me acuerdo de ella.
Había una mujer de unos cuarenta años que era bastante acomodada: Tenía de todo, un marido maravilloso, hijos perfectos, un empleo estable en una tienda de alta costura, una familia unida. Lo extraño es que ella no conseguía conciliar todas sus actividades. El trabajo y los quehaceres le ocupaban todo el tiempo y su vida siempre andaba coja en algún área. Si el trabajo le consumía mucho tiempo, ella lo quitaba de los hijos; si surgían problemas, ella dejaba de lado al marido... Las personas que ella amaba eran siempre dejadas para después. Hasta que un día, su padre, un hombre muy sabio que en repetidas ocasiones había hablado con su hija de ese problema, le dio un regalo. Con la excusa de que era su cumpleaños le regaló una planta de la familia de las orquídeas que daba sólo una flor de vez en cuando, pero precisamente por ello tenía un valor incalculable; tanto, que según contaba la historia, años atrás hubo otro ejemplar en el mundo en manos del sultán de Pulmankar, pero que ya había muerto.
Y le dijo:
— Hija, ya verás cómo esta flor te va a ayudar mucho. ¡Más de lo que te imaginas! Tan sólo tendrás que regarla y podarla de vez en cuando; y a veces conversar un poco con ella. Ella te dará a cambio ese perfume maravilloso y esas maravillosas flores que ahora ves.
Ella quedó muy emocionada, a fin de cuentas, la flor era de una belleza sin igual. Pero el tiempo fue pasando, los problemas surgieron, el trabajo consumía todo su tiempo; y su vida, que continuaba confusa, no le permitía cuidar de la flor. Llegaba a casa, miraba la flor, y la planta no mostraba señal de flaqueza. La flor seguía bellísima, la contemplaba un segundo y pasaba de largo para hacer las mil y una cosas que tenía pendientes.
Hasta que un día la flor murió. Ella llegó a casa ¡y se llevó un susto! Estaba completamente muerta, su raíz estaba reseca, la flor mustia y sus hojas amarillas. La joven lloró mucho, y contó a su padre lo que había ocurrido.
Su padre entonces respondió:
— Ya me imaginaba que eso ocurriría, y no te puedo dar otra flor, porque no existe otra flor igual a esa, ella era única, al igual que tus hijos, tu marido y tu familia. Todas son bendiciones que el Señor te dio, pero tú tienes que aprender a regarlos, podarlos y darles atención; pues al igual que la flor, los sentimientos también mueren. Te acostumbraste a ver la flor siempre allí, siempre florida, siempre perfumada, y te olvidaste de cuidarla.
CUMANÁ, 08-07-2021
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