¿Necesitamos
fuerzas armadas?
José Vicente
Carrasquero A.
Esta
pregunta me la he venido haciendo desde que viera en 1990 la estrepitosa caída
de uno los ejércitos más importantes del mundo a consecuencia de su
enfrentamiento con las potencias más industrializadas del planeta. Me refiero a
la Operación Tormenta del Desierto con la cual los Estados Unidos y sus aliados
lograron desmantelar al ejército Iraquí, entre los cinco más grandes y mejor
armados del mundo en ese momento, sin tener que poner a sus tropas en mayores
riesgos.
Visto
que estamos muy lejos del poder militar que despliega una potencia como los
Estados Unidos, nuestras hipótesis de conflicto pierden vigencia si la gran
potencia militar se pone del lado de nuestros adversarios. Chávez, manejado por
Castro, pensaba que armando a nuestras fuerzas armadas y formando milicianos
podría evitar un intento de invasión tipo Bahía de Cochinos.
Es
así como este militar al que le aplazaron el curso de estado mayor, se puso a
gastar nuestros recursos en juguetería bélica rusa y china que, como es de
esperarse, no nos da ninguna ventaja frente a nuestros adversarios si ellos
llegaran a contar con los americanos como aliados.
Lo
que me vuelve a traer este asunto a la mente no es otra cosa que la vergonzosa
comunicación que un no electo ministro de la defensa (corresponde el uso de
minúsculas) hace llegar al Presidente de la Asamblea Nacional. Si este señor
ostenta el mayor cargo como militar efectivo de nuestras fuerzas armadas y
manifiesta tantas deficiencias en su formación, ¿qué se puede esperar de los
demás? ¿Serán de tan pobre formación como él?
Uno
puede suponer que el actual ministro llegó a tan elevada posición por su
evidente militancia en el partido de gobierno. Eso ha sido el elemento
fundamental que ha explicado los nombramientos de este siglo.
La
ignorancia del ministro se manifiesta en dos aspectos que vale la pena
resaltar. Por un lado, él no posee rango para dirigirse en los términos que lo
hace al Presidente de la Asamblea Nacional. Él es un funcionario nombrado por
el presidente. Su legitimidad se deriva de un acto administrativo y no puede,
en caso alguno, hablar como si tuviese el mismo nivel o condición de quien
recibe su misiva. La otra gravísima prueba de la falta de formación del ministro
está en el desconocimiento de la institucionalidad de las fuerzas armadas y que
la misma no está ligada a figura histórica alguna. Ni siquiera a Bolívar, mucho
menos al responsable de la miseria que sufrimos los venezolanos, Hugo Chávez.
El
caso del ministro no es único. En un ministerio que debiera ser netamente civil
como el de Interior, Justicia y Paz, encontramos un individuo que se ha
dedicado a mentir de forma descarada y hasta boba. El cuento que echó de los
billetes de cien me mantuvo riendo un buen rato a pesar de la desgracia que
significa. Solo a una mente bobalicona se le puede ocurrir que el gobierno
norteamericano pagaría un dólar por cada billete de 100 si puede comprar más de
30 por un dólar. Lo grave del caso es que el señor da una explicación boba y no
se da cuenta de la magnitud de la estupidez que está diciendo. A pesar de la
operación del ministro, el dólar continúa su camino ascendente mostrando lo
necio de la maniobra del gobierno.
Otro
militar que avergüenza a las fuerzas armadas es el genio del modelo cualitativo
cuantitativo que podía probar que la criminalidad había bajado. Este individuo
dirige la policía política del régimen y se ha encargado de sembrar evidencias
en políticos venezolanos de una forma descarada. La explicación de esta
patología psicológica está en el terror que le produce que un cambio de
gobierno signifique para él terminar vistiendo de por vida un traje naranja.
Los
militares que participaron en los asesinatos del 4F y el 27N y hoy son
gobernadores y ministros han quedado como pésimos administradores y lo que es
peor, como corruptos de marca mayor. Estos sujetos que se levantaron en armas
contra la democracia han participado en la implantación de una dictadura cuyos
defectos superan con creces a los gobiernos anteriores.
Los
recientes ajusticiamiento de venezolanos por personal de las fuerzas armadas es
un elemento adicional a ser mencionado. El comediante eterno se la pasaba
repitiendo aquello de maldito el soldado que levante su arma contra el pueblo.
La lista de malditos es inmensa y no se limita a los sometidos a juicios
recientemente. Todavía anda en libertad, mientras esté el chavismo en el poder,
la funcionaria de la guardia nacional que golpeó brutal y cobardemente a una
ciudadana que ejercía su derecho a la protesta.
Como
si todo esto fuese poco, las fuerzas armadas protagonizan la comiquita de unos
ejercicios militares para practicar en contra de la posible invasión de
ejércitos extranjeros. Para vergüenza de todos los venezolanos, menos los
militares mismos, estas ridículas operaciones de soldaditos de plomo fueron
supervisadas por militares cubanos. ¿Cómo le cree uno al ministro cuando habla
de su disposición a defender la soberanía nacional?
Militares
como estos que he descrito no necesitamos. No podemos permitir a miembros de un
partido político que se uniformen. Hay que darle un parado a estos señores que
se creen por encima del pueblo al que llaman con desprecio civiles.
Necesitamos
unas Fuerzas Armadas comprometidas con la defensa de la nación y de la
soberanía que reside en el pueblo. Unas Fuerzas Armadas sin apellidos y que no
le rindan culto a nulidades engreídas que, como Chávez,
destruyeron el carácter profesional que deben imperar para ejercer las
funciones que la constitución les ordena.
Son
necesarias unas fuerzas armadas dispuestas a recuperar para el estado
venezolano el monopolio de la violencia. Resulta insólita la existencia de
grupos paramilitares armados ante la mirada obsecuente de la oficialidad. Unas
Fuerzas Armadas que impidan la destrucción de nuestro ecosistema por hordas de
cazadores de fortuna que afectan las cuencas de nuestros ríos.
Necesitamos
Fuerzas Armadas que se dediquen a lo estrictamente militar. Unas Fuerzas
Armadas al servicio del pueblo que en última instancia justifica su existencia.