El general Isaías Baduel (derecha), junto a Hugo Chávez en un acto militar en 2005.- FOTO: EFE
MAYE PRIMERA 13/09/2009
Hasta ese 17 de julio de 2007, Chávez apodaba a Baduel Papa, sin acento y con cariño. No está claro si en honor a la amistad de más de veinte años que los unía, o a propósito de los aires místicos que envuelven a Baduel. Un general que se declara católico con un toque de taoísta, lector de la Cábala y que se despide siempre en sus cartas y discursos con la misma frase: "Que Yahvé, Elohim de los Ejércitos, Supremo hacedor de todas las cosas, bendiga y guarde por siempre a la República Bolivariana de Venezuela". Mítico por haber sido uno de los cuatro militares que en 1982 juró con Chávez "no dar descanso" a su brazo hasta instituir en Venezuela "una democracia a favor de los más pobres", y por haber restituido a Chávez en el poder el 11 de abril de 2002, cuando un intento golpista pretendió derrocarlo. El 2 abril de 2009, Papa fue detenido en medio de un gran despliegue militar. "Me secuestraron", afirma. "Iba en mi coche, con mi esposa, me cortaron el paso con varios vehículos. Bajaron de ellos varios hombres sin identificación y nos apuntaron a la cabeza, con las pistolas listas para disparar. Ante el riesgo, no opuse resistencia. Al día siguiente me presentaron ante el tribunal que decidió mi reclusión".
Baduel comparte hoy un calabozo del Centro Nacional de Procesados Militares con otros dos oficiales que también formaron parte del alto mando militar de Hugo Chávez: el general de división Wilfredo Barroso y el almirante Carlos Millán Millán, acusados hace un año de "magnicidio" y luego de "rebelión militar"; los únicos detenidos por ese delito, a pesar de que en diez años el Gobierno venezolano ha denunciado 28 supuestos intentos de golpe de Estado y magnicidio.
A la celda que comparten, la primera a la izquierda en la tercera planta del edificio, le llaman "la celda de los generales". Se trata de un dormitorio-cocina-sala de estar de unos 50 metros cuadrados. En el extremo derecho hay una ducha, un par de servicios y dos lavamanos con goteras, en los que se alterna un cartel cada semana: "Dañado. No utilizar".
-Han ido remodelando todos los calabozos, pero éste lo han dejado para el final -se queja uno de los generales.
La cama del fondo, con tres estatuillas de la Virgen sobre el pequeño armario y la estampa de Jesús de Nazaret colgada en la pared corresponden al almirante Carlos Millán Millán: 54 años, y hasta hace tres, jefe del Estado Mayor Conjunto y segundo de a bordo del Ministerio de Defensa.
-Los tres somos católicos. Durante el día nos dedicamos a la lectura, a las prácticas religiosas, a comentar la situación interna del país y a hacer ejercicio para estar en forma. Yo he rebajado 18 kilos desde que llegué aquí y me encuentro mejor que nunca -dice Carlos Millán Millán, al tiempo que se toca el abdomen.
La máquina de hacer ejercicio es del general Wilfredo de Jesús Barroso, el que está tendido en la cama de la derecha, leyendo El Zohar, el libro fundamental de la Cábala: hasta 2004, jefe del Estado Mayor General de la Guardia Nacional, el cuerpo militar con más presencia en el país antes de que Chávez ordenara la creación de la milicia bolivariana de reservistas.
Se refiere al día en que el coronel Pablo Rodríguez, director de contrainteligencia de la Dirección de Inteligencia Militar (DIM), dio la orden de "tumbarle la celda a los generales". Sus oficiales lanzaron al suelo lo que encontraron a su paso, requisaron los armarios, las camas. Buscaban un teléfono móvil. Sobre la alacena más grande, a la vista de todos, hay cuchillos de cocina de todos los filos y tamaños a los que no les dieron mayor importancia. Para la contrainteligencia es más peligroso que los generales dispongan de un teléfono móvil.
Carlos Millán Millán y Wilfredo Barroso se encontraban en situación de retiro, sin mando de tropas, cuando vieron por televisión la noticia de que eran los coautores de un plan para asesinar a Hugo Chávez. El 10 de septiembre de 2008, el programa de opinión La hojilla, que transmite el canal del Estado, difundió varias grabaciones telefónicas en las que se escucha a un supuesto grupo de oficiales urdir una estrategia para derrocar al jefe del Estado. Dos de esas voces, según el comentarista, corresponden a Barroso y a Millán. Al día siguiente, ambos se personaron en la Fiscalía Militar para conocer los cargos en su contra.
-Fuimos a la Fiscalía creyendo en el sistema judicial y porque el que nada debe, nada teme -explica Carlos Millán-. Pero, por el contrario, en nuestro caso se han violado todos los procedimientos establecidos en la Constitución y en el Código de Justicia Militar. Se nos acusó primero de magnicidio, y no hay un muerto. Luego se nos acusó de instigación a la rebelión, y no hay instigados.
Los abogados de Millán y Barroso sostienen que las grabaciones por las que se les acusa son un montaje: retazos de conversaciones telefónicas, burdamente editadas, que juntas transcriben parcialmente lo que sigue:
Voz en off, atribuida a Wilfredo Barroso: "Aquí el objetivo es uno sólo... vamos a tomar el Palacio de Miraflores... vamos a tomar las plantas televisoras... Ok, el objetivo tiene que ser uno sólo... es decir, todo el esfuerzo a donde está el señor... si está en Miraflores, hacia allá todo el esfuerzo".
Voz en off de un tercer conspirador, que se atribuye al mayor Elímenes Labarca, retirado de la Aviación desde 1999 y preso en el segundo piso de la misma cárcel que Barroso y Millán: "Una de las acciones que pudiera ser es volarlo [el avión presidencial de Hugo Chávez] ... capturarlo con aviones en el aire".
-Cuando se ordenó nuestra detención -argumenta Barroso en su defensa-, yo tenía dos años sin visitar una instalación militar. La DIM interrogó a todos los comandantes de unidades, tratando de buscar una conexión de oficiales en activo con nosotros, y no encontró nada. Los únicos testigos que promovió la Fiscalía son conserjes, vigilantes y ancianas.
En un año, Barroso y Millán no han sido llevados a juicio. Tres veces se han suspendido las vistas en sala de audiencia, con tres excusas distintas: porque renunció el defensor público de uno de los acusados; porque, por error, convocaron el juicio para un día festivo, y porque no hay juicios durante las vacaciones judiciales. Si aún no han sido condenados, ¿cuándo creen que saldrán? Responde Barroso: "Los presos políticos tenemos fecha de entrada en la cárcel, pero no fecha de salida".
El edificio, construido en la cima de una colina sembrada de eucaliptos, a 30 kilómetros de Caracas, fue acondicionado en 1992 como prisión militar para recluir al teniente coronel Hugo Chávez Frías y a los oficiales que le acompañaron en el fallido golpe del 2 de febrero de ese año contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez (finalmente, Chávez quedó detenido en un penal para presos comunes). Desde que ocupa la presidencia de la República, Chávez utiliza esta cárcel para encerrar a enemigos políticos y antiguos compañeros de armas que se han enfrentado a su Gobierno.
Ya han pasado por las mismas celdas el general Francisco Usón, ex ministro de Finanzas del Gobierno de Chávez, condenado en 2004 a cinco años y medio de prisión por el delito de "ultraje a la Fuerza Armada", en libertad condicional desde 2007; el ex presidente de la Confederación de Trabajadores de Venezuela, Carlos Ortega, condenado en 2005 a 15 años de prisión por promover la huelga petrolera de diciembre de 2002 contra el Gobierno, y ahora en fuga; el capitán Otto Gebauer, condenado en 2007 a 12 años, seis meses y 12 horas de prisión por "insubordinación militar" y "privación ilegítima de la libertad del presidente Hugo Chávez" en grado de complicidad (cometidos el 11 de abril de 2002). Y el autor material e intelectual del delito que se le imputa a Gebauer, el coronel Luis Beltrán Vahamonde Rojas, condenado a tres años y dos meses de prisión, y puesto en libertad al cumplir un tercio de la pena.
El capitán Gebauer es el único militar que sigue tras las rejas por el golpe de Estado del 11 de abril de 2002. Ocupa una de las celdas situadas frente a la de los generales. Se lleva bien con Barroso y con Millán. Pero a Baduel ni le dirige la palabra. Gebauer fue el oficial que custodió a Hugo Chávez, como presidente depuesto, desde la madrugada del 11 de abril de 2002 hasta la noche del 13 de abril, cuando fue restituido en la presidencia con la ayuda de Baduel. A Gebauer se le conoce como el hombre que vio llorar a Hugo Chávez.
Ya que comparten la misma cárcel, ¿no ha sentido la curiosidad de conversar con el general Baduel sobre las dos versiones que tienen del 11 de abril? "La verdad es que no. No he tenido tiempo para eso".
Gebauer no confía en Baduel. Tampoco buena parte de la oposición política venezolana, que sostiene que todo el proceso contra él y los generales Barroso y Millán fue para distraer la atención antes del referéndum constitucional de diciembre de 2007, en el que se votó la posibilidad de reelección indefinida de Chávez.
-Se ha dicho que nuestro caso fue un montaje. Que éramos chavistas, cuando nunca lo hemos sido, cuando ascendimos a generales por méritos y antigüedad. Por eso nadie habla de nosotros -se queja Barroso.
Los nombres de Baduel, Barroso y Millán rara vez se incluyen en las listas de presos políticos venezolanos. Sus antiguos compañeros de armas mandan decir a través de sus mujeres que les recuerdan, pero tampoco van a verlos por miedo a represalias. Es la secuela del sistema de delaciones que, según los generales, Chávez ha sembrado en la Fuerza Armada Nacional. La ley del "todos contra todos", que funciona en Venezuela dentro y fuera de los cuarteles.