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CÁRCELES DE CASTRO
Barack Hussein Obama II hizo una intensa campaña para cerrar el centro de reclusión de la base naval de Guantánamo, único en la isla en que no hay ni un solo preso cubano; en esto lo acompañó toda la godarria de la izquierda mundial incluso Amnistía Internacional, quien popularizó los uniformes naranja que tuvieron un ominoso destino del que es mejor ni acordarse.
Este enfoque les permite ignorar todas las otras cárceles de alrededor que comprenden el Combinado de Guantánamo, la cárcel provincial de mujeres, de menores de edad y una amplia red de correccionales que suman aproximadamente un centenar de establecimientos, superando ampliamente los que proliferan en todas las demás provincias del país.
El sistema penitenciario castrista, adscrito al Ministerio del Interior, está escalonado en tres categorías: de máxima severidad, régimen severo y mínima severidad. Pese a su opacidad, se distinguen cinco establecimientos de máxima seguridad en un conjunto de alrededor de quinientas penitenciarias, las menos estrictas que están en la periferia son granjas de reeducación y ciertas prácticas de "servicio social".
No hay solución de continuidad con lo que en un país civilizado sería la sociedad civil, por lo que cualquier súbdito cubano está al borde del sistema, muy cerca de sufrir una sanción por cualquier causa, algo propio de un Estado Policial.
La ideología justificadora es esencialmente pedagógica, su objetivo es adiestrar a los reclusos para su reinserción en la sociedad, pero "en cuanto colectivo que se educa a través del colectivo", dicho con más claridad: no se les considera como individuos responsables que purgan un delito concreto y pagan en prisión una ofensa perpetrada en forma deliberada o culposa, pero personalísima, contra la sociedad.
Esto es una inconsistencia jurídica: un "colectivo de presos" no puede ser culpable de nada, porque incluso en Cuba la responsabilidad penal tiene que ser individual, no existe culpa colectiva. El Estado asume una función educativa para conformar a sujetos desviados y alinearlos hacia fines superiores, de manera que coadyuven a la edificación del socialismo.
Las imágenes omnipresentes en los penales son las de Fidel Castro, el che Guevara, Camilo Cienfuegos, por supuesto que no se exhiben crucifijos ni otros símbolos religiosos; la literatura que se ofrece a los reclusos es exclusivamente revolucionaria, así como discursos y consignas, el adoctrinamiento político ideológico es parte del plan de reeducación.
El castrismo no reconoce la existencia de presos políticos, delitos de opinión, prisioneros de conciencia, a éstos les fabrican expedientes imputándoles delitos comunes, cuando no una figura comodín que llaman "peligrosidad predelictiva" por la cual se puede encerrar en prisión a una persona no por el delito que haya cometido sino por los que podría cometer en el futuro, si no se interviniera a tiempo.
En este contexto, es comprensible que la mayor contrariedad para el sistema sea la irreverencia, la irreductibilidad, el mantener una actitud firme contra el régimen en su conjunto, con clara conciencia de que se trata de la maquinaria sin fisuras de un Estado totalitario, que comprende policía, tribunales y diversos niveles de centros de reclusión.
En Cuba puede decirse con toda propiedad que "todos estamos en libertad condicional" e incluso esto induce a confusión, porque la distinción entre los llamados "privados de libertad" y los ciudadanos comunes está completamente difuminada, porque éstos tampoco se encuentran en libertad plena.
Con razón se dice que los que salen de la prisión chiquita no quedan libres porque afuera tampoco gozan de libertades elementales y universales como la de pensamiento, expresión, comunicación, organización, imprenta, asociación, participación política, elegir y ser elegidos, dirigir peticiones a las autoridades y recibir oportuna respuesta, cambiar de domicilio o residencia, salir y entrar libremente al país, en fin, se sale a la prisión grande.
Un problema para los cubanos de afuera es cómo sacar de la invisibilidad a los cubanos de adentro, los que están llevando la peor parte, en la cárcel chiquita; éstos que no reciben la menor atención de ningún organismo internacional, de los Estados extranjeros, de ninguna organización de defensa de derechos humanos, de medios de comunicación, ni siquiera de la opinión pública más informada dentro y fuera de la cárcel mayor.
En los mismos días en que estallaba esa intifada universal con epicentro en el asesinato de un delincuente común en los EEUU, a Silverio Portal Contreras, otro hombre de color, perfectamente inocente, le propinaban una brutal golpiza sus carceleros al punto de hacerle perder la visión del ojo derecho, entre otras lesiones, caso flagrante de brutalidad policial, pero, ¿quién lo ha oído nombrar?
Como los casos de Aymara Nieto Muñoz, madre de dos hijas menores, confinada por más de setenta días en celda de castigo, en Las Tunas; Keilylli de la Mora, quien tras varios supuestos intentos de suicidio fue recluida en un psiquiátrico, en Cienfuegos; Ernesto Borges Pérez, con veintidós años en prisión, a punto de quedar ciego; Raynor Vicente Sánchis, hijo de una Dama de Blanco; Yousandor Ochoa Leyva, hipertenso, entre otras dolencias, sin medicación; Yosvany Sánchez, en celda de castigo; Roberto Jesús Quiñones, Lázaro Pie Pérez, Alberto Valle Pérez, la lista podría extenderse a 140, más los llamados históricos, que merecen capítulo aparte, según denuncias documentadas por Estado de Sats.
El punto es que no existe ninguna manera de que los medios de comunicación globales, que se han afanado tanto en defender reclusos de Guantánamo, les presten la menor atención a los del resto de la isla, en particular los presos políticos que no han cometido delito alguno y languidecen en el más absoluto desamparo.
Del Consejo de DDHH de la ONU no puede esperarse absolutamente nada porque (además de estar dirigido por Michelle Bachelet, socialista, ferviente admiradora de los Castro, que vivió un exilio dorado en la RDA, donde no observó el menor rastro de tiranía) buena parte de sus miembros son tiranías semejantes y aliadas del régimen castrista.
Está a la vista del público que cuando algún cubano ha tratado de dirigirse al Consejo para denunciar violaciones de los DDHH no lo dejan ni hablar mediante groseras interrupciones, insultos y descalificaciones, que violan el principio universal de Derecho Internacional de la cortesía, que la dirección de debates es incapaz de hacer respetar, siquiera para guardar las más mínimas apariencias.
Recientemente el Director para las Américas de Human Rights Watch, José Miguel Vivanco, afirmó que "las técnicas de tortura del régimen de Maduro son similares a las de Pinochet". El también izquierdista chileno, alabando el llamado Informe Bachelet subrayó: "Uno pudiera creer que estamos hablando de Pinochet".
Con estas mentiras deliberadas, porque aquí no existe el menor rastro de pinochetismo, pretende ocultar, sin que se le mueva un músculo de la cara, que son el ejército y la policía de Castro los que ocupan este país y las técnicas de tortura que aplican son las de la STASI, el ministerio de seguridad de la RDA, de Erich y Margot Honecker, quienes en Chile gozaron de refugio hasta la muerte después del derribo del muro de Berlín.
En estas tan buenas manos se encuentra la defensa de nuestros derechos humanos.
Luis Marín
30-07-20
Le prometí darle alguna razón por la cual emití una opinión negativa sobre su escrito, opinión por la cual ya me he excusado dada mi manera descortés de hacerlo. Paso a comentarle el tipo de reacción que me suscitó su escrito.
Lo encontré difuso en cuanto a su objetivo, aunque al final comprendo que usted quiere decir que hoy en día la gente parece estar mucho más interesada en reñir que en ponerse de acuerdo. Pero el final me pareció débil: “No se nos puede olvidar que prácticamente todos los que estamos en la brega tenemos contradicciones varias. De un lado nos beneficia que A tenga éxito y tal vez nos perjudica que B lo tenga, pero A no nos cae tan bien y B tal vez sí. ¿Cómo reaccionar? Lo adivinaron los lectores, de forma contradictoria, tratando eso sí de explicar algo por el camino”.
“Débil” es una palabra genérica. ¿Es corriente contradecirse, sí o no? ¿Cuál en concreto es la debilidad?
Ya al inicio había tenido alguna reacción negativa, cuando leí: “Una forma de agrupar las contradicciones es por placas tectónicas, o sea, mediante una metáfora geológica relacionada con los terremotos, comunes en materia de opiniones. Está la muy básica de los optimistas y los pesimistas o, aunque no es lo mismo, de los liberales y los conservadores, categorías a las que se deben agregar los extremistas, para no hablar de los “originales” o los locos. Me atrajo lo de las placas tectónicas porque soy geólogo, aunque no encontré la metáfora todo lo precisa que hubiera deseado. Lo que me llamó la atención es el significado que usted le asigna a la contradicción. Me pareció que hablaba usted más apropiadamente de diferencias de criterios, más que de contradicción.
No, las placas tectónicas –y usted lo sabe mejor que yo– pueden crear temblores. Eso no se da cuando hay simples diferencias de criterio. Si hay contradicciones, entonces puede haber furrusca.
Por ejemplo, Las expresiones “Por ejemplo, Las expresiones “Juan está vivo” y “Juan está muerto” son contradictorias, sobre todo si las enuncia la misma persona. Porque una cosa o la otra. Pero no me parece contradictorio que Pedro diga que Juan está vivo y Antonio diga que Juan está muerto, especialmente si ambos parten de percepciones/experiencias diferentes. Es posible que Antonio haya visto en el mercado a alguien muy parecido a Juan, lo que le hizo pensar que Juan vivía y explicaría su opinión, mientras Pedro había hablado con un familiar. Es decir, no parecería existir una contradicción entre uno y el otro sino afirmaciones basadas en insumos diferentes.
Lo siento, pero en ese caso lo que cuenta es si al final Juan está vivo o no. Si alguien dice que está muerto, y no tiene pruebas y no es cierto, es normal que del otro lado haya una reacción incluso fuerte. Obvio, otro cantar es cuando las contradicciones atañen opiniones. Tal candidato es malo para el país. Importa saber por qué lo dice.
Cuando llegué allí perdí interés. Pero la culpa por mí reacción, repito, no es suya sino mía. Estoy atravesando una tormenta espiritual profunda por la pérdida de mi esposa de 62 años de matrimonio y no estoy actuando normalmente.
Está bien que pierda el interés y siento mucho lo de su esposa. En esas cosas no operan las contradicciones porque ella sí está muerta. No hay vuelta de hoja.
Le digo esto para explicarle lo insólito de mi reacción.
Espero que usted me haya perdonado,
Claro que está “perdonado”. Al fin, tuvimos este intercambio.
Su amigo,
Gustavo
Hace cincuenta o cien años no había más contradicciones que hoy, tampoco menos. Ellas son —para usar un cliché inevitable— la ley de la vida. Todo individuo con algo de autoestima, o hasta sin ella, tiene opiniones sobre multitud de temas, muchas veces contradictorias, se vea afectado o no directamente. Multipliquemos esto por tres, cuatro y hasta cinco mil millones —saco solo a quienes están tan pendientes de la supervivencia que no tienen tiempo de pensar en nada más— y se tendrá un panorama del fenómeno.
Cualquiera, apenas hojeando este periódico, encontrará contradicciones no resueltas en abundancia. Lo que sí se puede afirmar es que la democracia es el reino de las contradicciones normales, o hasta de las imposibles, mientras que las autocracias se pueden y se suelen hacer pedazos cuando surge una contradicción inmanejable. Claro, mientras el régimen se desbarata intente llevarle la contraria al poder en Cuba, Venezuela, Corea del Norte o Rusia. Sin saberlo en su momento, Montesquieu con división de poderes estaba solucionando la contradicción biológica de la especie, que enfrentaba al egoísmo de la selección natural con la eusocialidad, también natural.
Una forma de agrupar las contradicciones es por placas tectónicas, o sea, mediante una metáfora geológica relacionada con los terremotos, comunes en materia de opiniones. Está la muy básica de los optimistas y los pesimistas o, aunque no es lo mismo, de los liberales y los conservadores, categorías a las que se deben agregar los extremistas, para no hablar de los “originales” o los locos. Hay otra división tradicional entre jóvenes y veteranos, usualmente llamados “viejos” por los primeros. A los jóvenes les encanta eso de “cambiar el mundo”, mientras que los veteranos saben que el mundo cambia poco y por lo general hace lo que le viene en gana. Campea en estas discusiones el concepto de anacronismo. Algunos opinamos que las cosas no desaparecen, solo se transforman; aunque hay novedades y planteamientos contemporáneos de gran calado, es evidente que esas categorías también albergan ideas bastante idiotas, estén o no de moda. Y existen las contradicciones causadas por la geografía. Un finlandés y un mongol no tienen por qué opinar lo mismo.
La teología y las religiones son especialistas en las contradicciones. La más exitosa de las propias del siglo XX, el leninismo, usaba como motor de sus acciones eso de “agudizar las contradicciones”, método que todavía se aplica hoy.
De cualquier modo, la vida es contradictoria de raíz. Se nace, lo que implica esperanza, pero se muere, lo que implica desesperanza. En la mitad, todos nos movemos, a veces con un optimismo incauto. Hablamos mucho de un futuro que no habremos de ver.
Las redes sociales sí han vuelto más explícitas las contradicciones, porque no bien uno escribe “qué bello día”, saltan dos, tres o más personas a decir: “no sea badulaque, nada bello hay hoy”. De más está decir que quienes concuerdan en que el día es bello no lo escriben; escriben sobre todo los que quieren pelea y discordia. Nada grave, si uno ya lo sabe y tiene la piel dura.
No se nos puede olvidar que prácticamente todos los que estamos en la brega tenemos contradicciones varias. De un lado nos beneficia que A tenga éxito y tal vez nos perjudica que B lo tenga, pero A no nos cae tan bien y B tal vez sí. ¿Cómo reaccionar? Lo adivinaron los lectores, de forma contradictoria, tratando eso sí de explicar algo por el camino.
FUENTE: EL ESPECTADOR
_Que su sacrificio jamás sea olvidado_.
Ninguno de los dramas del gran teatro isabelino se equipara al que transcurre hoy en la Venezuela cercada por la covid-19. La duda hamletiana parece infantil cuando el “to be or not to be” es reemplazado por el “habrá o no habrá” refiriéndose a un ventilador mecánico o a una cama en cuidados intensivos en algún destartalado hospital público.
_Hasta Macbeth resulta menos despiadado comparado con los que ordenan abandonar a su suerte a cientos de compatriotas enfermos que en la frontera no tienen dónde ir_
Como tampoco hay país en Iberoamérica que haya visto morir a más profesionales sanitarios a causa de la covid-19 en proporción al total de decesos reportados que Venezuela. 25 de las 156 víctimas – el 16 por ciento del total que hasta hoy el régimen había admitido hasta la hora de entrega de estas notas– eran colegas nuestros, tres cuartas partes de ellos zulianos.
Son los dramatis personæ de una tragedia que estaba escrita en Venezuela desde mucho antes del arribo de la pandemia: la tragedia de una sanidad pública desmantelada con absoluta premeditación. Durante los últimos cinco años, junto a nuestros colegas de la Encuesta Nacional de Hospitales, hemos venido denunciando documentadamente la cada vez más grave pérdida del apresto técnico mínimo requerido para la atención idónea de nuestros enfermos en los hospitales públicos venezolanos. Mientras el chavismo hacía loas al intrusismo cubano y a esa estafa continuada que fuera la Misión Barrio Adentro – más de 30 millardos de dólares entregados pro bono al régimen de La Habana desde 2004– el “no hay” y el “no sirve” se hizo norma en las salas, quirófanos y emergencias de nuestros hospitales.
Tan solo un factor se mantuvo siempre incólume: la presencia del médico venezolano “de escuela”; ese médico formado en las aulas y laboratorios de nuestras universidades nacionales al que mil veces Hugo Chávez tildara de “mercader de la salud”. Agotados los petrodólares, cuando las grandes endemoepidemias anteriores a la covid-19 comenzaron a cobrar su saldo de vidas venezolanas y los cubanos se marcharon llevándose consigo sus cargamentos de lavadoras chinas y de chancletas, el médico venezolano fue el único que permaneció en su sitio, frecuentemente hasta sin agua y sin luz. Jamás faltó el colega nuestro socorriendo al compatriota enfermo así fuese con el único auxilio de sus manos.
_A don Rafael Poleo, periodista venezolano hoy en el exilio cuyas opiniones no siempre suscribimos, se le escuchó decir una vez que la medicina venezolana había sido históricamente más grande que Venezuela misma. No pareciera ser la suya una exageración_
En cada drama venezolano, en cada oportunidad en que la historia diera aquí sus campanadas, nuestra medicina supo estar a la altura de la circunstancia e incluso superarla. No son pocos los testimonios que al respecto se dieron durante la guerra de independencia desde ambos bandos. Porque si grandes fueron aquellos arrojados cirujanos irlandeses del Trinity College de Dublín que marchaban con los ejércitos de la joven república en armas, no menos lo fue José Domingo Díaz, irreductible realista, vacunando caraqueños con el “suero” de Balmis junto a Vicente Salias, el médico mártir de cuya pluma brotara la letra de nuestro himno nacional. Ejemplares fueron los testimonios de vida de José María Vargas, el médico guaireño formado en Edimburgo devenido en rector y presidente de la república, de José Manuel de los Ríos, cirujano de los “azules” en 1868 que terminó dedicando su vida a la salud de la infancia y de Luis Augusto Beauperthuy, viajero de Cumaná a París con su tesis sobre la transmisión insectil de la fiebre amarilla bajo el brazo que perdiera la vida en algún remoto caño del río Esequibo siguiendo el rastro de las fiebres tropicales.
Testimonio de grandeza que volvemos a encontrar en la cordial rivalidad entre Luis Razetti, positivista y agnóstico, y José Gregorio Hernández, sabio y santo; en Acosta Ortiz, el “mago del bisturí” fundador de la moderna escuela quirúrgica venezolana, en Manuel Dagnino, publicando sus tesis desde su exilio genovés llevando el sol de Maracaibo en el corazón, en Blas Valbuena –también del Zulia– el de la primera anestesia general y en Arístides Rojas, afanado en ponerle nombres a las calles de Caracas que carecían de ellos porque las nominadas fueron siempre sus esquinas. Y cuando el deber lo puso frente a tareas distintas a las del cirujano y del clínico, el médico venezolano supo crecerse y estar a la altura del compromiso.
_Amor por una Venezuela por años malquerida para la que aquella generación de hombres inmensos – Tejera, Machado, Baldó, Oropeza– concibiera en 1936 una idea sanitaria superior a la europea_
Magnanimidad sin parangón encarnada en el gran Rumeno Isaac Díaz y en Arnoldo Gabaldón saliendo a enfrentar a la fiebre amarilla y a la malaria no desde cómodas oficinas sino tierra adentro, en la Venezuela profunda; la de Martín Vegas, ocupado en ver de los bíblicamente despreciados leprosos y la de Lya Imber, la muchacha de Odessa benefactora de los niños venezolanos que destacaba por su cabello rubio y su marcado acento ruso-ucraniano entre los graduandos de la célebre promoción médica de 1936 de la UCV.
¡Poderoso acervo moral de la Venezuela médica de todos los tiempos que por nosotros habrá de hablar en esta hora aciaga empinándonos frente a una catástrofe nacional tantas veces advertida! Ante el desafío de covid-19, el médico venezolano sabrá estar, como tantas otras veces, a la altura del compromiso asumido en los paraninfos.
Dos siglos y medio de escuela médica venezolana nos alientan a seguir el ejemplo de aquellos entrañables maestros que un día nos enseñaron –uno a uno-a diagnosticar, a prescribir y a nunca traicionar la fe del venezolano enfermo.
_Un lazo oscuro en la solapa de la bata blanca es hoy señal de nuestro luto. Es el modesto homenaje que rendimos a nuestros colegas muertos en cumplimiento del deber allí, en la primera línea de combate contra la covid-19 en Venezuela_
Ni la “mano invisible” de Adam Smith ni los decretos del régimen: nada distinto a ese sentido superior del deber tan propio de la tradición médica venezolana fue lo que les llevó hasta el más grande de todos los sacrificios.
Lealtad manifestada no en cómodos “webinars vespertinos ni en proclamas vía tuiter sino allí, en sus respectivos puestos, en medio de la inmensa precariedad sanitaria venezolana. No callaremos con ovaciones insinceras que ofenden la memoria de nuestros colegas sacrificados; por el contrario, continuaremos denunciando por todos los medios posibles el abandono de médicos y de pacientes en los hospitales públicos por un estado que nada hizo durante el valioso tiempo por el que Venezuela entera pagó desde el arribo de la covid-19.
Señalaremos con nombre y apellido a los responsables del precario equipamiento de nuestros hospitales y exigiremos con todas nuestras fuerzas, dentro y fuera del país, la definitiva provisión de fondos propiedad de la república destinados a paliar en algo la catástrofe humanitaria que se vive en ellos. No puede haber mejor modo de honrar la memoria de entrañables colegas a los que ya nunca más veremos.
_Elevarnos a la altura del sacrificio de nuestros colegas debe operar como el más poderoso acicate en nosotros. Ninguna duda cabe de que así será, porque una vez más la Venezuela médica se ratificará como lo que siempre fue: mucho más grande que todo esto.
FUENTE: TAL CUAL
REMISÓN: Carlos García
PRIMERA VERSIÓN:
En el Estado Carabobo, específicamente en la región de Puerto Cabello se encuentra hundido un buque llamado, “Sesostris”. Esta embarcación, de origen Alemán, lleva en Isla Larga desde 1941. ¿Cómo sucedió esto? Pues bien, contemos su historia.
En 1939, las tropas alemanas emprenden camino hacia territorio Polaco, así inicia la Segunda Guerra Mundial. Durante este período, los barcos mercantes de Italia y Alemania se vieron envueltos en una terrible situación, ya que eran acosados por los ingleses y franceses que rodeaban las rutas comerciales. Así, seis barcos de bandera italiana y uno de bandera alemana (el Sesostris) se vieron obligados a pedir refugio a Venezuela, ya que ésta se encontraba en una posición neutral ante la Guerra.
Los capitanes de los barcos junto con sus tripulantes se instalaron en Puerto Cabello, e hicieron de Venezuela su hogar. Sin embargo, dos años más tarde, en 1941 el presidente de los Estados Unidos, para ese entonces, Franklin D. Roosevelt, da la orden de incautar los barcos alemanes e italianos ubicados en puertos de Norteamérica.
Los capitanes de dichos buques, habían recibido mucho antes, claras órdenes de sus países de no permitir bajo ninguna circunstancia, que las embarcaciones cayeran en manos enemigas. Amletto Rovelli, capitán de uno de los barcos italianos, recibió instrucciones de hundir inclusive el barco de ser necesario. Esto mismo se les fue dicho a los capitanes de los demás buques que permanecían en aguas venezolanas.
El 30 de marzo de ese mismo año, Roosevelt cumplió su palabra y fueron confiscados numerosos barcos y así la noticia llegó a oídos de los capitanes y marineros. En la madrugada del 31 de marzo las tripulaciones de los barcos refugiados incendiaron sus propias naves, siguiendo así las órdenes del alto mando.
Venezolanos se reunieron en el puerto a observar lo sucedido, indignados, no podían creer que estos extranjeros hubiesen puesto en peligro la vida de quiénes les habían ofrecido refugio durante dos años. Gracias a la intervención de autoridades venezolanas, de los bomberos y de la capitanía de Puerto Cabello, no se incendió el barco italiano “Bacicin Padre”, el cual iba cargado de ocho mil toneladas de petróleo aproximadamente, y que de haberse incendiado, habría significado una catástrofe para el puerto y los habitantes del mismo. Este disgusto, se convirtió en una persecución de marineros, los cuales fueron capturados y se les fue otorgado de 2 a 4 años de cárcel en territorio venezolano.
Luego de unos años, los barcos incendiados fueron recuperados y algunos vendidos a los Estados Unidos y otros a Argentina. Sin embargo, el único barco alemán, el Sesostris, sufrió daños muy graves y no pudo ser reflotado; el presidente de Venezuela, para esa época, Isaías Medina Angarita, dio órdenes de remolcarlo y abandonarlo en una isla cercana a Puerto Cabello, llamada Isla Larga.
Hoy en día la embarcación alemana se ha convertido en un arrecife coralina con una inmensa vida marítima. También es usado para expediciones marinas, práctica y entrenamiento para los buzos de nuestro país.
FUENTE PRIMARIA : Facebook / Fotos Antiguas de Venezuela
SEGUNDA VERSION:
Hace cincuenta o cien años no había más contradicciones que hoy, tampoco menos. Ellas son —para usar un cliché inevitable— la ley de la vida. Todo individuo con algo de autoestima, o hasta sin ella, tiene opiniones sobre multitud de temas, muchas veces contradictorias, se vea afectado o no directamente. Multipliquemos esto por tres, cuatro y hasta cinco mil millones —saco solo a quienes están tan pendientes de la supervivencia que no tienen tiempo de pensar en nada más— y se tendrá un panorama del fenómeno.
Cualquiera, apenas hojeando este periódico, encontrará contradicciones no resueltas en abundancia. Lo que sí se puede afirmar es que la democracia es el reino de las contradicciones normales, o hasta de las imposibles, mientras que las autocracias se pueden y se suelen hacer pedazos cuando surge una contradicción inmanejable. Claro, mientras el régimen se desbarata intente llevarle la contraria al poder en Cuba, Venezuela, Corea del Norte o Rusia. Sin saberlo en su momento, Montesquieu con división de poderes estaba solucionando la contradicción biológica de la especie, que enfrentaba al egoísmo de la selección natural con la eusocialidad, también natural.
Una forma de agrupar las contradicciones es por placas tectónicas, o sea, mediante una metáfora geológica relacionada con los terremotos, comunes en materia de opiniones. Está la muy básica de los optimistas y los pesimistas o, aunque no es lo mismo, de los liberales y los conservadores, categorías a las que se deben agregar los extremistas, para no hablar de los “originales” o los locos. Hay otra división tradicional entre jóvenes y veteranos, usualmente llamados “viejos” por los primeros. A los jóvenes les encanta eso de “cambiar el mundo”, mientras que los veteranos saben que el mundo cambia poco y por lo general hace lo que le viene en gana. Campea en estas discusiones el concepto de anacronismo. Algunos opinamos que las cosas no desaparecen, solo se transforman; aunque hay novedades y planteamientos contemporáneos de gran calado, es evidente que esas categorías también albergan ideas bastante idiotas, estén o no de moda. Y existen las contradicciones causadas por la geografía. Un finlandés y un mongol no tienen por qué opinar lo mismo.
La teología y las religiones son especialistas en las contradicciones. La más exitosa de las propias del siglo XX, el leninismo, usaba como motor de sus acciones eso de “agudizar las contradicciones”, método que todavía se aplica hoy.
De cualquier modo, la vida es contradictoria de raíz. Se nace, lo que implica esperanza, pero se muere, lo que implica desesperanza. En la mitad, todos nos movemos, a veces con un optimismo incauto. Hablamos mucho de un futuro que no habremos de ver.
Las redes sociales sí han vuelto más explícitas las contradicciones, porque no bien uno escribe “qué bello día”, saltan dos, tres o más personas a decir: “no sea badulaque, nada bello hay hoy”. De más está decir que quienes concuerdan en que el día es bello no lo escriben; escriben sobre todo los que quieren pelea y discordia. Nada grave, si uno ya lo sabe y tiene la piel dura.
No se nos puede olvidar que prácticamente todos los que estamos en la brega tenemos contradicciones varias. De un lado nos beneficia que A tenga éxito y tal vez nos perjudica que B lo tenga, pero A no nos cae tan bien y B tal vez sí. ¿Cómo reaccionar? Lo adivinaron los lectores, de forma contradictoria, tratando eso sí de explicar algo por el camino.
FUENTE: EL ESPECTADOR