Manizales. Colombia.
La Patria. Temas destacados
El Coronel tendrá quién lo juzgue
Hugo
Chávez, el funesto presidente de Venezuela, ha llegado a su ocaso. En
las elecciones de octubre perderá irremisiblemente y no quedan para él
otros caminos que un fraude vergonzoso o el eclipse definitivo de su
dolorosa fortuna.
Chávez no llegó al poder porque fuera
el mejor, ni el mejor pensador, ni el mejor político, ni el mejor
guerrero. Las circunstancias más fortuitas permitieron el ascenso de su
estrella. Los demás perdieron, porque Chávez nunca le ganó a nadie. Pero
esa también es una forma de ganar y lo que ahora cumple, con el fin de
su aventura, es juzgarla.
Arrinconado por su ineptitud de
gobernante, empujado hacia adelante por sus infantiles ambiciones,
guiado por la ausencia total de escrúpulos en su conducta, Chávez ha
gobernado, en cantidad, más que cualquier otro mandatario elegido en las
urnas. Y ha gobernado en las circunstancias en que por mandato del
destino, ese ciego que maneja tantas veces el camino de los hombres,
Venezuela tuvo que ser más feliz, más próspera, más grande. Dios la
colmó de bendiciones. Pero permitió que el diablo, a manera de prueba y
de balance, le propusiera a Chávez.
Si se entiende por dictadura lo que
como tal se conoce desde los lejanos días de la República Romana, la de
Chávez lo ha sido a plenitud. Esa madrastra de la historia es la que
permite en una sola mano la concentración de todos los poderes. Y Chávez
los tuvo todos. Y los dilapidó todos. A su paso no han quedado más que
señales de desvarío y destrucción.
Ni siquiera fue Chávez, como tantos
de su laya, un constructor de obras materiales. Su patria no le debe un
puente, ni un camino, ni un puerto. Al contrario, en estos años de
abandono, Venezuela ha presenciado el lamentable deterioro de todas las
obras que fueron en su día admiración de América. Tal vez los que visten
roja camiseta y a gritos quieren imponerlo de nuevo, no han recorrido
sus descaecidas carreteras, ni transitan por sus calles deplorables. Y
tal vez no tuvieron la esperanza de que con tanto dinero lloviendo del
cielo no se levantaran imponentes hospitales, grandes colegios y
universidades, ni siquiera cárceles dignas. La piedra y el cemento no
son los pilares de la gloria, pero algo consuelan los generalizados
sufrimientos.
Venezuela era un país tranquilo y
Caracas una ciudad adorable. Hoy arde por todos los costados el incendio
del odio, que prohíja y esconde la más feroz delincuencia. Tanto
discurso, sea dicho al paso que de tan mala factura, vendiendo la
mercancía del resentimiento, termina por ganar adeptos. La traducción
elemental de cualquier "Aló Presidente" es la puñalada en la calle, la
extorsión vil, el secuestro miserable. El hermano recela del hermano y
ya no quedan amigos, sino cómplices.
Chávez fue capaz de destruir la
energía en el suelo del mundo que más rica la posee. Mal contados, ha
dejado perder un millón de barriles de petróleo por día de producción.
Los cortes de luz en tantas regiones, son un auto cabeza de proceso
contra el más deplorable gobierno que nunca padeciera el Continente.
¿Qué se hizo la fortuna sin paralelo
de Venezuela? ¿A dónde fueron a parar las billonadas de dólares que la
casualidad puso en sus manos? Venezuela está más corta en reservas que
los demás países de Latinoamérica. Su moneda tendrá que devaluarse,
fatalmente, tan pronto pasen estas elecciones. Los alimentos vienen del
exterior, en la escandalosa medida que supera el setenta por ciento del
total. El aparato productivo está deshecho, el campo es un erial y las
empresas se empeñan en la pobre tarea de la supervivencia. Ese es el
cuadro triste del país más rico de toda América.
Chávez tendrá que rendir cuentas. Probablemente salga
indemne de los juicios de los hombres, pero vendrán las Erinias a
cumplir su cita ineluctable con la conciencia atormentada. Pasada la
ocasión del gesto desafiante y de la palabra arrogante, al coronel no le
queda otro horizonte que el tormento reservado a los que hicieron
sufrir a muchos, sin provecho para nadie.
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