LA ALCABALA FANTASMA
Alberto patrullaba con su pelotón
al lado izquierdo de la carretera entre Anaco y Aragua de Barcelona. Era una de
sus últimas misiones en el batallón de cazadores Carvajal, pues ya había
llegado su transferencia para un batallón de tanques, su arma original. El
cansancio corría aparejado de la nostalgia. Quince meses viviendo la hermosa
aventura de combatir la subversión castro comunista en los lugares más ignotos
de la geografía nacional. Sus soldados muertos, la herida recibida en Campo
Rojo cuando persiguió al grupo que emboscó al Campo Elías en el Samán de Urica,
la sonrisa de Josefita bañándose desnuda en el Amana, los piques con su
Javelin…todos los recuerdos se le atropellaban, amargos y dulces, mientras a lo
lejos, el crepúsculo oriental dibujaba siluetas de fuego. De repente, Alberto
hizo callar sus pensamientos, pues se recordó a sí mismo que estaba en combate,
lugar donde los errores se pagan con la muerte.
Caminar por los mayales de los
llanos orientales siempre es trabajoso, las espinas y el ñaragato se pegan a la
piel y al uniforme. El sudor y la falta de agua hacen una espesa costra salada
en la boina y la camisa. Un sorbo de la cantimplora debería bastar pues debía
dar el ejemplo a sus soldados, algunos mayores que él en edad, pero a los que había
conducido a varias victorias en combate. La noche se acercaba y aún faltaban
varios kilómetros para completar el itinerario de reconocimiento del área. Ese
24 de septiembre de 1978, la noche se aproximaba con velocidad vertiginosa.
Al aproximarse al crucero de
Aragua de Barcelona, los cabos Irineo y Maita, sus exploradores, le indican la
presencia de gente armada instalando una alcabala en el crucero. Con la poca
luz restante, Alberto tomó los binóculos de campaña y pudo distinguir las
inequívocas siluetas de cinco soldados cazadores instalados en una alcabala de
control, pero dos cosas llamaron inmediatamente su atención. La primera era que
en la orden de operaciones no estaba prevista la instalación de una alcabala
por ninguna unidad en el sector. La otra, más extraña aún, era que los
brazaletes de los cazadores no coincidían con el código autorizado para esa
fecha y hora.
Inmediatamente, Alberto aprestó a
sus tigres para el combate. Desplegó la escuadra de Marcano, al lado derecho al
mando de Lara Palma, su sargento de pelotón y asumió el mando de la otra por la
izquierda. Al intentar comunicarse con su comandante de batallón a través del
radio Motorola, este no funcionaba. Lo mismo ocurrió con el ANPRC-25 orgánico
de comunicaciones. Debía tomar una decisión que podía implicar un
enfrentamiento entre fuerzas amigas. O se trataba de un comandante de pelotón
despistado o era una escuadra guerrillera lista para hacerse pasar por
cazadores.
Para salir de dudas mandó a
Mambell, un soldado caraqueño conocido por su arrojo, a que se adelantara lo
más posible y sin hacer ruido se cerciorara de la identidad de las tropas que
montaban la alcabala en el crucero. Entretanto, Alberto seguiría el sigiloso
desplazamiento del cazador a través de la mira telescópica de su FAL.
A través de la mira, se podían
observar las cinco siluetas, pero la calina del crepúsculo no permitía ver sus
rostros. Mambell se acercó y después de unos minutos regresó informando que se
trataba de una unidad de cazadores. La igualdad de armas, equipos y uniformes
así como la técnica de instalación de la Alcabala, así lo demostraban.
Alberto decidió salir a la
carretera a fin de averiguar quién era el oficial despistado que estaba
atravesado en plena operación. Corzo, uno de sus compañeros y a quien le tocaba
el lado derecho del recorrido ciertamente tenía fama de distraído, pero no
tenía los implementos para montar la alcabala.
Al salir a la carretera con sus
cazadores en posición de combate, en ella simplemente no había nadie. Los
efectivos militares habían desaparecido. Sin reponerse aún de la sorpresa, el
subteniente miró a su derecha y vio una pequeña capilla, de esas que se
construyen en las carreteras como recuerdo a los fallecidos. En ella podía
leerse una pequeña inscripción: "A la memoria del subteniente Alberto
Verde Graterol".
Los soldados que lo acompañaban
se santiguaron en seguida. Marcano musitó un Ave María Purísima, respondido de
inmediato por el resto del pelotón: Sin pecado concebida. Las creencias y
supersticiones, a los que tan aficionados son los campesinos orientales,
empezaron a hacer mella en los tostados guerreros del Carvajal. Alberto sabía
que la situación podía salirse de control. Colocó ocho soldados en seguridad
perimétrica y con el resto procedió a rezar un Padre Nuestro y un Ave María por
los difuntos. Un soldado, quien sabe de dónde, sacó una pequeña vela para
colocarla en la capillita. La luz permitía leer los nombres a quien estaba
consagrada: subteniente Alberto Verde Graterol, cabo primero Jesús Rafael Núñez,
cabo primero Juan Manuel Arriojas y distinguido. José Gómez Goitia. Alberto
recordó la fecha. Se cumplían exactamente nueve años del alevoso asesinato de
ese grupo de cazadores de su batallón.
El 24 de septiembre de 1969, una
comisión del batallón de Cazadores Carvajal Nº 53 compuesta por el subteniente
Verde Graterol y ocho soldados, se ocupaba de efectuar una encuesta solicitada
como colaboración por el Ministerio de Obras Públicas y que se llamó
"Origen y destino". El propósito era obtener datos para la
planificación vial de dicho ministerio, averiguando de donde procedían los
viajeros vehiculares y a donde se dirigían. Nada más que eso, ninguna otra
intención operacional o de inteligencia. La misión de la tropa era
eminentemente pacífica, de servicio público. Se instalaban diariamente en la
encrucijada de la vía que conduce de Anaco a Aragua de Barcelona, llamado el
Crucero de Aragua. Ese día en la mañana, cuando el subteniente Alberto Verde
Graterol daba instrucciones a la tropa sobre lo que tenían que hacer, fueron
sorpresivamente ametrallados por los ocupantes de dos vehículos.
Los guerrilleros pertenecientes
al Frente "Antonio José de Sucre", unos trece bandoleros dirigidos
por un tal "comandante Rolando" y por la "comandante
Emperatriz", quien alevosamente remataría al subteniente Verde de un
disparo a la cabeza acribillaron al oficial y a tres soldados. Los restantes
quedaron malamente heridos, el cabo primero Eusebio Rodríguez Tineo, el soldado
Luis Domingo Salas, el soldado Ramón Montilla, el soldado Santos Jiménez y el
soldado Francisco Morocoima. Este último, a plomo limpio, impidió que los demás
heridos fueran rematados. Al ver la resistencia y el auxilio que venía de parte
del pelotón comandado por el subteniente Rostilaw Boratzuk, los "valientes"
subversivos optaron por la huida.
Tanto ese relato, como el de la
muerte del subteniente Moreno Uribe, fallecido en el combate de El Naranjal el
12 de noviembre de 1968, era conversación común entre los oficiales del
batallón. Dos de sus fundadores y testigos de esa época sentaban plaza en el
Carvajal para la fecha. Nelson, el segundo comandante del batallón, había hecho
colocar el retrato de los dos oficiales en el casino-comedor reservado a los
profesionales de la unidad. Era un diario recordatorio, tanto de sus nombres,
como de las medidas de seguridad que debíamos adoptar en combate. En el
Carvajal, la muerte no era el gran paso para el encuentro con Dios, sino el
resultado de errores técnicos que no debían cometerse. El otro fundador, el
sargento técnico Andrés Cárdenas, especialista en comunicaciones, había sido
soldado en esa época y un testimonio vivo de la historia del batallón.
Frecuentemente sus conversaciones aludían al triste momento de esa emboscada.
Después del rezo, Alberto Ordenó
a las tropas saludar frente al pequeño monumento, cosa que marcialmente
hicieron sus hombres, y adoptaron la formación de columna de combate en
respetuoso silencio. El pelotón siguió su marcha hasta el punto de encuentro
del resto de las unidades, donde acamparía la compañía para ser transportada en
camiones al día siguiente hasta su base de Maturín.
Unos días más tarde, a mediodía, Alberto degustaba un café
negro y un cigarrillo en el casino, cuando requirió de otro soldado la
presencia del cabo Mambell. Lo necesitaba para preparar la entrega de los
equipos de comunicaciones asignados a su pelotón que debería entregar
formalmente en los próximos días, apenas se presentara su reemplazo.
Era muy poco habitual que un soldado entrase a las áreas reservadas a los profesionales. Mambell al ingresar, lo primero que vio fue una
fotografía y de seguidas se puso pálido y entró en shock frente a la asombrada
mirada de Alberto.
- Era él, mi teniente, era él, dijo Mambell mientras su
cuerpo se agitaba aún en posición de firmes
- ¿Era el qué, Mambell?, interrogó Alberto
- El teniente que estaba en la alcabala aquella noche, mi
teniente, la noche de los soldados fantasmas. Hace una semana.
Esa noche, a Alberto le costaba conciliar el sueño. En la
duermevela le parecía recordar lo que vio o creyó haber visto aquella noche.
Varios soldados también lo vieron, pero ¿era real o producto del cansancio y la
imaginación?
Años más tarde, Alberto recibió la noticia del combate de
Cantaura. La Brigada de Cazadores había puesto fin al reinado de terror de los
bandoleros del Frente "Américo Silva". Allí cayó muerta Emperatriz,
la torva asesina del subteniente Verde. Un certero disparo en el pecho, por uno
de los integrantes del Carvajal, el subteniente Iguarán, había puesto fin a su
carrera criminal. Los tigres volvían a vengar a los tigres.
Esa noche Alberto tuvo un sueño…El subteniente Alberto Verde
Graterol le hablaba:
- Compañero, que no nos olviden…cuando los muertos se
olvidan, mueren dos veces. Escriba compañero, escriba, los muertos del Carvajal
te observan de cerca…
Quizás por ese sueño escribo estos recuerdos.
FUENTE: Perfil
de Fernando Falcón en Facebook
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INFERIOR: Perfil de Ángel Vivas Perdomo en Twitter