Teatro bufo, de comedia
Portachuelo/ René Núñez (*)
Nuevamente
el pueblo fue sometido a cadena, esta vez por más de 40 horas, para ver
y oír una obra mediática de pésima actuación actoral por parte de sus
protagonistas: ministros, diputados del gobierno y de la oposición,
aunque en descarga de estos últimos justo reconocerles lo forzado de su
participación con papeles muy breves de tiempo y espacio.
El show
mostró una coreografía inusual, para estos menesteres parlamentarios,
montada en los palcos del Hemiciclo con unas barras bulliciosas,
amaestradas, repetidoras de estrofas caletreadas para aplaudir a unos y
abuchear a otros.
Con el escenario a reventar, y un guión
preconcebido para ocultar hechos, cifras e imaginar realidades que en
nada se parecen a las vividas a diario por el pueblo venezolano, se
presentó esta pieza en tres fechas, para las cuales siempre se les negó
la entrada a la prensa, no así a los periodistas de nómina de la
compañía circense.
La comedia tenía que ver con una supuesta
interpelación a unos ministros del gobierno, que desde hace doce años no
rendían cuentas al parlamento, pero, que ahora por razones
coyunturales, sí se les ordenó con la finalidad de enviar una señal al
mundo de que en el país de las maravillas también funcionan las
libertades y la democracia.
Según el procedimiento de ley, los
ministros están obligados a entregar a la Asamblea Nacional en los
primeros 60 días del año un informe escrito de su gestión pública anual,
compromiso que a la fecha los jerarcas del poder no han cumplido. No
tengo duda, esto habría influido mucho sobre la bancada opositora para
no hacer mejores preguntas concretas acerca de las deficiencias, de las
inconsistencias y de las desviaciones cometidas por los ministros; sin
embargo, no la exonera de responsabilidad por no haber advertido al
comienzo del espectáculo al público receptor de la calle semejante
omisión constitucional.
El guión fue montado sobre la base del
ventajismo, del abuso de poder del dramaturgo principal, cuyo propósito
central no tenía otro sino el de ridiculizar a sus adversarios con apoyo
de las barras y los diputados oficialistas, quienes juntos con los
ministros del gobierno cumplieron al pie de la letra el libreto
encomendado.
Los actores oficialistas se concentraron en hacer de
las interpelaciones un debate ideológico basado en dos propuestas de
modelo de país, la de ellos, la socialista-comunista la cual no
asumieron por miedo político, y, la de los opositores, la democracia, la
cual responsabilizaron de todos los males históricos de la nación. En
este capítulo a los espectadores de TV nos hubiera gustado que un
diputado demócrata aclarara que el modelo del que se ufanaron todo el
tiempo los rojos rojitos fue rechazado en un referendo en el 2007 por la
mayoría del pueblo venezolano cuando le dijo NO al proyecto
autoritario, cuyo resultado soberano, a la fecha, la Asamblea Nacional
ni el gobierno central han acatado; por el contrario, en desobediencia
constitucional ambos poderes han estado imponiéndolo por parte y por
leyes al mero estilo cubano.
Durante sus actuaciones teatrales,
ministros y diputados del PSUV no dejaron de rendir pleitesía al jefe
supremo de la revolución, como cuidando y asegurando funciones de
reparto en futuras obras similares.
Las reglas del debate y de
participación de opositores fueron exigidas al máximo en todo momento;
mientras los ministros tenían todo el tiempo para desarrollar sus ideas,
los opositores disponían de cinco minutos; al cuarto, ya oían la voz
intimidante y coercitiva del director de debate anunciando la expiración
de su tiempo de intervención.
Para la primera fecha del drama se
planificaron algunos forcejeos y golpes, provocados por un actor
diputado oficialista, con la finalidad no sólo de amedrentar a sus
rivales ideológicos sino también para reafirmar en escena quienes tenían
la fuerza en las tablas. Las otras citas se desarrollaron con relativa
normalidad, aunque siguió privando la misma estrategia bufa y mediocre
de ocultar la verdad a los venezolanos, no responder las preguntas de
los opositores, poner a éstos en todo momento al escarnio y al desprecio
público.
Los pobres, los desasistidos, los excluidos fueron los
grandes beneficiados del discurso, llegando uno a imaginar su
transformación en nuevos ricos de la sociedad por arte y magia de la
revolución.
Antes de bajar el telón y para que no hubiera
confusión alguna, ocurrió lo inaceptable, todo el elenco, excepto los
actores opositores, se pararon de pie para otorgar una salva de aplausos
al autor, al productor de otra obra revolucionaria, como la de Muammar
al Gaddafi en Libia, quien durante 42 años la mantuvo en cartelera a la
fuerza; pero que desgraciadamente, en estos instantes, pasa por una
situación muy crítica al rebelársele sus actores por un lado y sus
seguidores por otro, hartos de malos tratos humanos, de miseria, de
exclusión, de represión, de involución, donde sólo Gaddafi, su familia, y
sus acólitos más íntimos podían disfrutar a placer, a sus anchas, sin
rendir cuentas a nadie, los beneficios económicos generados por la
revolución.
Viendo este final de la novela, me vino a la mente
el recuerdo cuando esos mismos actores otorgaron un minuto de silencio
al máximo jefe de las guerrillas de Colombia: Manuel Marulanda, después
de que el Gobierno colombiano anunciara su muerte.
(*) Internacionalista
Edición
1144. Twitter:@renenunezr Pueden oírme en Diplomacia de Micrófono, de
1:00 a 2:00 pm por la emisora La Mejor FM 91.5, acompañado del Lic.
George BellO.
FUENTE: Correo del Caroní