La normalizada distorsión política
Bien podría empezar lo que hoy me impulsa a la redacción crítica por teorías psicosociales, por Erickson y el entorno, por el desdoblamiento del yo y su fragmentación, por Freud o Jung o rondar vagamente por la teoría de la expectativa valor (la gente está motivada para obtener recompensas y evitar responsabilidades). Pero eso sería adentrarnos en laberintos interminables de condicionales y ovillos inextricables, lo que mejor se me ocurre para trazar la deformada silueta de la tradición política venezolana, haciendo énfasis en la que se coronó con el sempiterno título de OPOSITORA, no siéndolo, es una anécdota personal de hace ya algunos años cuando aún no entrabamos en este coma fatalmente inducido. Ocurrió un domingo cualquiera, conduciendo por la avenida Aragua de Maracay, frente a mi avanzaba un vehículo, no logro recordar el modelo, la cuestión es que el conductor de ese carro empezó como a limpiar el interior del mismo, por la ventana del piloto, mientras éste conducía, salió expulsada todo tipo de basura, botellas plásticas, latas, papeles, bolsas y hasta frutas podridas. Para mí que dentro de mis caos este tipo de abusos me parecen intolerables, al ver que al final de la avenida estaba un punto de control de la policía, no se me ocurrió otra cosa que adelantar al conductor que impasiblemente seguía arrojando como papelillo su basura a nuestras calles. Ya en el punto de control, le informé a uno de los policías sobre las infracciones que el sujeto que venía conduciendo tras de mi estaba haciendo, lo sorprendente del caso es que tanto el policía como el flagrante antagonista de esta historia, no entendieron cual era mi molestia y porqué solicitaba fuese al menos reprendido verbalmente, por tal, el higiénico conductor siguió su camino indignado por mi inexplicable actitud, y el policía quedó en una zona gris entre asombro y furia porque mi candidez infantil le había hecho perder al menos dos minutos de su tiempo, el cual pudo haber sido invertido en pedir algo "pa´los frescos a otro ciudadano". La cultura política en Venezuela guarda mucha relación con el breve relato, y tiene que ver porque la moral y la ética son producto directo de la cultura, de la cual también derivan los deberes. Por lo anteriormente expuesto, lo que puede ser inmoral en un entorno, en otras latitudes resulta virtuoso, también ocurre de manera inversa, es por eso, por la cultura.
En la cultura política nacional se hizo moralmente aceptable y hasta necesario (en el imaginario de quienes hacen política) lo que en otras sociedades, sean estas de 1er, 2do o 3er mundo resulta intolerable e ilegal; el populismo y la manipulación de las necesidades, las prebendas, el exceso, la corrupción, el nepotismo, la extorsión, la mentira, el uso abusivo de herramientas e instituciones estadales en favor de los representantes electos. Entre otras menudencias. Es así como el poder de crear, dar y favorecer se transformó en el poder de tener, ser y ordenar. Quien haga algo diferente resulta inmoral, no adecuado y políticamente incorrecto. Si, por ello los "lideres" opositores justifican cada aberración y error cometido. Ellos, en nuestra cara aducen que hacen lo que hacen porque está establecido en el manual del político criollo, esas prácticas están indivisiblemente entrelazadas en los principios y cimientos de sus partidos, y al ser parte de su cultura, su ética lo señala como correcto, es decir, realmente para ellos no está mal lo que han hecho. Bajo este marginal argumento avanzan; "porque así es la política". Y resulta que no, así no es la política, la política es una ciencia extensa de datos, de administración del bien común, es un apostolado de compromiso y trabajo infatigable en pro de la construcción "continua" de una sociedad sana, donde no exista la necesidad salvaje de atropellar a los cohabitantes para sobrevivir. Pero retornando a la anécdota antes citada, a mi Leopoldo, Borges, Rosales, Allup, por solo nombrar a los pranes, me recuerdan al conductor del vehículo y al policía, ellos, al ser cuestionados por sus delitos se ofenden, no entienden porqué se les pide actuar de otra manera, pues el único método que conocen es el carroñero, el de la negociación sobre el sacrificio, la sangre y el dolor de millones, por más que se les intente explicar el significado de dignidad, honor, convicciones y del ejercicio probo de la política, no lo entenderían, sería algo así como traer a una persona del siglo XV y hablarle del internet y la bolsa de valores. Y algunos dirán, pero en donde dejas al chavismo, pues ellos están en otra esquina, trascendieron, evolucionaron con una velocidad y flexibilidad increíble. El chavismo no es mas que la suma de todos los vicios de la tradición política venezolana de los últimos 200 años, eso sí, expuesta a rayos gama y esteroides, ellos emergieron de alguna parte del para entonces atrofiado cuerpo de los partidos políticos hegemónicos, para hacer el artículo menos escatológico, diremos que fueron expulsados de las costillas. Pero al cabo de un tiempo se han hecho tan sólidos que no gastan energías simulando ser algo diferente a lo que son, genocidas, delincuentes y asesinos a sangre fría. Ya no guardan recato, no simulan, no aparentan, cosa que con cinismo enfermizo si hace el G4 y sus filiales.
Soluciones; pues las hay, propuestas; existen, voluntad; de sobra, ¿consenso? allí el meollo, cómo lograrlo sin pisar terrenos arenosos y fronteras ideológicas, a veces no tan lógicas. Lo interesante del asunto es que este jueguito sadomasoquista de cohabitación, esa hermandad incestuosa régimen- MUD, llegó al punto en que nadie cree, apuesta, sigue o siquiera escucha a estos pandilleros de vereda, por lo cual es inevitable que surjan nuevos elementos sobre el tablero, elementos que evitando el populismo orillero deben tener como bandera ilegalizar lo normal, satanizar las tradiciones que se han enquistado en ese metaverso político donde sólo los más ruines tienen cabida, donde hasta un monje budista puede ser convertido en proxeneta bajo la máxima cabrona; "así es la política". Si nadie cede, si no forzamos ese consenso, si no hacemos ese intento de amasarlo, este lustro sin duda se convertirá en décadas. ¿Quién dijo yo?
Eduardo Figueroa Marchena