El
Problema Militar
III
Fernando Ochoa
Antich.
Mi
artículo anterior sobre este tema culminó con la solicitud que le presentó el
general Peñaloza al presidente de la República de someter a Consejo de
Investigación al grupo de mayores que habían sido detenidos por planificar una
presunta insurrección militar en la guarnición de Caracas. El presidente Pérez
no lo autorizó. Su percepción sobre esa presunta conspiración era distinta a la que tenía el general Carlos Julio Peñaloza,
comandante del Ejército, quien mantenía que dicho intento conspirativo era
protagonizado por un grupo de oficiales captados
por la izquierda radical. En cambio, el presidente Pérez estaba convencido que
ese problema había surgido como consecuencia de la tradicional lucha entre los
Altos Mandos por naturales ambiciones profesionales. Al leer el reciente libro
del general Peñaloza, “El discípulo de Fidel”, pude conocer que él tenía
una importante información sobre lo que estaba ocurriendo en el seno del
Ejército. Ignoro las causas por las cuales no logró convencer al presidente
Pérez para que se tomaran las medidas pertinentes. En ese libro, entre otras
sorprendentes informaciones, mantiene: “A mediados de los años setenta, Douglas Bravo
logró infiltrar de nuevo la Dirección de Personal del Ejercito al captar a
través del teniente coronel Ramón Santeliz Ruiz a un empleado civil apodado
“Guerrita”. Su cargo era crucial. Su labor oficial se limitaba a cumplir órdenes
del Jefe del Departamento de Personal Militar, pero en la práctica, dado el
gran número de oficiales, podía hacer sus propios nombramientos. Esta realidad
la entendió Douglas Bravo, quien le ordenó a Santeliz captarlo para el trabajo
de penetración que estaban realizando”.
Si
eso fue así, no hay duda de que esa grave irregularidad fue lo que
permitió la designación de algunos capitanes y tenientes como oficiales de planta de la Academia
Militar por un tiempo de permanencia en esos cargos superior al de dos años,
como era lo normal. Así ocurrió con los tenientes Hugo Chávez Frías, Francisco
Arias Cárdenas, Miguel Ortiz Contreras, David López Rivas, Jesús Urdaneta
Hernández, Yoel Acosta Chirinos, Gustavo Pérez Issa, Raúl Isaías Baduel y
Wilfredo Ramón Silva quienes al corresponderles realizar el curso integral, de
obligatorio cumplimiento para ascender a capitán, regresaron a la Academia
Militar. De esa manera, pudieron permanecer en dicho Instituto desde 1978 a
1982, logrando captar a numerosos cadetes para la conspiración que se estaba
gestando. Así ocurrió también con los futuros capitanes: Ronald Blanco La Cruz,
Edgar Hernández Behrens, Carlos Guyón Celis, Gerardo Márquez, Miguel Rodríguez
Torres, Gimón Álvarez, Luis Valderrama Rosales, Darío Arteaga Paz, Antonio
Rojas Suárez y pare usted de contar. Por supuesto, es justo reconocer que, en
general, hubo serias fallas en los organismos de inteligencia y selección de
personal y en particular de los diferentes niveles de comando del cuerpo de
cadetes. Para colmo, los alféreces captados para la conspiración, ya con el
grado de teniente, regresaron a la Academia Militar como oficiales de planta, a
continuar su labor de captación.
En
1984, el general Carlos Julio Peñaloza fue designado director de la Academia
Militar. Después del acto protocolar hubo un brindis en el casino de oficiales.
En la recepción fungió como maestro de ceremonia el capitán Hugo Chávez Frías,
quien utilizando el micrófono le dio la bienvenida al acto. Su manera
histriónica de actuar impactó negativamente al nuevo director. A los pocos
días, en la primera visita de los familiares de los cadetes recién admitidos,
un viejo compañero de estudios del general Peñaloza le informó que su hijo
estaba siendo adoctrinado, con intenciones subversivas, por el capitán Hugo
Chávez. A partir de ese momento, el general Peñaloza trató de averiguar lo que
estaba ocurriendo en la Academia Militar, llegando a la conclusión de que el
capitán Chávez discutía de política con los cadetes. Ante esta realidad, decidió
transferirlo del Instituto, enviándolo al comando del Ejército, con el
correspondiente informe de su actuación. Nunca he entendido las razones por las
cuales no lo sancionó disciplinariamente, estando convencido como estaba que el
capitán Chávez había cometido una gravísima falta al tratar de adoctrinar
políticamente a un grupo de cadetes. Para colmo, el informe que envió el
general Peñaloza a la dirección de Personal desapareció de su expediente.
Sorprendentemente, en lugar de ser sancionado, fue enviado a comandar una
unidad de nivel compañía aislada de carros blindados en Elorza, cargo este reservado como un
reconocimiento para oficiales en el grado de capitán, que se han distinguido
por sus excelentes cualidades profesionales. Al ascender a mayor ocupó el
primer puesto de su promoción, sin que se hubiese presentado ninguna objeción.
En
1990, los aspirantes a ocupar el ministerio de la Defensa eran el vicealmirante
Héctor Jurado Toro y el general de división Carlos Julio Peñaloza. El
presidente Pérez decidió designar al vicealmirante Jurado y el general Peñaloza
fue ratificado como comandante del Ejército. Yo fui designado Inspector General
del Ejército. El general Manuel Heinz Azpúrua fue nombrado Jefe del Estado
Mayor Conjunto. El general Carlos Santiago Ramírez, director de Gabinete del
ministerio de la Defensa. Entre este último y el general Peñaloza, quienes eran
íntimos amigos, había surgido un serio distanciamiento, como consecuencia a la
detención de los mayores en 1989. En ese año ocurrieron hechos muy importantes
que complicaron aún más las tensiones internas: la apertura de una averiguación
sumarial en el caso del fraude al Ejército por la empresa de la señora Gardenia
Martínez en medio de un gran escándalo público; el enfrentamiento entre los
generales Herminio Fuenmayor, director de Inteligencia de las Fuerzas Armadas y
el general Carlos Julio Peñaloza. El general Peñaloza detectó que el general
Fuenmayor estaba investigando, sin autorización del presidente Pérez, el uso
que se daba en el Ejército a los fondos sobrantes de alimentación de personal.
Este enfrentamiento llegó a tal nivel que el general Peñaloza le solicitó al
presidente Pérez enjuiciar al general Fuenmayor por insubordinación. Esta
situación, que se prolongó por varios meses, produjo una permanente tensión en
el Ejército y un ineficiente desempeño de la Dirección de Inteligencia de
las Fuerzas Armadas.
Esta
inconveniente disputa, produjo un significativo enfriamiento en la relación
personal entre el presidente Pérez y el general Peñaloza. En esos días, la
Comisión de Política Interior del Congreso Nacional citó al general
Peñaloza para que explicara los casos de corrupción que habían sido detectados
en el Ejército. El general Peñaloza solicitó al ministro Jurado el correspondiente
permiso. En la mañana, recibí una llamada urgente del vicealmirante Jurado,
quien me ordenó localizar al general Peñaloza para informarle que el presidente
Pérez no había autorizado su presentación ante la Comisión de Política
Interior. Traté por todos los medios de hacerlo, pero el general Peñaloza no
había ido al Comando del Ejército ni tampoco se encontraba en su casa. A las
10:00 a.m., el general Peñaloza se presentó al Congreso Nacional. Fue
interceptado por el diputado Henry Ramos Allup, quien le informó que el
presidente Pérez le ordenaba no asistir a la interpelación. La respuesta del
general Peñaloza fue terminante. “Tengo la obligación constitucional de asistir
a las interpelaciones del Congreso Nacional. El presidente Pérez no me puede ordenar
incumplir esa obligación”. La interpelación del general Peñaloza incrementó aún
más el escándalo de las adquisiciones militares.
El
10 de junio llegué al Círculo Militar cerca de las 6 p.m. Al entrar al hotel,
me conseguí casualmente con el general Peñaloza. Me dijo que tenía que hablar
conmigo sobre un asunto delicado. Me explicó que tenía una información muy bien
confirmada sobre una posible conspiración que estaba organizando un grupo de
oficiales del Ejército. Al terminar le pregunté: “¿Carlos Julio, le informaste
al presidente Pérez?” Me respondió que no, demostrando cierta molestia. Al
darme cuenta de su actitud, traté de convencerlo: “Carlos Julio, me colocas en
un verdadero problema. Hazme el favor de acompañarme a hablar con el presidente
Pérez”. Se quedó pensativo varios minutos. Al rato me respondió:” Bueno, te
acompaño, pero pide tú la audiencia”. Llamé por teléfono a Laura Robles,
secretaria privada del presidente Pérez, para solicitar la audiencia. A los
quince minutos me llamó fijando la hora. A las 8:15 p.m. el presidente Pérez
nos recibió. El general Peñaloza le explicó que el mayor Orlando Madrid
Benítez, quien había logrado penetrar el grupo conspirativo, le había informado
que los mismos oficiales superiores que hacía dos años habían sido detenidos,
estaban preparando los detalles finales de una insurrección militar. El
presidente Pérez se quedó pensativo unos minutos. Su respuesta no tuvo nada que
ver con lo expuesto por el general Peñaloza. “General, he decidido que entregue
el Comando del Ejército pasado mañana. El general Fuenmayor será reemplazado en
la Dirección de Inteligencia Militar mañana mismo”. Peñaloza y yo quedamos
sorprendidos. Sin decir una palabra más, dio por terminada la audiencia.
Caracas, 15 de enero de
2017.
fochoaantich@gmail.com