Cada vez más solo, por primera vez se da cuenta que la revolución no lo es todo. Rezuman las cloacas, momento terrible en que hay que dejar el asco a un lado y ponerse a palear el detritus. Digo, si es que queremos algún día tener un país limpio. Rezumar: Dejar pasar a través de los poros o grietas de un sólido, gotas de algún líquido. Charito Rojas // Notitarde / ND Marzo 3, 2010
“A las acciones de los malvados las persigue primeramente la sospecha,
luego el rumor y la voz pública, la acusación después y finalmente, la justicia”.
Cicerón (106 a.C.- 43 a.C.) jurista, político, filósofo, escritor y orador romano.
Rezuman las cloacas
Al principio parecía un soñador, un tipo ordinario y simpático, que tenía un pasticho ideológico que le impedía distinguir comunismo de fascismo. Cuando ganó, nos encomendamos a Dios, rogándole que las buenas intenciones para con Venezuela fueran ciertas pero dudando seriamente que alguien con tan poca preparación académica y totalmente carente de experticia de gerencia, administración o gobierno, pudiese hacerse cargo del país en ese período de quiebre. Período en el que vimos saltar a Luis Herrera detrás de Irene Sáez (políticamente hablando, claro) mientras AD abandonaba a su líder Alfaro Ucero. Todo el stablishment político estaba sacudido y soplaba un huracán de cambio que benefició al Teniente Coronel, quien logró por los votos democráticos lo que no pudo con un intento de golpe contra un Presidente constitucionalmente electo.
Sus primeras actuaciones, acompañadas por su folklorismo y aparente llaneza, daban más risa que pánico. Pero había signos que debían preocupar y pocos tomaron en cuenta: su cercanía con Fidel Castro, su odio hacia los partidos y hacia “los 40 años del puntofijismo”, su carencia total de mecanismos de negociación para conectarse con un país que ansiaba ese empujón gubernamental, ese orden que creía que un militar podría darle, esa honestidad tan prometida en la campaña, esa igualdad de oportunidades que toda democracia persigue. Hasta su vida personal, tan convulsa e inestable como la pública, debía agitar todas las campanas de alarma.
Personalmente supe de su calidad humana, de su valía como gobernante, de su sentido de las prioridades, en la tragedia de Vargas. Le importó más el referéndum aprobatorio de la Constitución que se llevaba a cabo ese día que una tragedia que dejó a decenas de miles de muertos (nunca supimos cuántos porque el gobierno no se ocupo de contarlos), casi doscientos mil damnificados (algunos todavía esperando la vivienda que el gobierno les construiría en las miles de hectáreas que donaron los “oligarcas” Vollmer y Cervini, creyentes aún de que el Comandante gobernaría para los pobres.
Los años posteriores han demostrado que al jefe de la revolución no le interesa el sufrimiento de este país. Regala más de 50.000 millones de dólares a otros países en lugar de invertirlos en un plan nacional para combatir la inseguridad, que ha matado a más de 150.0000 venezolanos en una década. Sin que le temblara el pito, botó al capital humano de Pdvsa para que la rapiña robolucionaria pudiese apoderarse de la empresa. Fue totalmente sordo, ciego e intolerante cuando gigantescas marchas tomaron las calles de Caracas pidiendo que cambiara el rumbo de su gobierno o renunciara; en lugar de poner atención a las peticiones de sus gobernados, ordenó activar el Plan Avila contra ellos. Después de la masacre, culpó a la oposición y proclamó héroes a los pistoleros de Puente Llaguno. Meses después, el país productivo se fue a un paro nacional como gesto final y desesperado para lograr que el Presidente, que estaba gobernado de espaldas a la Constitución y a sus ofertas electorales, renunciase.
Porque ya después de los sucesos de abril y de los muertos de la Plaza Altamira, el país sabía que la sangre no lo perturbaba. Aún así, mantuvo más de un mes el paro, pese al grave daño que se causaba al aparato productivo, pese a la quiebra de muchos pequeños negocios, pese al cierre de muchas oficinas y las gigantescas pérdidas de las empresas. Pero al hombre no se le movió una pestaña y decidió que él era más importante que el país, ni siquiera intento negociar, escuchar o entender lo que el país quería decirle. Ni la quiebra del país, ni el sacrificio de vidas, ni las protestas masivas lo sacarían de una silla que él cree perpetua.
Para poder controlar Venezuela ha rezumado las cloacas, sacando a flote lo más inmundo. Se ha dado cuenta que el dinero es el aceite que afloja todas las tuercas, más aún cuando las de la probidad, la moral y la fe están flojas. El Comandante se ha deleitado en ofender al país académico nombrando a una abogada dos de la PTJ Presidenta del Congreso, a un ex guerrillero Ministro, a un ex chofer del Metro, Canciller. La intelectualidad izquierdosa que pululaba en los cafés de Sabana Grande en los años 80 ahora se sienta en los despachos oficiales, son Superintendentes, presidentes de Bancos, Viceministros, pero todos siguen cantando Alí Primera y leyendo a Cardenal. Este es el gobierno de los resentidos que jamás hubieran logrado nada por méritos propios y por eso se montaron en el tractor de la revolución donde hay que callar y aplaudir para ganar billete y sobrevivir políticamente.
Pero con el fin de la bonanza petrolera, la ineptitud de los funcionarios, desde el Comandante hasta los jefes de las misiones en los barrios, se ha hecho patente al no poder arreglar como antes todo a los realazos. Por supuesto que la primera reacción al no poder solucionar problemas tan graves como el del suministro de electricidad y agua es echar la culpa a los otros (al Niño, a los gobiernos anteriores, a los usuarios derrochadores), pero jamás reconocerán su propia responsabilidad en el problema. Es lógico: hay que ser varón para asumir las responsabilidades, enfrentarlas cara a cara y darles solución. El Comandante dijo hace una semana cuando inauguraba una pequeña termoeléctrica (con turbinas norteamericanas compradas por el gobierno olvidándose de la pendejada del imperio) que ellos sí sabían lo que hacían y que sí eran capaces. Yo me pregunté ¿y entonces por qué no lo hizo en los once años anteriores? La respuesta es simplísima: porque no le interesa lo más mínimo. Su única meta es hacer de Venezuela una segunda Cuba y heredar el liderazgo de la vetusta izquierda latinoamericana que detenta hasta ahora Fidel. Para ello ha utilizado todo nuestro dinero y nos ha coaccionado con las leyes sancionadas por los desvergonzados de la Asamblea Nacional, ha controlado las elecciones con un CNE descaradamente rojo; ha contado con un TSJ íUh! íAh! y con todo un equipo de personajes, a cual más oscuro y vil, actuando en contra de los ciudadanos decentes y productivos.
Por último, ha engordado a las Fuerzas Armadas que hoy le cuidan las espaldas, igual que se las cuidaron a otros Presidentes. Estos soldaditos de plomo, con estrellas de hojalata y soles de plastilina, amantes de los verdes y del 18 años, Venezuela les tiene guardada una cuentita que los periodistas con buena memoria nos encargaremos de recordar cuando llegue el momento de la justicia.
Esta semana hemos visto la actuación de tres Presidentes: Michele Bachelet en Chile, trepada en un helicóptero, al frente de la emergencia; Alvaro Uribe, quien no dudó un segundo en aceptar la decisión del Tribunal Supremo de negarle su segunda reelección; al Presidente de Uruguay diciendo en su discurso que quería un país “fino, inteligente y respetado en el exterior”, poniendo como ejemplo a seguir a Dinamarca y Nueva Zelanda (¿y por qué este exguerrillero no quiere seguir el ejemplo de Cuba o de Venezuela?). Sentimos envidia de esos Presidentes responsables, respetuosos, deseosos de dar a sus países lo mejor. Pero muchas cosas están sucediendo en Venezuela: reacciones internacionales por la conducta del régimen contra los derechos humanos, en la lucha antinarcóticos, su presunta cercanía con ETA y las FARC. Hay una gran impaciencia en los venezolanos, azuzados por los apagones, la falta de agua, la inflación y la inseguridad. El sonoro cacerolazo que sacó a Chávez de El Valle, zona supuestamente chavista, el 27 de febrero en los actos de “celebración” del Caracazo, debe ser una señal preocupante. La masa no está para bollos y el Comandante no tiene recursos ni triquiñuelas ya para contener la avalancha rabiosa que se le viene encima.
Con muy poco margen de operación, busca desesperadamente los funcionarios que sea capaces de brindarle una respuesta a la disgustada ciudadanía. Y no los encuentra: él mismo los echó del país, se fueron por sí mismos, están en la oposición o montan tienda aparte, como Henry Falcón. Cada vez más solo, por primera vez se da cuenta que la revolución no lo es todo. Rezuman las cloacas, momento terrible en que hay que dejar el asco a un lado y ponerse a palear el detritus. Digo, si es que queremos algún día tener un país limpio.
Imagen ilustrada de: Alberto Rodríguez Barrera.