Esvásticas y protocolos.
Por: Juan José Monsant Aristimuño
No soy bueno calculando edades, nunca lo he sido, pero la mujer que habla con un tono cortante no pasa de los 20 años, su tribuna es de unos 300 hombres y mujeres de todas las edades, más de mediana edad. En realidad les habla a muchísimas más personas, quizá a cientos de miles regadas por el mundo gracias a las redes sociales. Delgada, de baja estatura, viste sobriamente como cualquier adolescente tradicional, pero resalta el azul añil de su camisa, la de la falange española; su palidez acentuada le hace lucir el intenso rojo de los labios, y el de su cabellera cortada a los hombros con cierto desorden de sus hebras. Acompaña su pasión con el movimiento de su brazo izquierdo, que deja caer cada vez que cierra el puño en alto y acentúa una frase, como si golpeará una mesa con enojo, mientras que la otra sostiene un micrófono conectado a un parlante portátil debajo del atril improvisado, en medio de una calle que conduce al Cementerio de la Almudena, en la aún españolísima ciudad de Madrid.
Dicen que es actriz, pudiera ser por lo histriónica, pero los políticos y apasionados compulsivos también lo son, y quienes mienten inseguros de las afirmaciones que hacen, y los que acogen teorías de conspiraciones internacionales. Al margen de ello, su discurso es breve, quizá por la temporada invernal, sin ser aterida como la de Texas, a pesar de ser uno de los estados que niega el cambio climático, y hoy, hasta el agua de sus tuberías y las turbinas que convierten la energía eólica en fuerza eléctrica, se han congelado.
Su público es un tanto desordenado, visten chamarras negras sin mangas, bandanas coloridas en sus cabezas, y tatuados sus brazos con rayos, esvásticas y hasta contornos de fusiles de asalto en sus cuellos de guerreros.
A la joven la presenta un hombre de aspecto tradicional, de mediana edad, medio entrado en carnes, medio canoso, medio orador que homenajea a los caídos de la División Azul, la creada por Franco para integrar el ejército de Hitler en el frente ruso. Antes, el acto fue bendecido por el joven sacerdote Javier Utrilla, (luego excusó su presencia, alegando: “fui a rezar por las almas de los difuntos”) ordenado por la Hermandad sacerdotal San Pio X, fundada del exobispo católico Marcel Lefebvre, quien rompió con el Vaticano al oponerse a las conclusiones del Concilio Vaticano II (pero esa es otra historia interesante).
La joven vehemente que discursó esa mañana del 14 de febrero, responde al nombre de Isabel Medina Peralta, hija de un ex-edil del PP, estudiante de Historia en la Complutense de Madrid quien se declaró fascista, socialista y falangista, dijo tener amigos venezolanos y negros, pero que no se casaría con uno, y quien en medio de su perorata llegó a afirmar: “Es nuestra suprema obligación luchar por España y por una Europa ahora débil y liquidada por el enemigo, el enemigo que siempre va a ser el mismo, aunque con distintas máscaras: el judío”. Y de allí, en orden militar, cantando Cara al sol, procedieron a ofrendar flores ante una lápida conmemorativa a la División Azul, a cuyo costado descansaba una corona mortuoria con una cruz gamada.
¡Vaya! salió el culpable de siempre, aunque ese miserable fauxnew “Los protocolos de los sabios de Sion” inventado por el zarismo decadente, para luego ser apuntalado por los soviéticos y tenido como material de lectura obligada por el mismísimo Adolf Hitler, quizás haya sido la inspiración de esta joven después de haber leído el pasquín que posiblemente le regaló Steve Bannon en su viaje por Europa, luego de tener que dejar la Casa Blanca por su inocultable apoyo a los movimientos supremacistas.
¡Dios, qué mezcla! Allí solo faltó a la cita, por estar detenido, Jacob Chansley, el chamán de QAnon, el de los cuernos y piel de búfalo que participó en el asalto al Capitolio de los Estados Unidos, el pasado seis de enero.