Compartimos su apreciación de que la remoción del Presidente José Manuel Zelaya Rosales por parte de las Fuerzas Armadas en la madrugada del domingo 28 de junio, rompió paradigmas de la historia política contemporánea de América Latina, por cuanto por primera vez después del final de la Guerra Fría y el derrumbe del Muro de Berlín en 1989, un ejército o una parcialidad de éste, depone un Presidente constitucional y democráticamente electo, para restaurar el Estado de Derecho, y no para romperlo, como ha sido la característica de los militares hasta el presente.
No es necesario que expliquemos lo que cataloga a un “golpe de Estado”, ya que la principal característica de un Estado moderno es la concordancia entre su tres poderes fundamentales, que lamentablemente no se corresponde a la figura del “jefe del Estado” que se da al Presidente, quien interesadamente asume la potestad incongruente de querer subordinar a los otros poderes a quienes también se les da autonomía. De allí, que mal puede llamarse golpe de Estado al suplantamiento del presidente, cuando los demás poderes, con atribuciones constitucionales, tienen la potestad para reemplazarlo.
En su análisis, la politóloga justifica que: “La acción tomada por las Fuerzas Armadas de Honduras fue basada en una orden judicial y su propósito fue restablecer el Imperio de la Ley (rule of law), el cual estaba siendo violentado consistentemente por el propio Presidente del Poder Ejecutivo, al desconocer las disposiciones del Poder Judicial y del Poder Legislativo (checks and balances)”. Expone además, lo que estamos observando, que luego de la intervención de las Fuerzas Armadas, la Constitución Política sigue vigente, y que se respetó plenamente la sucesión de poder establecida por la Carta Magna, con lo cual se nombró un nuevo Presidente Constitucional. Entiéndase, el nuevo presidente es “constitucional” y no “gorila”, como lo asumió el presidente de Venezuela Chávez, defendido vehementemente por su “camaleón” canciller en la OEA Roy Chaderston y avalado “inconscientemente” por muchos de los cancilleres de los otros países de la OEA, quienes parecieran ser los cancilleres de los gobiernos americanos y no de los Estados.
Tenemos que compartir el punto de vista de la politología Montes, cuando expresa que Honduras sentó un precedente, que sin dudas pasará a ser un caso de estudio en centros formativos de profesionales políticos del mundo, y ojalá en nuestro Continente, y se transforme en punto de debate en la OEA, para que se reconozca de una vez por todas, que el “gorilismo” no cuadra con la sucesión presidencial en Honduras sino con aquellos que lo calificaron como tal, llámense Chávez, Ortega, Morales, Correa y muchos otros que se mantienen bajo el paraguas de la “revolución bolivariana”.
No puede llamarse gorila a quien insurge para deponer a un presidente, que siguiendo los lineamiento del presidente Chávez, rompe con los esquemas e intenta violar la Constitución de su Estado, amparado por la infortunada especie del “jefe de Estado”. Gorilas son los que tenemos en Venezuela, que han transformado en “jaulas” de simios a la Asamblea Nacional, el TSJ y los demás poderes agregados al Ejecutivo, integrantes además de la “focalización” de mediocres para el aplauso romero del militarismo surgido del “por ahora”.
Lo que hizo la OEA no nos alarma, porque hasta ahora, todos sus integrantes son defensores de sus gobiernos. Es decir, de los posibles “gorilas” al estilo Zelaya y el jefe de la “revolución bolivariana”. Este último, que sigue subyugando a su pueblo pero es aceptado en la OEA por la pasta de grasa y el voto de los clubes que ha organizado en el ALBA y Petrocaribe. Lamentamos si, la solidaridad de la ONU, que hasta ahora había aparecido como un ente para la seguridad y la paz de las naciones integrantes, pero que desde hace algún tiempo viene avalando la violencia con y contra gobiernos, aún al margen de la aspiración de las naciones y de los Estados.
Compartimos el criterio de que, la lección que dio Honduras al mundo es clara: aunque un Presidente haya sido electo democrática y legítimamente, no tiene derecho a desobedecer la Constitución y las leyes de la República; mucho menos violarlas como también ha ocurrido en Venezuela. Los pueblos ya no están dispuestos a tolerar ese tipo de abusos de poder de los Presidentes constitucionales, que muchas veces se consideran intocables, por el mismo hecho de haber sido electos por el pueblo.
El mensaje de Honduras es simple: el voto popular no incluye una licencia para delinquir, y todo esfuerzo para gobernar por el bien común debe estar dentro del marco de la ley. Lamentablemente en Venezuela, hasta que no cambiemos la Asamblea Nacional en las próximas elecciones, tendremos que conformarnos con seguir luchando por lograr quitarnos esta pesadilla, pero evitar a toda costa, que Chávez con los poderes que subyuga traten de hacer cambios irreversibles y sigan transformado al país en dos naciones irreconciliables.
Pero la OEA, ¿Sufrió metamorfosis? ¿Es ahora la Organización de Estados, Gobiernos o Gorilas Americanos?
Enrique Prieto Silva
Viernes 03 de julio de 2009