Brito y el tirano
por Enrique Ochoa Antich
Uno es por naturaleza cobarde. Ya dos veces lo vimos correr: primero al Museo Militar dejando a sus camaradas de conjura abandonados a su suerte a las puertas de Miraflores; luego al Fuerte Tiuna a entregarse presuroso a sus captores sin disparar un solo tiro, a lloriquear por su vida, a rogar que lo dejaran huir al exterior mientras los suyos se quedaban en la patria a merced de los golpistas. El otro muestra esa extraña, alucinante valentía en razón de la cual se pone en juego la propia vida en nombre de sus convicciones.
Uno es bravucón, camorrista, baladrón, resguardado claro por los secuaces que paga con el poder que ostenta por mero azar de la historia, adornado por una corona de hojalata, rey de opereta, rodeado de tanques franceses y aviones rusos y guardaespaldas cubanos y milicias mercenarias. El otro es un hombre solo frente al poder como el protagonista de la extraordinaria novela de Gao Xingjian sobre el espantoso vendaval que fue la revolución cultural china.
Uno es un animal de poder. Por el poder traiciona a su propia sombra. Su razón es gélida, inexorable, despiadada. Pertenece -con la Thatcher y los hermanitos Castro- a ese triste, sombrío panteón de quienes son capaces de dejar agonizar hasta la muerte a un prójimo cuya vida está en sus manos. El otro es sólo un ser humano a quien el poder le tiene sin cuidado.
Uno anda entrado en carnes, adiposo tirano, trajeado con finas vestimentas de millones de bolívares, adornada su zurda muñeca por relojes que son joyas de centenares de miles de dólares, alimentado por manjares costosísimos que paga con petróleo como si la república fuese su hacienda. El otro ha visto cómo su piel se ha convertido en un pergamino pegado a sus huesos, sus tierras le fueron confiscadas por el Estado, y su mayor bien es su honor y su familia.
Uno tiene al planeta por recurrente destino girando como un loco de continente en continente montado en la lujosísima aeronave que se compró con el dinero de todos los venezolanos. El otro se encuentra recluido contra su voluntad en la estrecha habitación de un hospital que los militares, que los esbirros del tirano sería mejor decir, han trastrocado en cárcel.
Uno profesa el comunismo, se intoxica con un Marx que no comprende, cita a Lenin, admira a Stalin, adora a Mao, obedece a Fidel y en cierto modo repite a Hitler, a Mussolini y a Franco. El otro en cambio se inserta en esa corriente democrática de quienes defienden, más allá de toda ideología, los derechos esenciales al ser humano, universales e inalienables: derechos a la vida, a la dignidad personal, a la libertad, a la propiedad.
Uno es la negación de nuestro gentilicio, la viveza criolla, el insulto, la intolerancia, el fanatismo. Es la anti-nación. El otro es Venezuela.
Publicado en marzo de 2010 en Tal Cual.
REMISIÓN: Maximiliano