DOÑA ELENA Y LA VENGANZA DE BOLÍVAR
julio 22, 2016 |
No
son los tiempos de Gómez ni de Cipriano Castro. Ni muchísimo menos los
de Joaquín Crespo y Antonio Guzmán Blanco. Yo aspiro, en honor a la
modernidad que nos adeudamos, ver a toda la familia Chávez Frías, hasta
su última descendencia, presos, juzgados y condenados. Negándoles una
justicia del honor la casa por cárcel que le niegan a sus presos
políticos. ¿Será posible? La esperanza es lo último que se pierde. Aún
no la he perdido.
Antonio Sánchez García @sangarccs
A las frenéticas
indigestiones causadas por el consumo del chile jalapeño, las enchiladas
y el pozole, que suelen pillar desprevenido al turista que visita ese
país asombroso llamado México, los naturales le llaman, entre
sarcásticos y compasivos, “la venganza de Moctezuma”. Ellos, que
mantienen una relación cordial y respetuosa con la muerte, saben que en
el trasfondo de los pueblos late el fantasma de la venganza. Pronto a
caerle a saco a aquellos que lo traicionaron o se burlan de sus afanes.
Me provoca imaginar
que desde aquel ominoso circo del esperpento montado por el insolente
mayor de la tribu, Hugo Chávez, el piache que vino de los cuarteles a
hundirle el puñal por la espalda a la Venezuela civilizada, cuando
provocando a los espíritus malignos descerrajó la urna sagrada del
primer venezolano para hacer con sus silenciosos despojos, olvidados de
tanto frenético empeño por convertir el plomo en oro, lo que la magia
negra afrocubana del gran piache, Fidel Castro, le aconsejara desde La
Habana: beber la esencia que aún le quedara en la poca médula de sus
huesos, fumarse el raspado de sus fémures y costillas, y apoderarse de
la grandeza ilusoria que reposaba en silencio en lo oscuro de ese mínimo
recinto por décadas inviolado, como Indiana Jones creía posible obtener
el mágico poderío de Moisés apoderándose del arca perdida.
Ni la idea ni el
esfuerzo son inéditos. Nadie ha podido aclarar científicamente la famosa
maldición de Tutankamón. Todos quienes participaron del descubrimiento
de su tumba, en el Valle de los Reyes – la visité en plena guerra de Yom
Kipur – murieron en extrañas circunstancias. Como Hugo Chávez, que
parece haber pagado con su vida y esa muerte nunca jamás aclarada – como
un paria que el destino se empeñó en deshacer – por el insólito
atrevimiento de jorungar al muerto más importante de la república.
Ahora el turno le
tocó a su hermano Aníbal. Muerto aviesamente de esta enfermedad
inaugurada por su hermano, el “chavismo”, esa catastrófica herencia
dejada en su abandono por el último caudillo. En su caso: verse obligado
a tragar comida descompuesta, que compuesta “no hay”; carecer de
medicinas para enfrentar la salmonella que le asaltara en desmedro de
los miles de millones de dólares de su familia – robada de las arcas
fiscales como una suerte de salmonella política y criminosa – que
medicinas “tampoco hay”; y sin asistencia sanitaria “veraz y oportuna”,
que obviamente “no hay”. En el colmo del desatino y la impostura, que la
doña es la última costra de esa maldita lacra hereditaria llamada
caudillismo militarista, reclama su madre no porque no hay alimentos,
medicinas ni hospitales, por culpa exclusiva de su parido, maltratado
hijo y hermano del infortunado neo fallecido, sino porque el gobierno de
su nieto putativo no lo mandó en volandas a La Habana.
¿Olvidó la doña que
la desgracia mayor de su familia, insignificante en comparación con la
de treinta millones de venezolanos, fue provocada y llevada a su
culminación precisamente en el CIMEQ de La Habana? ¿Olvidó la doña que
salió de su cocina, con lamparones de manteca de cerdo en su delantal
pringado de tanto freirle baranda a su desdentado esposo, para irrumpir
en las páginas de la revista ¡HOLA! de peinado señorial, con anteojos
Gucci, rolex de oro, collares Cartier, foulard Carolina Herrera y
perrito frifrí, que La Habana ha sido el mortal destino de todos los
castrochavistas que han preferido la medicina cubana a la criolla y
democrática?
Sorprende que doña
Elena Frías culpe a Maduro por no haberle puesto al señor Aníbal Chávez
Frías un avión de PDVSA para llevarlo a morirse, como su otro hijo, bajo
cielos martianos y no le reclame a su nieta María Gabriela por no
haberle alquilado a su tío, desde Nueva York, un súper Jet para
llevárselo a la mejor clínica newyorkina. O ella misma, la madre del
occiso. ¿O vendrá con el cuento de que ella carece de los medios como
para haberlo auxiliado? ¿Son tan roñosos ella y los suyos como para que,
después de haber saqueado miles de millones de dólares de los dineros
de la República y haber montado ese Falcon Crest barinés, sigan
endosándole al Estado las cargas de sus iniquidades?
No son los tiempos
de Gómez ni de Cipriano Castro. Ni muchísimo menos los de Joaquín Crespo
y Antonio Guzmán Blanco. Yo aspiro, en honor a la modernidad que nos
adeudamos, ver a toda la familia Chávez Frías, hasta su última
descendencia presos, juzgados y condenados. Negándoles una justicia del
honor la casa por cárcel que le niegan a sus presos políticos. ¿Será
posible? La esperanza es lo último que se pierde. Aún no la he perdido.
FUENTE: FRENTE PATRIÓTICO