Los muertos de la montaña.
Por: Enrique Prieto Silva.
Jueves 22 de agosto de 2013
Es
dantesca la actitud de los robulucionarios del "chavismo", esos
malignos personajes que destruyeron el país que un día llamáramos "la
Gran Venezuela", bajo la férula del personaje más maligno que haya
tenido la República en su historia, deslumbrado por una claque que lo
impulsó con ínfulas mesiánicas, hasta idolatrarlo y hacerlo creer que
"se la estaba comiendo" como un versado y dechado de virtudes, al
extremo de impulsarlo a ofrendar de su vida con la alegría
de quien asume la creencia de haber dejado una herencia milagrosa de
cambio social e ideológico, engañado como un triste personaje novelesco
del Renacimiento. No da vergüenza sino lástima saber que en pleno siglo
xxi tengamos que asumir tamaña estupidez, que por fortuna y gracia de
Dios, no pudieron completar la destrucción del país, pero que dejaron
como herencia a las futuras generaciones una abominación inmerecida, con
una reticencia social que nos obliga a tratar de enmendarla a la mayor
brevedad posible, para evitar que se transforme en un trauma
irreversible nunca conocido en nuestra nación.
Mucha
historia habrá que escribirse para recordar los ingratos años vividos,
Esos que nos obligaron a vivir a hurtadillas, con temor pero
sin miedo, orando por la necesidad del reencuentro, sabiendo que nos
encontramos con los márgenes de maniobra agotados en un Estado
clientelar populista y con un régimen estertóreo sin margen de maniobra
para su recuperación, como lo hizo y lo dejo "el muerto de la montaña",
la efigie del bolivarianismo híper-corrupto que nos han conducido en
estos 15 años de disparates y de paranoias, que a decir de muchos, su
gran obra ha sido "la quiebra de la nación con tentáculos gangrenados".
Un país gobernado por varias ignorantes familias, que han edulcorado un
fanatismo de harapientos y vagos, que con la cantinela de "así es que se gobierna", han amparado el robo y la maldad como mampara gobiernera.
Pero
la mayor gravedad mítica comienza desde que a alguien se le ocurrió la
idea de someter al idolatrado a una sesión permanente de adoración en el
bautizado "cuartel de la montaña", como si hubiera necesidad
de engatusar la ignorancia con la mentira para el robo descarado, que
quedó al libre albedrio sin el responsable "por ahora". Por fortuna,
conformaron el cementerio de la ficción donde poco a poco se irán
fracturando y desmadejando las volteretas del criterio
inconcluso de los fracasados. El lugar apropiado para enterrar los
ingratos recuerdos de la tragedia que vivimos, con las inarrables
fantasías que fluyeron de muchos militares engañados o ilusos presumidos
que creyeron haber descubierto la anti política que se respiraba en la
Venezuela de la última década del pasado siglo; que en realidad, fue un
sueño de juventud, cual cátedra de historia patria, confundida por los
avatares de la apoliticidad del militar de la época. Ese militar, que
entendía su misión como un servicio al colectivo; que nunca se posesionó
de la idea de gobernar y mucho menos, creer que pudiera establecerse
una dinastía militar con el respaldo de una claque conocida pero
impensada.
Los
muertos de la montaña nos llaman a la reflexión, en este momento
culturalmente complejo dirigido al radicalismo estéril, que dificulta
ensanchar el horizonte para salir del atolladero en que nos han sumido.
Seguirán las emboscadas y la provocación para que la oposición le dé el
palo a la lámpara, toda vez que el insepulto los dejo con los crespos
hechos y la responsabilidad indelegable.
Nicolás Maduro y Cilia Flores en el Cuartel de la Montaña.. Cortesía de: El Diario de Carcas