REBECA
(Una hermosa
historia de amor de un documento apócrifo)
Vinicio Guerrero Méndez
Aunque Jesús en su adolescencia era
pobre, su nivel social en Nazaret no había sufrido menoscabo. Era uno de los
jóvenes más destacados de la ciudad y casi todas las doncellas lo consideraban
con gran respeto. Era un espléndido ejemplar de robustez física y desarrollo
intelectual, y teniendo en cuenta su reputación de líder espiritual, no es de
extrañar que Rebeca, la hija mayor de Esdras, un rico mercader de Nazaret,
descubriera que se estaba enamorando de este hijo de José. Primero le confió
sus sentimientos a Miriam, la hermana de Jesús, quien a su vez se lo comentó a
su madre. María se alarmó mucho. También meditó sobre qué efecto podría tener el
matrimonio para la futura carrera de Jesús. No muy a menudo, pero por lo menos
de cuando en cuando aún recordaba el hecho de que Jesús era un «hijo de
promesa». Después de discutir el asunto entre ellas, María y Miriam decidieron
tratar de frenarlo antes de que Jesús se enterara, hablando directamente con
Rebeca, contándole toda la historia y explicándole francamente que creían que
Jesús era un hijo del destino, que había de convertirse en un gran líder
religioso, tal vez en el mismo Mesías.
Rebeca escuchó atentamente,
estremecida y más decidida que nunca a echar su suerte con este hombre de su
elección y compartir su carrera de liderazgo. Argüía (consigo misma) que un
hombre de tan especial naturaleza necesitaba aun más que otros de una esposa
fiel y hacendosa. Interpretó el ansia de María por disuadirla como una reacción
natural al temor de Madre. Rebeca habló nuevamente varias veces con María y
Miriam, pero al no conseguir su apoyo, decidió armarse de
valor y acudir directamente a Jesús.
Así lo hizo pues con la cooperación de su padre, quien invitó a
Jesús a su casa para la celebración de los diecisiete años de Rebeca.
Jesús escuchó
atenta y compasivamente la exposición de estos sentimientos, primero del padre
de Rebeca, y luego de ella misma. Replicó con gentileza que no había suma de
dinero que pudiera rescatarlo de su obligación personal para con su padre. El
padre de Rebeca se sintió profundamente conmovido por sus palabras y se retiró
de la entrevista. Su único comentario a María, su esposa, fue: «No podemos
tenerle como hijo; es demasiado noble para nosotros».
Allí comenzó
esa extraordinaria conversación con Rebeca. Hasta ese momento de su vida, poca
distinción había hecho Jesús entre muchachos y muchachas, jóvenes y doncellas.
Después de escucharla con gran
atención, expresó Jesús su gratitud por la admiración explícita que Rebeca le
profesaba, añadiendo: «Aliviará mis penas y me consolará todos los días de mi
vida»; pero le explicó que no era libre de entrar en relaciones con mujer alguna,
ni albergar ideas matrimoniales más allá de las de fraterno afecto y pura
amistad.
Grande fue la desesperación de Rebeca. No hubo forma de
consolarla, y con el corazón adolorido, insistió con su padre para que se
fueran de Nazaret, hasta que finalmente él convino en mudarse a Séforis. En los
años que siguieron, Rebeca no tuvo más que una respuesta para los muchos
hombres que pretendían su mano en matrimonio. Devotamente le siguió ella
durante los años memorables de labor pública, estando presente (sin que Jesús
advirtiera su presencia) el día de su ingreso triunfal a Jerusalén; y estuvo
«entre las otras mujeres» junto a María, esa tarde fatídica y trágica en que
estaba el Hijo del Hombre en la cruz, porque para ella, él era su amor total, su
único y más grande por el resto de su vida después de aquella extraordinaria
confesión de amor al hombre más extraordinario que jamás haya conocido: Jesús
de Nazaret
.
¡La oración! No la dejes nunca por nada. Ella da brillo a
tus ojos, ardor a tu corazón, fuerza a tu voluntad. Persevera todos los días,
sin desistir y Dios te escuchará.
Afectuosamente,
Imperfecto.
VINICIO GUERRERO
MENDEZ