Limpiando el rostro de un continente extraviado
Por: Antonio Sánchez García
Domingo, 20 de enero de 2013
Es cuando en medio de esta inmoralidad innominada salen las voces de Willie Colón y Willy Cochez a poner los puntos sobre las íes. Un gesto inolvidable que enciende una lucecita de esperanza
Conozco a Willie Colón desde que grabara CARIBE junto a Soledad
Bravo, del que fue su productor musical y yo el productor ejecutivo,
hace 30 años. Un trabajo conjunto que se prolongó por tres largos meses y
nos permitió conocernos y entablar una relación respetuosa, cordial y
amistosa. Willie Colón es un hombre sencillo, humilde, de raíz popular,
tímido, franco y directo, sin presunciones artificiales, falsos devaneos
intelectuales ni pretensiones literarias. Ni muchísimo menos políticas.
Pero inmensamente talentoso, creativo, original y honesto. Un hombre
capaz de sacrificar la fama, el poder y la gloria por defender sus
ideas. Y de responder con generosidad al respaldo que se le haya
brindado.
Sin su inmensa creatividad y su empuje no hubiera surgido ese
impactante movimiento musical que le dio voz y figura a la presencia
latina en los Estados Unidos. Esa salsa brava que vino a conmover el
desarraigo de esos barrios broncos de las grandes ciudades
norteamericanas - de Nueva York a Chicago y de San Francisco a Los
Ángeles - y que pudo competir con el rock en influjo y definición de una
cultura propia, que recogía sus acentos de los suburbios portorriqueños
y dominicanos, panameños y cubanos, para conquistar luego las barriadas
populares primero del Caribe y luego de toda Suramérica. Para llegar a
Europa y al resto del mundo. En el principio de ese vasto y conmovedor
movimiento cultural estuvieron esos dos muchachos del Bronx, rebeldes,
desenfadados, sencillos y corajudos que fueron Willie Colón y su
compañero Héctor Lavoe, al que lo unió una auténtica hermandad.
altAl embajador panameño Willie Cochez lo conocí en un viaje que
realizamos a Washington con Ismael García, Juan José Molina, Wilmer
Azuaje, Milos Alcalá y Mauricio Poler, con el fin de denunciar los
sistemáticos abusos y violaciones a los derechos humanos que cometía el
régimen de Hugo Chávez contra una oposición acorralada, indefensa y
desasistida por una comunidad internacional absolutamente indiferente a
lo que sucedía en el país que, contradictoriamente, mayor generosidad y
respaldo mostró frente a casos similares en el pasado de la región,
tanto de los países centroamericanos dominados por añejas dictaduras
caudillescas como las terribles dictaduras militares de los países del
llamado Cono Sur. E incluso de la España franquista.
Acababa de triunfar en Panamá el presidente Ricardo Martinelli y todo
el mundo alababa su sabiduría en la escogencia y nombramiento de Willy
Cochez, como le conoce todo el mundo, para un cargo tan delicado como el
de ser su Embajador ante la OEA en un momento tan difícil como el que
atraviesa la región. Un hombre de inocultable reciedumbre democrática,
de ideología socialcristiana, amigo y compañero no sólo de los
socialcristianos venezolanos, sino de toda su clase política, habiendo
vivido largos y muy fructíferos años de su vida en Caracas. Era, pues,
una escogencia inteligente y apropiada para un foro que se vería
enfrentado a difíciles situaciones. Tal cual se demostraría luego, no
sólo con el caso de Venezuela, sino de Honduras y Paraguay. Agudizada su
gravedad por la insólita injerencia de Brasil y Cuba, aliados con la
Venezuela chavista en un proyecto de dominación continental que sigue
los lineamientos establecidos fundamentalmente por Fidel Castro y Lula
da Silva a través del instrumento continental creado a tal efecto, el
llamado Foro de Sao Paulo. En el que confluyen todas las organizaciones
de la extrema izquierda castrista, incluidas las guerrillas
narcoterroristas. Esta vez, y por primera vez en su historia, apoyadas
por gobiernos abierta o tendencialmente dictatoriales, como los de
Bolivia, Ecuador y Nicaragua, o subrepticiamente cónsonos con la
vocación injerencista del castrismo cubano, como Brasil, Uruguay y
Argentina. Y a los que se uniría la Hondura de Zelaya y el Paraguay de
Fernando Lugo. Todos los cuales creen compatible el respeto y la
subordinación a sus estructuras democráticas en lo interno, y el
respaldo al expansionismo castrochavista en lo internacional. En el caso
del Brasil, tras un proyecto imperial de muy difícil explicación.
Por primera vez en la historia de América Latina, un proyecto de
dominación continental, de naturaleza caudillesca, militarista y
dictatorial, de esencia antidemocrática y antiliberal y, enmascarada en
un neo socialismo populista, amalgamaba a la izquierda marxista de la
región. Con un nuevo proyecto, nuevos actores, un nuevo discurso y el
inmenso poderío financiero brindado por un gobernante desequilibrado,
irresponsable, mesiánico y delirante, capaz de encender las hogueras de
la conspiración, la desintegración y el caos con el uso de sus inmensas
reservas petroleras. Sin la menor consideración a las nuevas coordenadas
de la política mundial, visto el fracaso estrepitoso de los llamados
socialismos reales. Pero ante la absoluta indiferencia, la apatía e
incluso la silente o sonora complicidad de gobiernos indudablemente
democráticos, como los de Chile, Perú, Colombia, México o Costa Rica. Un
caso digno de Ripley.
Escribo sobre Willie Colón y Guillermo “Willy” Cochez, porque desde
ámbitos tan distantes y aparentemente desconectados como la diplomacia y
el espectáculo han irrumpido volcánicamente en la adormecida opinión
pública latinoamericana para llamar la atención sobre un caso insólito y
rocambolesco: el de un presidente de una república supuestamente
constitucional y democrática que desaparece de la faz del planeta, se
somete en La Habana a una gravísima cuarta operación quirúrgica para
paliar los espantosos dolores de un cáncer terminal, cae en el misterio
más insaondable hasta desatar los más estrambóticos rumores, se ve
imposibilitado de asistir a su juramentación como nuevo presidente de la
República y su partido y las instituciones por él controladas deciden,
violando todos los preceptos, leyes y tradiciones aceptadas y
reconocidas en el mundo entero, autorizarlo a permanecer ausente tanto
tiempo como el que sea necesario para su recuperación – sin especificar
plazos -, reconociéndole su legitimidad de manera automática y amañando
unos nombramientos que transgreden todo el ordenamiento constitucional
de la República. Convertida, por ese desconcertante e inédito
procedimiento, en una realidad farsesca, comediante, írrita y,
naturalmente, dictatorial y avasallada. Toda vez que los verdaderos amos
políticos de esa nueva Venezuela, como lo ha subrayado con valentía el
embajador Cochez en la OEA, son el dictador cubano Raúl Castro y su jefe
de seguridad, el policía Ramiro Valdés.
Esta usurpación, digna de una tragicomedia de Valle Inclán, no pudo
menos que llegar a la OEA, el foro de natural competencia para discutir
estas aberrantes anormalidades. Es cuando luce el descaro, por no decir,
el inmoral caradurismo de su Secretario General y la ominosa
complicidad de todos los países miembros. Que la consideran tan lógica
como una lluvia de salamandras o un concierto de alpargatas. Es cuando
en medio de esta inmoralidad innominada salen las dignas voces de Willie
Colón y Willy Cochez a poner los puntos sobre las íes. Un gesto
inolvidable que enciende una lucecita de esperanza en un continente
sumido en la corrupción, la alcahuetería y la desesperanza.
sanchezgarciacaracas@gmail.com
FUENTE: Analitica.com