La tragedia militar venezolana.
Por: Asdrúbal Aguiar
@asdrubalaguiar
El encarcelamiento del MG (Ejército) Miguel Rodríguez Torres, marca, como
lo aprecio, el punto de inflexión o desnudez en las vergüenzas de la
Fuerza Armada venezolana, a cuya destrucción contribuye activamente Hugo
Chávez Frías, suerte de felón que decide morir lejos de Venezuela, en
Cuba, para dejarla bajo el gobierno de un mal colombiano.
Su propósito aparente, al inaugurar en 1999 su mandato, es sacar a
sus hermanos de armas de los cuarteles. “El gran activo humano, con la
gran cantidad de recursos que están allí como desactivados, como si
fuera otro mundo eso”, me impone – dice Chávez – desparramarlos sobre el
país como semillas fértiles. Pero da ese paso a manera de desafío al
poder civil democrático y a la misma democracia. Eso se constata más
tarde. Tanto que, en 2004, desde la sede del componente que más critica
antes y transforma luego en su cuerpo pretoriano y de esbirros: la
Guardia Nacional, recuerda a sus compañeros que habían perdido sus
fueros durante varias décadas a manos de los políticos, y él se los
había restituido. Se trata, en la práctica, de una queja velada.
Es que a partir del 11 de abril de 2002, cuando Rodríguez Torres pasa
a ser el jefe omnímodo de la policía política durante más de una década
y bajo cuyos ojos ocurren los más enojosos sucesos – asesinatos de
Estado, colusión oficial con el narcoterrorismo, incremento de la
invasión por fuerzas cubanas – que destruyen todas las páginas de
nuestra historia patria, las buenas y las malas, Chávez entrega su
estabilidad a las FARC, a los hermanos Castro, y a los miembros armados
del PSUV, partido oficial. No confía más en la FF.AA.
Es otra verdad, qué duda cabe, que Rodríguez Torres, ahora preso en
una cárcel común, busca frenar, pero en 2014, la disolución del
monopolio del poder militar que significan esos originarios círculos
bolivarianos, derivados en círculos del terror o colectivos
paramilitares, cargándose las vidas de algunos en Quinta Crespo. Eso le
cuesta su cargo de ministro. Y le sustituye la Almirante Carmen Meléndez
después un “tour de force” del presidente Nicolás Maduro con los mismos
militares, que evitan así que tales mesnadas de criminales controlen el
despacho ministerial con uno de sus inspiradores, el comisario Freddy
Bernal, capataz del hambre del pueblo.
El general José Antonio Páez, primer presidente de la Venezuela
separada de la Gran Colombia, establece la milicia en 1830. Crea la
Academia de Matemáticas para formar, entre otros, a los militares, con
la expectativa de forjar un ejército permanente. Innegablemente, El
Catire, quien durante las guerras de independencia integra su ejército
con peonadas reclutadas y al azar, a las que ofrece como
contraprestación darles la patria como botín si alcanzan la victoria, al
término igualmente pone de lado a los hombres de armas. Aleja al
“partido boliviano” – el de los soldados, a los que Venezuela, según
Bolívar, debe agradecer “vitaliciamente” sus servicios – y encomienda a
civiles dibujar y recrear una república liberal y democrática como en
1811.
Venezuela cierra el siglo XIX con un rompecabezas de milicianos
enojados y repartidos por todas las fincas y haciendas de sus señores
feudales; lo que se acaba sólo durante la larga dictadura que instala la
“república militar” de Juan Vicente Gómez. Quedan atrás los “chopo é
piedra” – soldados de a pie – y son modelados los primeros oficiales de
escuela que gobernarán el país a su muerte, después de 1935: Isaías
Medina Angarita y Marcos Pérez Jiménez.
Así, sobre el esfuerzo inicial que hace el presidente Edgar Sanabria
Arcia, en 1958, para aproximar al mundo civil con el militar y darle
salida a un desencuentro histórico, el mundo militar se democratiza.
Hasta adquiere, a partir de 1969, tesitura universitaria plena, como en
sus orígenes cuando la Universidad de Caracas acoge la academia que
dirige Juan Manuel Cajigal desde 1832. Se incorporan los oficiales a la
vida de la nación sin secuestrarla, hasta 1999. Y sus gobernantes,
previo a la aparición de Chávez en 1992, pueden decir lo mismo que el
profesor Sanabria: “Me siento orgulloso de que, habiéndose respetado con
dignidad al poder militar, me haya cabido la honra de reivindicar a
José María Vargas, y junto con él, a la majestad augusta del poder
civil”.
El mundo civil venezolano hoy se encuentra en desbandada, a falta de
líderes legitimados, mientras los espacios territoriales de la nación
son abandonados. El drama se hace tragedia. Y el mundo militar, cuerpo
de generales sin soldados o con soldados mendicantes de lo vital para
sobrevivir, medra en la locura de la parálisis. Es la locura de las
grandezas y de las culpas, que amamanta aún el mar de ambiciones
desatado dentro de los cuarteles durante y después del 11 de abril,
cuando ocurre la Masacre de Miraflores y emerge, como nuevo Fouché
criollo, Rodríguez Torres.
La desordenada insurgencia miliciana y paramilitar, ahora abierta y
que molesta a los “militares” sólo pasada una década de la luna de miel,
es lamentable réplica del siglo XIX nuestro; de ese tiempo de
repúblicas pastoriles que nacen y fallecen junto a sus mandones de
turno, por falta de Ejército.
FUENTE: RUNRUNES