Antonio Sánchez García
Machurucuto: la puerta a la tragedia
8 de mayo 2015 - 12:01 am
@sangarccs
Así
un observador del amargo y desventurado país que hoy somos no lo crea,
Venezuela fue un día feliz, sus habitantes eran orgullosos, sus
políticos llamaban la atención por corajudos y sus militares eran
honestos, valientes y patriotas.
Aunque usted no lo crea, nadie debía esforzarse por convencer a sus ciudadanos de
presentarse a depositar su voto. El 1963, cuando cinco años después de
salir de la dictadura del general Pérez Jiménez con la insurgencia de un
pueblo verdaderamente amante de la libertad se realizaron por segunda
vez las elecciones presidenciales – nunca amañadas, nunca falsificadas y
nunca arrebatadas a un venezolano por un agente extranjero – la
participación popular alcanzó el 93%. A pesar de que comunistas y
miristas habían llamado a abstenerse y habían intentado boicotearlas con
el respaldo en dinero y armas de la tiranía cubana.
Ya por entonces el odio de las tiranías al profundo espíritu
libertario de nuestro pueblo y su orgullosa élite política había
intentado asesinar a nuestro presidente y alebrestar los cuarteles. Las
calles de Barcelona y de Puerto Cabello habían visto derramarse la
sangre de nuestros soldados por la traición de quienes habían sido
seducidos por el mensaje disociador del marxismo leninismo para terminar
entregados en brazos del castrismo.
Fuimos el único país latinoamericano odiado mortalmente por
Fidel Castro desde el nacimiento mismo de su revolución. A pesar de la
ayuda en dinero y en armas con que los demócratas venezolanos aportaran a
la lucha de liberación de su pueblo contra la dictadura batistiana.
Fuimos el único país invadido por soldados cubanos en odioso contubernio
con ciudadanos venezolanos dispuestos a sacrificar nuestra soberanía
para rendirse a la tiranía cubana.
Este ocho de mayo se cumplen 49 años de la invasión a
nuestro país por un grupo de militares cubanos con guerrilleros
venezolanos, entrenados, armados y financiado por Fidel Castro en
territorio cubano con el fin de sumarse a un amplio movimiento
insurreccional, ya reforzado por otro comando de militares cubanos que
invadieran nuestra Patria por las costas de Falcón un año antes, y
asaltar el poder en un poderoso movimiento armado que pretendía repetir
los hechos de la guerra cubana y el asalto al Poder que terminara en el
triunfo de las tropas de Fidel Castro y el Ché Guevara. Por cierto, en esa primera avanzada invasora el mando del comando estaba
a cargo del comandante Arnaldo Ochoa Sánchez, el futuro héroe de Ogadén
fusilado por Castro junto a Tony de la Guardia el 13 de julio de 1989.
El fracaso de ambos desembarcos y la derrota en el terreno
bélico y político fue tan determinante, que esos invasores debieron
retirarse con la cola entre las piernas, enfermos, humillados y
vencidos. Y sus aliados nativos dejar las armas sin gloria ni majestad.
Héroes en su patria y en otros campos de batalla, esos comandantes
cubanos fueron aplastados en nuestro suelo de manera inclemente por unas
fuerzas armadas decididas a defender nuestra soberanía con el fervor de
su espíritu y el valor de su sangre. Los invasores no se destacaron en
un solo hecho de guerra. No hicieron más que cometer crímenes y
asesinatos a mansalva. Aumentando así el odio y el rencor de quien no
perseguía otro propósito que apoderarse de nuestro petróleo y utilizar
nuestro territorio como plataforma para sus delirios expansionistas y
sus trasnochados sueños imperiales. Fidel Castro fue arrastrado por los
suelos por Rómulo Betancourt y Raúl Leoni, al frente de soldados,
marinos y aviadores comprometidos en cuerpo y alma con la República. Por
ellos y para ellos, la Patria no se humillaría ante un invasor
extranjero. Mucho menos si procedente de una república tiránica y
empobrecida, consumida en el fuego devastador de la fiebre
castrocomunista. Rómulo Betancourt derrotó a Fidel Castro en el terreno
político, en el terreno militar y en el terreno diplomático. El odio
contra Venezuela adquiriría en él dimensiones homéricas.
Sin disparar un solo tiro ni poner un solo soldado cubano en
suelo venezolano, cuatro décadas después Fidel Castro vería satisfechas
sus ansias de posesión y cumplidos sus deseos de humillar, devastar y
saquear a nuestra Patria como si fuera territorio vencido. Y poner de
rodillas a sus soldados, líderes y dirigentes, hombres y mujeres como si
hubiera sido una tierra arrasada en el campo de batalla por un feroz
ejército invasor.
Escribí según el relato de uno de esos guerrilleros
derrotados en el campo de batalla – el comandante Héctor Pérez Marcano -
los hechos de la segunda parte de esa invasión, la de Machurucuto - La invasión de Cuba a Venezuela - dando suficientes elementos de juicio para intentar comprender los
hechos y sus consecuencias, las causas, motivaciones y su desenlace. Al
hacerlo, quise comprender las razones que habían llevado a un hombre
vulgar, sin mayores atributos y sin valores excepcionales, mediocre y
sin genialidad estratégica alguna, así como, desde luego, sin los
menores escrúpulos ni patriotismo de ninguna naturaleza a quebrarle el
espinazo al Estado venezolano, a poner de rodillas a sus fuerzas
armadas, a engañar y seducir a su pueblo a extremos verdaderamente
insoportables, a castrar todo ímpetu liberador de su clase política y a
rendirse en todos los planos con alma, corazón y vida al tirano cubano.
Al extremo de que Venezuela dejó de ser la República que fuera para
convertirse en una vergonzosa satrapía, sin voluntad ni destino.
Desde luego, un accidente histórico tan monstruoso y de
tamaña envergadura, sucedido a vista y paciencia de todos los poderes
fácticos venezolanos y latinoamericanos, en la apatía y el absoluto
silencio de la comunidad democrática internacional, no tiene otra
explicación que la insólita pérdida de identidad de una Nación
desorientada y a la deriva, la grave crisis de todo orden que sacude a
Occidente, la pérdida de solidaridad ante el sufrimiento de un pueblo
sometido a la humillación, la persecución y el escarnio y el descarado
oportunismo que acosa a las principales potencias y a la comunidad
histórica de América Latina. Asistir al hundimiento de la democracia
venezolana, a la profunda corrupción de sus élites, al extravío moral de
sus hombres y mujeres, a la incuria de sus autoridades y la perversión
de sus ejércitos, aprovechando de paso para extraer beneficio de tan
insólita tragedia, da cuenta de que la tragedia venezolana no sucede por
azar ni será superada con un simple acto electoral.
Machurucuto, la ofensa a la dignidad nacional que hoy
recordamos, abrió las puertas a una catástrofe. Estamos muy lejos de
haberla superado. Dios nos ayude a lograrlo.
FUENTE: EL NACIONAL
ILUSTRADO POR: Alberto Rodríguez Barrera.
REMITIDO POR: Maximiliano Hernández Vásquez / UN 8 DE MAYO DE 1967: MACHURUCUTO: LA PUERTA A LA TRAGEDIA.