ÁLVARO YBARRA ZAVALA (GETTY IMAGES) |
Encapuchados y armados |
El ojo confirma lo que las estadísticas señalan. Según la revista Foreign Policy, Caracas, con algo más de tres millones de habitantes, tiene la mayor tasa anual de homicidios en el mundo: 130 por cada 100.000 habitantes, más que Ciudad del Cabo, Nueva Orleans y Moscú. «La capital del país de Chávez se ha tornado en años recientes mucho más peligrosa que cualquier ciudad suramericana, superando aún a la otrora notoria Bogotá», sentencia la publicación. Y lo corrobora un paseo nocturno por el antaño floreciente Sabana Grande, el bulevar comercial de la ciudad, convertido ahora en un aterrador parque temático de la delincuencia.
El del Orinoco es un país rico lleno de pobres. Siempre lo ha sido. Ajena al consejo de Arturo Uslar Pietri, «sembrar el petróleo», la «Venezuela saudí» lleva camino de convertirse, merced a la criminalidad, en la «Venezuela iraquí». En los supermercados, en los barrios nobles de Chacao o en los ranchitos que se asoman sobre la ciudad nunca falta el Scotch añejo (por algo es el primer consumidor mundial per cápita), aunque escaseen la «harina PAN» –con la que se elaboran las arepas y las hallacas navideñas–, el pollo, la leche o los huevos. Y, últimamente, también el agua y la electricidad.
Los taxistas se lo piensan dos veces antes de subir a la 23 de Enero, una de las parroquias más pobladas y deprimidas del céntrico municipio Libertador, en el área metropolitana de la capital federal. La Policía también pone reparos para encaramarse a esas colinas de abigarrados bloques residenciales y apiñadas chabolas de cemento y cinc. Allí, en la 23 de Enero, rige la ley de Tupamaros, Zapatistas, «Alexis Vive» o La Piedrita; colectivos cuya acción directa va desde la promoción cultural hasta la autodefensa, pistola al cinto. Grupos de extrema izquierda surgidos de la pobreza casi extrema que se mueven detrás, al lado y, en ocasiones, por delante del líder revolucionario, Hugo Chávez, quien tiene en esas milicias una importante herramienta de presión social y «persuasión» política para desarrollar su «socialismo del siglo XXI».
La emigración por motivaciones económicas no es fenómeno frecuente entre los venezolanos, si excluimos aquel no tan lejano «puente aéreo» con Miami para comprar mercancías de marca que pusiera de moda la expresión «Ta’ barato: dame dos». El petróleo siempre llenó las ubres del Estado, y el pueblo pudo mamar de una teta pública rebosante del viscoso néctar. Ni el Viernes Negro del 18 de febrero de 1983 (cuando se impuso por primera vez el control de cambios, el mismo que hoy está vigente) ni el `Caracazo´ del 27 de febrero de 1989 (disturbios y saqueos que supusieron el detonante de la historia reciente del país) cambiaron esa tendencia.
Pero, ahora, la munificencia estatal, además de «gratis», demanda «amore»: inscribirse en las «misiones» educativas (la Rivas, la Robinson, la Sucre), asistenciales (Barrio Adentro, bajo supervisión de médicos cubanos) o alimentarias (Mercal, productos básicos a bajo precio) ha mejorado las condiciones de vida de muchos ciudadanos, incluido el cheque que premia la asistencia a clases. Sin embargo, la caridad lleva aparejada el adoctrinamiento bolivariano, la inscripción en el censo electoral y la «sugerencia» de participar en todas las elecciones (con toque de diana floreada al amanecer, para que nadie se quede en cama). No hará falta decir por quién suelen decantarse esos beneficiarios cuando Chávez los convoca a las urnas, cosa que hace con harta frecuencia.
Para que nada falle, están también esas referidas brigadas de choque encargadas de amedrentar –ante la pasividad de las fuerzas del orden– cualquier rechazo al populismo de nuevo cuño que encarna el antiguo golpista, y que se extiende por ósmosis en todo el continente.
La Revolución avanza al mismo paso en que lo hace la inflación. La vida se mueve al ritmo que marca la cotización del barril de crudo. Y en Venezuela se sigue matando por un par de zapatillas. Al abrir un diario por su sección de sucesos, siempre nos encontramos con noticias como ésta: «Un trabajador de la Misión Barrio Tricolor, quien resultó acribillado a las cinco de la madrugada del domingo en San Agustín del Sur, fue contabilizado entre las cuarenta personas asesinadas durante el fin de semana en la capital».
Manuel M. Cascante
Remisión: nestor Sánchez Toro
Fuente: XL Semana