Rasputín, el misticismo hecho poder en la Rusia de los zares.
Los hechizos y misterios de la política
Poderosos y embrujados
Por: Fernando Araújo Vélez
28 Mayo 2011 - 9:00 pm
La historia de la influencia de los brujos o mentalistas en la política
surgió desde tiempos inmemoriales.Hugo Chávez, François Duvalier e Isabelita
Perón, algunos de los presidentes hechizados.
El documento, sellado, fechado en septiembre de 2006, guardado en un
impecable sobre de Estado y firmado por cinco “notables”, le recomendaba al
presidente de la República de Venezuela, teniente coronel Hugo Chávez Frías,
varios procedimientos para alejar de su vida y del Palacio de Miraflores las
“malas energías” que lo acechaban. Que jamás fumara desnudo, que no bailara
mirándose los pies, que nunca durmiera con un loro en su habitación, que no
consintiera a las gallinas y que no volviera a usar trajes morados. Los
“notables” terminaban así un profundo trabajo que les había encomendado Chávez,
y que incluía, dijeron, una delicada labor para contrarrestar los perversos
efectos de un conjuro que aún no habían podido esclarecer.
Para ello agruparon a varios seguidores que se encargaron de distribuir panfletos entre la población con algunas recomendaciones: bañarse con un jabón de cariaquito, guardar una foto de Chávez dentro de una botella, repetir dos veces al día el salmo 33 de la Biblia, que dice: “Encomienda a Jehová tu camino, confía en Él”, y si los otros puntos hubieran fallado, leer todos los libros de Harry Potter. “Los notables”, que eran santeros adeptos a María Lionza, provenientes de las montañas de Sorte, habían concluido que “el trabajo” que sus enemigos le habían realizado a Chávez era la razón de sus últimas desgracias. De la muerte de 50 mil personas, víctimas de los deslizamientos de Vargas, del desplome de una estatua de María Lionza en pleno Caracas, de un animal muerto en Palacio que el mismo Chávez denunció.
Por aquel entonces, sus opositores aseguraban que Chávez se creía la reencarnación de Bolívar. Que le hablaba y dejaba siempre un asiento vacío a su lado para que su espíritu descansara. Que le pedía consejos, como había oído que hacía María Estella Martínez de Perón en sus tiempos de presidenta de Argentina, en los 70, con el cadáver de Evita Perón. Isabelita, como la llamaron, tenía como asesor a un oscuro sujeto de nombre José López Rega. Tanguero y futbolista frustrado, se enroló en la Policía Federal a mediados de los 50 y ascendió hasta llegar a convertirse en una de las voces y oídos de Juan Domingo Perón. Pasados 20 años, convenció a Isabelita de su poder, y tras bambalinas se transformó en uno de los creadores e impulsores de la siniestra Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), que dejó 30 mil desaparecidos y más de tres mil asesinatos en Argentina entre 1976 y 1983.
A López Rega le decían El brujo, pero él se defendía de sus acusadores asegurando que lo suyo era persuasión, lógica e inteligencia, y señalaba como verdaderos brujos a tipos como François Duvalier, Papa Doc, quien en los 60 desolaba y desfalcaba a Haití haciéndoles creer a sus súbditos que él era la muerte. La muerte que se vestía de traje oscuro, chaleco, sombrero de copa y gafas. La muerte vudú que se podía llevar a quien le desobedeciera. La muerte que amenazaba, atormentaba y mandaba. La muerte que había terminado con la vida de John F. Kennedy, porque se había atrevido a ignorar las sugerencias de cancelar su viaje a Dallas en noviembre del 63 de su colega Janne Dixon. Al final, Duvalier fue la muerte misma para él y para su país, que siguió luchando entre el hambre y la miseria para superar los vejámenes de Duvalier y de quienes lo sucedieron.
Los brujos, hechiceros o mentalistas, asesores o magos, en masculino o femenino, han formado parte de la historia de la humanidad desde que el hombre comenzó a preguntarse por qué, para qué, hacia dónde y de dónde. Unos fueron asesinados, como el ruso Grigori Rasputín, quien predicaba la salvación por medio del pecado y se convirtió en el preferido de la zarina Alejandra Románova y de su esposo, el zar Nicolás II. Otros fueron venerados, como el húngaro Louis de Whol, quien leía en los astros las posibles acciones de Hitler contra Inglaterra en la Segunda Guerra Mundial. Todos, más allá de su final, fueron temidos hasta por los escépticos, y de una u otra manera acabaron por influir en los poderosos. Al fiscal general de Colombia en la década pasada, Luis Camilo Osorio, lo aconsejaba un parapsicólogo, Armando Martí, para “desbloquear sus emociones negativas, hábitos, traumas y todo lo que le impidiera llevar una vida feliz”. Desde ese pretexto sugería, ordenaba, ingresaba, salía y recomendaba lo que se le antojara, siempre con una amenaza sobrenatural entre sus labios. Su labor continuó con Mario Iguarán, el sucesor de Osorio, para quien incluso diseñó complejos operativos de seguridad. Martí firmaba como Zeus o Perseu sus obligantes memorandos de carácter confidencial, sus investigaciones y análisis.
Su nombre y sus alias quedaron sellados en la historia reciente del país, como el de Regina 11, senadora y mentalista, y como el de Elisabeth Montoya de Sarria, La monita retrechera, quienes se pasearon con sus poderes por el Palacio de Nariño y por el Congreso sembrándolos de duda, misterio, muñecos decabezados, alfileres, sangre y muerte.
Para ello agruparon a varios seguidores que se encargaron de distribuir panfletos entre la población con algunas recomendaciones: bañarse con un jabón de cariaquito, guardar una foto de Chávez dentro de una botella, repetir dos veces al día el salmo 33 de la Biblia, que dice: “Encomienda a Jehová tu camino, confía en Él”, y si los otros puntos hubieran fallado, leer todos los libros de Harry Potter. “Los notables”, que eran santeros adeptos a María Lionza, provenientes de las montañas de Sorte, habían concluido que “el trabajo” que sus enemigos le habían realizado a Chávez era la razón de sus últimas desgracias. De la muerte de 50 mil personas, víctimas de los deslizamientos de Vargas, del desplome de una estatua de María Lionza en pleno Caracas, de un animal muerto en Palacio que el mismo Chávez denunció.
Por aquel entonces, sus opositores aseguraban que Chávez se creía la reencarnación de Bolívar. Que le hablaba y dejaba siempre un asiento vacío a su lado para que su espíritu descansara. Que le pedía consejos, como había oído que hacía María Estella Martínez de Perón en sus tiempos de presidenta de Argentina, en los 70, con el cadáver de Evita Perón. Isabelita, como la llamaron, tenía como asesor a un oscuro sujeto de nombre José López Rega. Tanguero y futbolista frustrado, se enroló en la Policía Federal a mediados de los 50 y ascendió hasta llegar a convertirse en una de las voces y oídos de Juan Domingo Perón. Pasados 20 años, convenció a Isabelita de su poder, y tras bambalinas se transformó en uno de los creadores e impulsores de la siniestra Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), que dejó 30 mil desaparecidos y más de tres mil asesinatos en Argentina entre 1976 y 1983.
A López Rega le decían El brujo, pero él se defendía de sus acusadores asegurando que lo suyo era persuasión, lógica e inteligencia, y señalaba como verdaderos brujos a tipos como François Duvalier, Papa Doc, quien en los 60 desolaba y desfalcaba a Haití haciéndoles creer a sus súbditos que él era la muerte. La muerte que se vestía de traje oscuro, chaleco, sombrero de copa y gafas. La muerte vudú que se podía llevar a quien le desobedeciera. La muerte que amenazaba, atormentaba y mandaba. La muerte que había terminado con la vida de John F. Kennedy, porque se había atrevido a ignorar las sugerencias de cancelar su viaje a Dallas en noviembre del 63 de su colega Janne Dixon. Al final, Duvalier fue la muerte misma para él y para su país, que siguió luchando entre el hambre y la miseria para superar los vejámenes de Duvalier y de quienes lo sucedieron.
Los brujos, hechiceros o mentalistas, asesores o magos, en masculino o femenino, han formado parte de la historia de la humanidad desde que el hombre comenzó a preguntarse por qué, para qué, hacia dónde y de dónde. Unos fueron asesinados, como el ruso Grigori Rasputín, quien predicaba la salvación por medio del pecado y se convirtió en el preferido de la zarina Alejandra Románova y de su esposo, el zar Nicolás II. Otros fueron venerados, como el húngaro Louis de Whol, quien leía en los astros las posibles acciones de Hitler contra Inglaterra en la Segunda Guerra Mundial. Todos, más allá de su final, fueron temidos hasta por los escépticos, y de una u otra manera acabaron por influir en los poderosos. Al fiscal general de Colombia en la década pasada, Luis Camilo Osorio, lo aconsejaba un parapsicólogo, Armando Martí, para “desbloquear sus emociones negativas, hábitos, traumas y todo lo que le impidiera llevar una vida feliz”. Desde ese pretexto sugería, ordenaba, ingresaba, salía y recomendaba lo que se le antojara, siempre con una amenaza sobrenatural entre sus labios. Su labor continuó con Mario Iguarán, el sucesor de Osorio, para quien incluso diseñó complejos operativos de seguridad. Martí firmaba como Zeus o Perseu sus obligantes memorandos de carácter confidencial, sus investigaciones y análisis.
Su nombre y sus alias quedaron sellados en la historia reciente del país, como el de Regina 11, senadora y mentalista, y como el de Elisabeth Montoya de Sarria, La monita retrechera, quienes se pasearon con sus poderes por el Palacio de Nariño y por el Congreso sembrándolos de duda, misterio, muñecos decabezados, alfileres, sangre y muerte.
FUENTE: El Espectador.com