El uso indiscriminado de lámparas de bajo consumo es estúpido: resulta más caro, y es dañino para las personas y para el medio ambiente. - Domingo.20 de julio de 2008 - 16 comentario(s)
Ramón Carratalá Sevila
La tecnología de las lámparas de bajo consumo no representa un adelanto novedoso. En realidad no son más que los tubos fosforescentes de toda la vida (también llamados "fluorescentes", "neones", etc.), que se han ido perfeccionando y compactando a lo largo de los años. Pero ahora, desde hace casi 30 años, también se presentan acoplados a un casquillo convencional o a una conexión pin; y los tubos no necesariamente son rectos, sino que pueden ir doblados o enrollados para reducir espacio (lo que también reduce algo su eficiencia para alumbrar).
Aunque existen diversas variedades, dependiendo de la mezcla de gases y de otros materiales que se utilizan, en esencia todos son lo mismo...
Se emplea vapor de mercurio a baja presión dentro de un tubo de vidrio revestido con fósforo. Y al conectar la corriente eléctrica, que depende de una reactancia y un cebador, el vapor de mercurio calentado por unas resistencias hace que el fósforo se ilumine.
La utilización de los fosforescentes de diversos tipos existentes es muy aconsejable, por muy diversos motivos. Pero es igualmente importante comprender que no sirven para todo.
El uso racional y correcto de los fosforescentes ya era una realidad totalmente implantada en el último cuarto del siglo XX. En realidad tal vez hayamos retrocedido algo, debido al estilo lujoso moderno en algunos domicilios, que ha introducido el uso de halógenos superfluos y ha reducido el empleo de los tradicionales "fluorescentes" en las cocinas.
Su perfeccionamiento y compactaje permiten sobre todo una calidad de alumbrado mejor para sus usos tradicionales; y también una incorporación, no demasiado relevante ni revolucionaria a algunos nuevos usos. Pero la moda "pseudo-ecológica" que pretende la implantación de un uso universalizado de este tipo de iluminación no obedece a criterios de racionalidad (y por ello el consumidor doméstico se ha mostrado tan reticente a su utilización; pues, al margen de su precio, y sin necesidad de tener conocimientos científicos, es muy capaz de apreciar al menos que es una luz "desagradable" que le cansa más los ojos).
No todo son ventajas en las lámparas de baja consumo...
> Son bombillas lentas, que no sirven para zonas de paso (pasillos; escaleras; cuartos de aseo; y cualquier lugar, en general, en el que vayamos a permanecer un corto espacio de tiempo), pues su rendimiento óptimo sólo se alcanza tras varios minutos. Mientras que las incandescentes se encienden y apagan instantáneamente.
> Además, si se encienden y se apagan con frecuencia, se estropean rápidamente.
> Sólo las de muy alta gama, con equipos electrónicos y precios prohibitivos son menos problemáticas en cuanto a velocidad para alcanzar un rendimiento aceptable y al deterioro por encendidos y apagados frecuentes (aunque siguen estando en desventaja con las incandescentes).
> El mecanismo que genera el encendido consume de golpe una cantidad importante de energía eléctrica. Dicho gasto resultará compensado por el bajo consumo que requiere el mantener la iluminación activada. Así que la reducción de consumo energético será inversamente proporcional al número de encendidos y directamente proporcional al tiempo que necesitemos que permanezca encendida la lámpara (aunque esta reducción del consumo final, por el bajo consumo que requiere el mantener la lámpara encendida, se estabiliza tras cierto número de horas de activación ininterrumpida, a partir de las cuales ya no se puede reducir más). Por lo que, un encendido y apagado repetido, para obtener tiempos de iluminación no prolongados suficientemente, harán que este tipo de alumbrado resulte más costoso energéticamente; mientras que resultará rentable para espacios que deben de permanecer continuamente iluminados.
Con las incandescentes, el control del consumo es sencillísimo, pues el encendido y apagado no afecta al consumo (sino sólo la permanencia, que se puede ajustar al mínimo imprescindible).
En cuanto al ahorro potencial para el bolsillo, las personas que se han molestado en hacer experimentos en condiciones reales normales, en el uso doméstico ideal (no en lugares como almacenes u otras instalaciones en que ya se venían utilizando los fosforescentes de forma sistemática; sino en pequeñas oficinas, terrazas, o entornos similares que requieren iluminación continua y que también estaban frecuentemente iluminados por tubos fosforescentes no compactos), afirman que el ahorro económico conseguido con las lámparas compactas de bajo consumo es muy variable -dependiendo de muchos factores- (según algunos, el coste a largo plazo se podría quedar en torno a un 50 % ; pero en cualquier caso, normalmente, nunca se reduciría tanto como se publicita).
Nota: La estimación de ahorro publicitada por Philips, del 71 %, es un ejemplo teórico algo discutible para su modelo Master PL Electronic de 20w nominales. Supuestamente, tras ser comprada por 16’35 euros, tendría que funcionar durante 15.000 horas; compitiendo con 15 bombillas incandescentes clásicas de 100w nominales de un modelo y marca que no especifica, que durasen 1.000 horas cada una y hubiesen sido compradas a 0’94 euros la unidad.
> Las lámparas de bajo consumo son muchísimo más sensibles a la temperatura ambiente que las incandescentes. Les afectan las temperaturas bajas; pero aún más las altas. De modo que la durabilidad indicada sólo es cierta en las condiciones óptimas y constantes a las que se han hecho las mediciones en fábrica. Y se reducirá muchísimo si se instalan en elementos cerrados en que se acumule el calor, como los plafones (o incluso las propias carcasas con cubierta de vidrio esmerilado, para ocultar los tubos, que ya incorporan de fábrica algunos modelos).
Mientras que las incandescentes funcionan perfectamente a cualquier tempe-ratura razonable (y se pueden utilizar, sin problemas relevantes, tanto en una nevera, como en un horno, o sobre los fogones).
> El tipo de luz es de calidad comparativamente muy inferior a la que proporciona cualquier tipo de bombilla incandescente.
Es una luz mortecina -independientemente de su intensidad-, plana, sin calidez, que modifica mucho la percepción de los colores (estando totalmente excluida para trabajos fotográficos, grafismo, pintura y otras artes plásticas, etc.; y siendo rehuida en la hostelería de calidad por el aspecto lastimoso y poco atractivo que confiere a la comida). Mientras que la luz incandescente genera un alumbrado con un espectro luminoso muy próximo a la luz natural, incluso con bombillas de tipo estándar y baja calidad (existiendo diversos tipos de lámparas especializadas que ofrecen todo tipo de gamas cromáticas -algunas casi idénticas a la verdadera luz del Sol-).
> Las equivalencias lumínicas entre las lámparas de bajo consumo y las incandescentes son engañosas. La potencia en watios sólo mide el consumo (y ni siquiera dos bombillas incandescentes tienen porqué iluminar igual aunque tengan los mismos watios, sino que dependerá del modelo). Aunque, muy a grosso modo, se calcula que cada watio nominal de consumo de "bajo consumo" produce un alumbrado aproximado al que generan 4 ó 5 watios de incandescencia (aunque esto no quiere decir que el coste de iluminación sea 5 veces menor, ¡más quisiéramos!). Las únicas comparaciones válidas son las que se realizan en lúmenes.
Pero incluso, a igualdad de lúmenes indicados por el fabricante, al menos la sensación subjetiva es de que alumbran algo menos las de bajo consumo. Además, aunque algunas pueden llegar a sobrevivir hasta 10.000 horas antes de dejar de funcionar, con el tiempo se desgastan y van perdiendo intensidad (más del 20 % tras las 2.000/5.000 horas primeras horas -según la calidad-). Mientras que las incandescentes no pierden nunca intensidad -salvo en algunos casos excepcionales en que el cristal termina por ennegrecerse-; sino que terminan por fundirse.
> Con una lámpara de bajo consumo es muy difícil alcanzar niveles altos de intensidad de iluminación. Y ello llega a ser un problema importante cuando queremos concentrar mucha luz sobre un espacio determinado. Puesto que para alcanzar mayores niveles de alumbrado es necesario utilizar un espacio significativamente mayor y más lámparas.
Cuando los requerimientos son especialmente altos, resulta prácticamente absurdo e inviable el recurrir a instalaciones con lámparas de bajo consumo. Y en ciertas labores de riesgo, como la cirugía, están absolutamente descartadas (por lo que la futura ley, basada en la proposición de ley aprobada el 25/6/2008, se verá obligada a hacer excepciones -tal como ya se ha recomendado-, para garantizar la comercialización de lámparas incandescentes de alta intensidad fuera de los circuitos accesibles para el consumidor doméstico normal).
Por otra parte, tampoco se pueden utilizar con los mecanismos de reostato para regular la intensidad de luz (lámparas o llaves que incorporan un botón -o una regleta-, que permite subir o bajar la intensidad de la luz de forma continua), puesto que sólo trabajan a un voltaje fijo; ni tampoco en detectores de presencia; ni con fotocélulas; ni con temporizadores electrónicos (domótica); ni con aparatos electrónicos en general.
> La frecuencia de parpadeo y el espectro luminoso de la lámpara de bajo consumo la hacen dañina para la vista. De manera que nunca debería de utilizarse para tareas con alto requerimiento visual (leer y escribir, costura, relojería y joyería, y trabajos manuales de precisión en que se manejan piezas pequeñas, etc.). Mientras que esto no ocurre con las bombillas incandescentes, con las que tan solo hay que adecuar la intensidad -y la modalidad cromática, cuando sea necesario- al tipo de tarea (por ejemplo, entre 800 y 1000 lúmenes de flujo luminoso por m² para la lectura).
> Su forma y tamaño (menos versátil que las bombillas incandescentes) condicionan enormemente su utilización en mobiliario de iluminación; y con frecuencia no son compatibles con elementos diseñados para las lámparas incandescentes (plafones, farolillos, flexos, lámparas, aparatos con iluminación propia, etc.). Además, su forma (inevitable por cuestiones técnicas) impide el lograr alumbrados razonablemente focalizados a diferencia de las incan-descentes. Siendo, además, imprescindible aumentar el recorrido de los tubos (su superficie) para incrementar la intensidad lumínica (por lo que las lámparas que nos proporcionan un alumbrado razonable suelen ser largas o voluminosas).
Mientras que las bombillas incandescentes pueden tener casi cualquier forma y tamaño, aunque por cuestiones prácticas y de eficiencia se utilice cierta forma estándar de forma habitual, limitándose otras posibilidades a facilitar la iluminación estética o decorativa.
> El argumentar, como ventaja, el que generan menos calor en el ambiente es cuando menos discutible... La pequeña cantidad de calor que generan las incandescentes, que se argumenta que eventualmente incrementaría nuestro consumo de aire acondicionado, también producirá lógicamente -en la misma medida- una reducción del consumo de calefacción.
> La reducción del coste económico para la economía familiar es cada vez más discutible, pues además de que las lámparas de bajo consumo son considerablemente más caras (especialmente las de buena calidad), el coste del kilowatio es ajustado por el oligopolio de las empresas energéticas para mantener su incremento de beneficios independientemente de lo que se consuma. De manera que a medio plazo, el balance económico será forzosamente desfavorable al consumidor. Y tan sólo habrán obtenido algún ahorro significativo, durante un tiempo limitado, los que se cambiaron al bajo consumo de forma precoz. Conviene saber, además, que existe una gran disparidad de calidades -y de precios- en el mercado, en cuanto a las lámparas de bajo consumo (y que el etiquetado no nos orienta suficientemente sobre ello). Porque la cosa no sólo afecta de modo muy importante a su longevidad, que en el caso más extremo del que tengo referencia se reduce, por las propias indicaciones del fabricante, a tan solo 1000 horas (lo mismo que casi todas las incandescentes) frente a las 10.000 ó 12.000 que se indican más habitualmente (o las 20.000 que se indica para las de mejor calidad); sino que también afectará a su intensidad, calidad de espectro lumínico, estabilidad, toxicidad potencial de los residuos, y seguridad de su uso para la salud.
En cuanto a la longevidad, no hay que guiarse por el número de "años de vida" indicados por el fabricante. Esta indicación debe de venir con un asterisco que hace referencia a un calculo bastante arbitrario que resulta de dividir el número de total de horas estimado entre una cantidad diaria variable según el modelo (¡¡que puede ser, por ejemplo, de 2’7 horas diarias!!).
> Las más aceptables son las que poseen reactancias electrónicas a partir de los 20.000 Hertzios (ya existen de 35.000/40.000 Hz). Aunque tampoco son tan recomendables como las incandescentes para tareas de alto requerimiento visual; y resultan carísimas y difíciles de encontrar. Pero las más habituales funcionan a 50/60 Hz; y no sólo dañan la vista, sino que inducen al cerebro a funcionar en ritmos que generan tensión y fatiga (que se puede manifestar como dolor de cabeza, irritabilidad, bajo rendimiento, depresión, somnolencia y entontecimiento, etc.).
> Dado que la luz que producen emite radiaciones ultravioletas dañinas, es necesario fabricarlas con determinadas pinturas protectoras que filtren dichas radiaciones. De manera que es importante que estén fabricadas con materiales de calidad y que se sometan a ciertos controles, para que podamos estar tranquilos de su completa inocuidad.
Por el contrario, aprovechando dichas radiaciones peligrosas, se fabrican también en una modalidad en que el cristal de los tubos es trasparente, para utilizarlas para la destrucción de gérmenes (por ejemplo, en aparatos que la aplican para la depuración del agua). Las incandescentes son siempre absolutamente inofensivas en este sentido.
> Crean interferencias radioelectricas y electromagnéticas (que se pueden detectar a veces, por ejemplo, por algunos receptores de radio); aunque la importancia de éstas, que antes era muy notoria y molesta, se ha ido reduciendo muchísimo hasta niveles muy razonables.
> Son altamente contaminantes y peligrosas para el medio ambiente (contienen mercurio -entre 2’5 mg y 8 mg por lámpara-, entre otros componentes poco recomendables), por lo que hay que evitar, a toda costa, el que se rompan; y deberían depositarse en contenedores de recogida selectiva especiales, que en este momento sólo existen en el interior de algunos comercios especializados (aunque no se tiene muy en cuenta el peligro de ruptura y se gestionan normalmente de una forma absolutamente desastrosa). Mientras que las incandescentes se pueden tirar a la basura normal.
> Además, hay que tener en cuenta la gran desventaja, desde el punto de vista ecológico, de que cuando utilizamos este tipo de alumbrado en su formato tradicional (tubo alargado que se monta en un chasis), o en el moderno formato de conexión pin (en el que el aplique contiene la reactancia y el cebador), estamos manejando los elementos necesarios de forma independiente. De manera que también los iremos sustituyendo, elemento a elemento, conforme se vayan estropeando cada uno de ellos. Y que esto resulta imposible en las más modernas lámparas compactas de bajo consumo (que son, fundamentalmente, las que sustituirían a las incandescentes), porque todo se halla integrado de forma inseparable; lo que nos obligará a desechar todo el conjunto cada vez ante el más mínimo fallo (una cómoda práctica consumista y derrochadora que se nos ha ido imponiendo en todo tipo de objetos, pero que no deja de ser extremadamente destructiva y antiecológica).
Imposición injusta al ciudadano
La iniciativa de los gobernantes españoles de imponer, por ley, a los ciudadanos el uso general de alumbrado de bajo consumo no es novedosa ni está justificada. Un precursor de esta medida fue Fidel Castro, cuando impuso una ley similar en Cuba. Un país en el que medidas extremas como ésta no deben de extrañarnos, si se considera que una gran parte de la población subsiste en una cierta pobreza y atraso en la mayor parte de las facetas de su vida; que está sometido a un bloqueo que le sume en una carencia de todo tipo de recursos; y que se funciona secularmente de forma dictatorial.
En España, tras comprobar, durante décadas, que los ciudadanos no están dispuestos a realizar dicho cambio más allá de lo razonable -ni siquiera con las campañas que subvencionaban fuertemente su compra-, ahora se nos obligará dictatorialmente, con pretextos electoralistas que responden a un estilo de populismo demagógico, mediante la prohibición de la comercialización de las bombillas incandescentes (que ofrecen una iluminación de mayor calidad) en un plazo de 3 años.
Y una vez más se aplica un pseudoliberalismo de la ley del embudo: existe una libertad cada vez mayor para la explotación de las personas y la especulación económica; pero el ciudadano esta cada vez más controlado y coaccionado, y pierde progresivamente todas sus libertades (hasta la de elegir la bombilla para leer de la mesita de noche).
En conclusión...
Las lámparas de bajo consumo solamente son aconsejables para lugares que precisan de un alumbrado constante durante periodos relativamente prolongados, y en que no sea necesario un alumbrado de calidad por el requerimiento visual de las tareas a desempeñar. No se debe utilizar lámparas de bajo consumo para leer, ni para desarrollar otras actividades que requieran fijar la vista.
Las lámparas de bajo consumo, además de ser gravosas para la vista, ocasionan otros problemas de salud en quienes hacen un uso prolongado de ellas, que pueden llegar a ser verdaderamente importantes a largo plazo (especialmente las que no son de la gama más alta y funcionan por debajo de los 20.000 Hz).
En las viviendas, normalmente, las posibilidades de un uso racional de lámparas de bajo consumo es muy limitado. Las lámparas de bajo consumo son muy contaminantes y peligrosas para el medio ambiente, por lo que es muy importante evitar su rotura y realizar una recogida selectiva para su adecuado procesado con las máximas garantías de seguridad.
Un uso inadecuado de este tipo de iluminación no es inteligente desde el punto de vista económico, ni energético. Y es perjudicial para las personas y para el medio ambiente.
La imposición por ley del uso generalizado de las lámparas de bajo consumo, mediante la prohibición de las incandescentes -que siguen siendo totalmente imprescindibles- no constituye un avance real para la auténtica causa ecologista, sino que es una absurda medida simbólica "para la galería" de carácter demagó-gico; y responde a una concienzuda campaña promovida por la asociación que engloba a las más importantes multinacionales de la fabricación de lámparas que está liderada por Philips Lighting (el inventor de las lamparas compactas de bajo consumo y su mayor productor mundial), que han acordado recientemente abandonar progresivamente la fabricación de las bombillas incandescentes clásicas, hasta eliminarlas por completo antes del 2016 en Europa y Estados
Fuente: Foros EL PAIS