estado que de los problemas de los pueblos que
los llevaron al poder. El reconocimiento de que sufrimos una dictadura tiene
que nacer de nuestro propio convencimiento. De que tenemos derecho a una verdadera
libertad y que las instituciones tienen el deber de garantizarla.
Ese no es el caso en Venezuela. El derecho
a rebelarse ante este desdén dictatorial que nos azota es, paradójicamente,
constitucional.