Rebelión en el psiquiátrico
No nos hemos vuelto todos locos porque nos estamos haciendo los locos. Nos hacemos los locos con casi todo lo que pasa. Es la única manera de mantener nuestra cordura ante el desempeño demencial del jefe que disfruta y ejerce el poder.
Me refiero al presidente de la Junta de Condominio de donde vivo. El tipo desde que llegó al cargo se lo creyó. Creyó que su elección era su ungimiento como líder incontestable y fundador de una dinastía que nos liberaría de todas nuestras penurias y nos llevaría a ser el edificio más envidiado de la ciudad.
Pero si estamos muy lejos de tal aspiración, también estamos lejos de ser una comunidad normal, con buenos servicios. El jefe (así le gusta que lo llamen) nunca se ocupó de sus importantes pero modestas responsabilidades. No ha tomado las previsiones para que el agua no falte en el edificio. Cada vez que cortan el agua no pone a llenar el tanque. Y la culpa no es del conserje, porque éste se ha visto obligado a perder el día pegando afiches del presidente en cada piso y manejar el circuito cerrado de televisión (preocupación principal del jefe) para que no lo boten.
La electricidad llega por raticos porque desde hace diez años (desde que el jefe se montó en el coroto) no se han reparado los equipos y la partida prevista para ello la gastó el jefe en comprar un carro nuevo porque era “indigno” que su persona se trasladara en una carcacha.
No por tan mala gestión el jefe ha bajado las cuotas que tenemos que pagar. Todo lo contrario: cada vez son más altas. Y la venta que ha hecho de la faja de puestos del estacionamiento (aunque prometió que nunca lo haría) le ha dado buenos dividendos pero parte de éstos han sido donados a los edificios vecinos para que mejoren sus fachadas. Tampoco ha querido pelear para que se nos devuelva una zona verde que invadió el vecino oriental. La mayor diversión que tenemos ahora es arriesgar diagnósticos psiquiátricos, confundiendo términos y tratamientos, como es lógico porque ninguno de nosotros es loquero titulado. Ya la situación se acerca a un “reality show” en el que todos jugamos a ser psiquiatras de un paciente que se niega a ser hospitalizado y ha jurado arrastrarnos a todos en su delirio.
(El único doctor que se atrevió en la campaña a decir que el entonces candidato no estaba loco está preso. Pero no por echarnos la broma de avalar su salud mental sino por otro caso).
El jefe se ha ido separando de cada uno de los valedores de su pensamiento (es un decir), pero todavía le son fieles algunos que hacen negocios con él o que se conforman con las invitaciones a los viajes al exterior que se financia con nuestras mensualidades. Muchos vecinos no hablan para poder recibir gratis las bolsas plásticas de basura y algún regalito en Navidad. Entre estos hay unos profes que ven en el jefe la reivindicación de sus vidas porque, dicen, antes la Junta de Condominio no les paraba.
Pero si estamos muy lejos de tal aspiración, también estamos lejos de ser una comunidad normal, con buenos servicios. El jefe (así le gusta que lo llamen) nunca se ocupó de sus importantes pero modestas responsabilidades. No ha tomado las previsiones para que el agua no falte en el edificio. Cada vez que cortan el agua no pone a llenar el tanque. Y la culpa no es del conserje, porque éste se ha visto obligado a perder el día pegando afiches del presidente en cada piso y manejar el circuito cerrado de televisión (preocupación principal del jefe) para que no lo boten.
La electricidad llega por raticos porque desde hace diez años (desde que el jefe se montó en el coroto) no se han reparado los equipos y la partida prevista para ello la gastó el jefe en comprar un carro nuevo porque era “indigno” que su persona se trasladara en una carcacha.
No por tan mala gestión el jefe ha bajado las cuotas que tenemos que pagar. Todo lo contrario: cada vez son más altas. Y la venta que ha hecho de la faja de puestos del estacionamiento (aunque prometió que nunca lo haría) le ha dado buenos dividendos pero parte de éstos han sido donados a los edificios vecinos para que mejoren sus fachadas. Tampoco ha querido pelear para que se nos devuelva una zona verde que invadió el vecino oriental. La mayor diversión que tenemos ahora es arriesgar diagnósticos psiquiátricos, confundiendo términos y tratamientos, como es lógico porque ninguno de nosotros es loquero titulado. Ya la situación se acerca a un “reality show” en el que todos jugamos a ser psiquiatras de un paciente que se niega a ser hospitalizado y ha jurado arrastrarnos a todos en su delirio.
(El único doctor que se atrevió en la campaña a decir que el entonces candidato no estaba loco está preso. Pero no por echarnos la broma de avalar su salud mental sino por otro caso).
El jefe se ha ido separando de cada uno de los valedores de su pensamiento (es un decir), pero todavía le son fieles algunos que hacen negocios con él o que se conforman con las invitaciones a los viajes al exterior que se financia con nuestras mensualidades. Muchos vecinos no hablan para poder recibir gratis las bolsas plásticas de basura y algún regalito en Navidad. Entre estos hay unos profes que ven en el jefe la reivindicación de sus vidas porque, dicen, antes la Junta de Condominio no les paraba.
Los que no apoyamos al jefe nos reunimos en las noches, a la luz de las velas -que también están escaseando-, y hemos jurado no ponernos locos.
Opinión
Román José Sandia
Fuente: Noticiero Digital.com
rjsandia@hotmail.com
Opinión
Román José Sandia
Fuente: Noticiero Digital.com
rjsandia@hotmail.com