La
mentira como política de Estado
Fernando
Ochoa Antich.
Las dictaduras marxistas se han
caracterizado, desde los ya lejanos tiempos de la toma del Palacio de Invierno
durante la revolución bolchevique, por falsificar la verdad de los hechos
históricos mediante agresivas campañas de propaganda y un permanente control de
los medios de comunicación. Esa fue parte de
las enseñanzas que recibió Nicolás Maduro durante los años de
“formación”, para cuadros políticos de izquierda, que realizó en la escuela “Ñico
López”, en la ciudad de La Habana, durante los años 1986 y 1987. Convencido
como está del inmenso rechazo popular que tiene su imagen presidencial y su
desastroso gobierno no se atreve a contarse en elecciones universales, directas
y secretas. De hacerlo, la derrota sería aplastante. En estas circunstancias,
decidió utilizar al TSJ para anular a la legítima Asamblea Nacional. Los
resultados no pudieron ser peores: la doctora Luisa Ortega Díaz, Fiscal General
de la República, denunció que la aplicación de las sentencias 156 y 157
constituiría una ruptura del orden constitucional. Acto seguido, decidió
continuar violando la Constitución, mediante la ilegal convocatoria de una
Asamblea Nacional Constituyente Comunal, la cual, según él, era necesaria para la
solución de los problemas nacionales. En verdad, su propósito fue crear una írrita estructura parlamentaria
que le permitiera “validar” sus atropellos, pretendiendo, además, darle valor
constitucional al inmenso e irresponsable endeudamiento al que, sin autorización
de la Asamblea Nacional, sigue sometiendo a la República.
Esa convocatoria pudo haber sido una
excelente solución a la inmanejable crisis política nacional, pero exigía
cumplir cabalmente los artículos 347 y 348 de la Constitución Nacional de 1999.
Sin embargo, ante la seguridad de una catastrófica derrota electoral, no quiso
consultarle a todos los venezolanos y en su defecto creó un absurdo sistema
electoral que obvió totalmente el principio fundamental de toda elección
democrática: un ciudadano, un voto. Lógicamente, en esas condiciones no era
posible que la oposición democrática aceptara
participar y legitimar unas elecciones claramente manipuladas e
inconstitucionales para que el triunfo electoral lo obtuviera el régimen
madurista. Las elecciones del 30 de julio resultaron un inmenso fiasco. Los
venezolanos observamos la casi inexistente presencia de votantes en los centros
electorales. El fraudulento resultado
anunciado por el Consejo Nacional Electoral de ocho millones de votos dejó en
evidencia su conducta delincuencial y marcó la conciencia de nuestro pueblo,
pero al mismo tiempo orientó todos los informes del cuerpo diplomático
acreditado en Venezuela e incrementó el rechazo internacional a la dictadura.
Cincuenta países consideraron írrito el resultado y desconocieron la legalidad
y legitimidad de la espuria Asamblea Nacional Constituyente. Nuevamente, la
mentira se hizo presente en una avasallante campaña de propaganda,
afortunadamente, sin ninguna posibilidad de éxito.
Era imposible que, en esta
circunstancia, no surgiera una firme respuesta de una personalidad tan
particular como la de Donald Trump. Su sorprendente y peligrosa declaración,
indicando que entre las posibles opciones para superar el problema que
representa la dictadura venezolana, para sus nacionales y para la región, se
encuentra la militar, el periplo del vicepresidente Mike Pence a Colombia,
Argentina y Chile y las
declaraciones del director de la CIA, Mike Pompeo, señalando que “la presencia
de cubanos, rusos, iraníes y el Hezbolah es un gran riesgo para los Estados
Unidos”… deberían hacer reflexionar al Alto Mando Militar. Imaginarse que la
respuesta a esa amenaza son unos ejercicios “militares” de fin de semana es un
absurdo. La primera jugada de la panoplia de opciones de los Estados Unidos ha
sido las sanciones económicas. En conclusión, las posibilidades de obtener
recursos financieros suficientes para
poder enfrentar el hambre, la creciente escasez de medicinas y de productos de
primera necesidad empeorará la crisis humanitaria que vive nuestro pueblo. Esta
es la realidad que enfrenta Venezuela. Su gravedad está a la vista. No
valorarla sería una irresponsabilidad criminal que debería tener consecuencias
penales, tanto nacionales como internacionales, para los responsables. Sin
embargo, la mentira ha hecho acto de presencia una vez más. La dictadura ha
pretendido, sin éxito, convencer a los ciudadanos de que las causas de sus
penurias son estas muy recientes medidas. Además, creer que se puede aplicar un
“Período Especial” de limitaciones económicas a los venezolanos, en estos
tiempos, como ocurrió en las Revoluciones
rusa, china y cubana, es
desconocer las grandes transformaciones históricas ocurridas a finales del
siglo XX.
Soy de los que creen que todavía existe espacio político
para buscar una solución de consenso entre todos los factores nacionales que le
evite a Venezuela tener que enfrentar una inmanegable tragedia nacional. No hay duda que la iniciativa le corresponde
a Nicolás Maduro y a su gobierno. No es posible continuar con las acciones
represivas de la espuria Asamblea Nacional Constituyente, que por lo que veo,
está siendo controlada por el sector más radical del chavismo. De no
rectificarse a tiempo, el campo de maniobra continuará reduciéndose hasta
conducirnos a un desbordamiento de la insatisfacción social de consecuencias
impredecibles. Una extraordinaria oportunidad para superar el inmanejable
“choque de trenes” que se otea en nuestro porvenir como sociedad podrían ser las elecciones para
gobernadores. Si el Consejo Nacional Electoral se comprometiera a garantizar un
proceso electoral absolutamente imparcial con el respaldo del Ejecutivo
Nacional, podría abrirse una nueva
posibilidad para reiniciar un verdadero diálogo entre el oficialismo y la Mesa
de la Unidad con alguna perspectiva de solución para la crisis nacional. De no aprovecharse esta posibilidad de
diálogo, es difícil prever el desarrollo de los acontecimientos futuros, pero
se perdería una gran oportunidad para reorientar a Venezuela por un camino de
paz y de progreso. La mentira como política de Estado no resuelve los grandes
problemas nacionales. Al contrario, los incrementa.
Caracas,
3 de septiembre de 2017
fochoaantich@gmail.com@FOchoaAntich