Humberto García Larralde, economista, profesor (j),  Universidad Central de Venezuela, humgarl@gmail.com  
    De un tiempo para acá el régimen de Maduro viene tomando  decisiones para una mayor liberalización y apertura de la economía, poco  congruentes con cualquier idea de "socialismo del siglo XXI". Suspendió los  controles de precio a muchos bienes y servicios (pero sin abrogar la Ley de  Precios Justos); derogó la Ley de Ilícitos Cambiarios, permitiendo la  circulación y posesión de divisas; reemplazó el control de cambio por un  régimen de flotación "sucia" (intervención del BCV); liberalizó el comercio  exterior; anunció la venta de activos públicos, amparada en una "Ley  Antibloqueo", y la de acciones de algunas empresas públicas; y aprobó una Ley de Zonas Económicas  Especiales para atraer inversiones,  si bien poco "liberal" y muy discrecional en su aplicación. Promueve inversiones extranjeras también en el sector  petrolero y crea un Centro  Internacional de Inversión Productiva, en el marco de la Ley Antibloqueo. Por  boca de la vicepresidente Delcy Rodríguez, también ministra de Economía y  Finanzas, nos enteramos de una Agenda Económica Bolivariana con 18  motores productivos. Supongo que la idea es que ahora no operen en retroceso. Maduro,  por su parte, habla de construir un poderoso sistema tributario, alabando al  existente en EE.UU. y otros países avanzados, a la par que se acerca al sector  privado, anunciando el desarrollo de su "vocación productiva y exportadora". 
     
    A la par, se aplicó un  ajuste draconiano para acotar la hiperinflación. Redujo drásticamente el gasto  estatal, incluyendo sueldos, a costa de un deterioro aún mayor de los servicios  públicos; ancló el precio del dólar, liquidando divisas escasas en el mercado  cambiario; y asfixió la actividad crediticia de la banca imponiendo niveles de  encaje prohibitivos. Aun así, la inflación (anualizada) sigue entre las más  altas del globo --137,1% para finales de julio. Y, con el anclaje cambiario, se  sobrevaluó todavía más el bolívar.
     
    No es de sorprender que ante  una mayor estabilidad y luego de tantos años reprimidas con toda suerte de  controles y arbitrariedades, algunas actividades económicas respondieran  positivamente, a pesar de las inconsistencias o insuficiencias de algunas  medidas. Se volvieron a llenar los anaqueles en los supermercados y se activó  una burbuja en torno a la comercialización de bienes importados y alguna construcción  al este de Caracas. Algunos rubros agropecuarios e industrias también pudieron aumentar  su producción al tener libertad para importar insumos (con sus propios dólares).  
     
    Maduro no resistió la  tentación de cantar victoria: el país "se estaba arreglando". Esta ilusión, a  espaldas de las penurias de la inmensa mayoría de la población, de la  proliferación de apagones, de las carencias en el suministro de agua y de  servicios de todo tipo, se insufló con la perspectiva de que la relación con  Colombia mejoraría tras el triunfo de Gustavo Petro. Parecía abrirse la oportunidad  de admitir elecciones creíbles para atemperar, así, algunas sanciones y el ostracismo  externo a que fue sometido. Ya no serían tan riesgosas, dado su "éxito  económico" y el desarreglo en que aparentaba encontrarse la oposición.
     
    Pero arreglar al país no  es "soplar y hacer botellas". Las medidas referidas escasamente modificaron el  sustrato sobre el que se levanta la economía chavista. Siguió la desconfianza derivada  de la ausencia de garantías económicas y humanas, de la inseguridad asociada al  desmantelamiento del Estado de derecho, así como de la precariedad de una  política antiinflacionaria apoyada en el anclaje cambiario: la destrucción de  la industria petrolera dejó al Estado sin suficientes divisas para asegurar la  estabilidad del tipo de cambio. Como se temía, este arreglo no pudo sostenerse.  El precio del dólar ha aumentado un 45% desde mediados de agosto. La  expectativa de que la economía caiga de nuevo en un espiral de depreciación –  inflación, con impactos adversos sobre el nivel de vida de los venezolanos,  plantea un difícil problema a Maduro, sobre todo porque el colapso de estos  últimos ocho años ha dejado a la economía doméstica con escasa capacidad de  respuesta ante ello.
     
    No puede olvidarse que  Chávez hizo lo posible por reemplazar el ordenamiento constitucional, el Estado  de derecho y los mecanismos de mercado, por el imperio de su propia voluntad, a  cuenta de encarnar, por antonomasia, los fines redentores de su "revolución".  Al amparo de la ausencia de garantías, de la opacidad y de la no rendición de  cuentas que trajo la destrucción de la autonomía y el equilibrio de poderes --incluyendo  medios de comunicación independientes y una ciudadanía activa —y de una  impunidad asegurada a cambio de profesar lealtad al "comandante", aparecieron poderosas  mafias dedicadas a expoliar la riqueza nacional. Una vez que quedó atrás la  bonanza petrolera de 2008 a 2014 –precios del crudo por encima o cercanos a los  $100/barril—se desnudó la inopia que hoy plaga al país. Imposible satisfacer ahora  las alianzas que sostenían a Maduro, sobre todo el apoyo de militares que traicionaron  su juramento, y hubo que instrumentar medidas de liberalización económica que abrieran  un respiro a muchos de sus cómplices. Y de la economía venezolana, dada la  enorme potencialidad que aún tiene a pesar del desastre chavista, no dejaron de  brotar mejoras visibles. Rápidamente fueron capitalizadas políticamente por el  régimen con aquello de que "Venezuela se arregló". 
     
    Pero la implantación de  una economía de mercado que materializara estas potencialidades, ni siquiera  está a mitad de camino. ¿Cómo atraer inversiones, fomentar la producción y generar  empleo bien remunerado, sin eliminar la estructura de privilegios y de  intereses creados que depredan al Estado? No basta con retirar los ojos de  Chávez de las edificaciones públicas. ¿Cómo restablecer un intercambio fructífero  con Colombia sin atacar a los traficantes de gasolina, de drogas,  contrabandistas y las bandas criminales que han operado bajo las narices o con  participación activa de militares quienes, supuestamente, custodian la frontera?  ¿Cómo fomentar el abastecimiento cuando a los productores agropecuarios se les confiscan  buena parte de lo transportado en alcabalas y puertos? ¿Cómo ser competitivo y  aumentar la producción industrial cuando no se cuenta con un suministro  eléctrico, de agua, gasolina y gas, estables? Y, sin contar con un aparato  productivo robusto y en ausencia de financiamiento internacional, la  estabilización de precios y del tipo de cambio se hace muy cuesta arriba. Sobre  todo, es poco lo que puede aportar un Estado tan malogrado para que las medidas  funcionen.
     
    Y así se pinta la  encrucijada que enfrenta hoy Maduro. O arremete contra los intereses creados  que, junto con su mentor, alimentó --para desgracia de Venezuela-- o languidece,  con escasas posibilidades de cosechar el éxito político anhelado, en una  situación de limitada capacidad económica, creciente conflictividad social y  política, perpetuación de su aislamiento internacional y creciente  vulnerabilidad. El gobierno de EE.UU, acaba de aclarar que se mantienen las  sanciones. Difícilmente, puede esperarse de Maduro las reformas que el país  demanda. Fiel a su naturaleza fascista, ha respondido a las amenazas que  percibe a su poder, incrementando las medidas represivas. 
     
    Sin embargo, para bien de  las posibilidades de transición hacia la democracia, existe ahora un factor que  debe ser aprovechado. La narrativa del gobierno ha cambiado diametralmente. Ya no  es congruente que enfrente o se haga el loco ante los reclamos de que sean  cumplidas algunas garantías constitucionales propicias al establecimiento de  una economía productiva, incluidas las referentes a los derechos humanos, a  cuenta de estar construyendo el socialismo del siglo XXI. A menos que prefiera  revertir al caos anterior, con el consiguiente costo político, debe admitir la  pertinencia de estos reclamos. No es que creamos que el gobierno empiece ahora,  como si nada, a responder ante estas demandas. Pero se ha abierto un espacio favorable  a una plataforma de reivindicaciones, legitimadas en las pretensiones que --al  menos de la boca para afuera-- anuncia el gobierno, para apalancar las fuerzas  para el cambio. Y ello debe ser aprovechado para poner en evidencia las  contradicciones del chavismo y erigirse en la alternativa auténtica posible al  desastre chavomadurista.
     
    Sólo un movimiento  cohesionado en torno a un programa coherente y viable, capaz de interpretar las  aspiraciones de la gente y respaldada con las posibilidades de contar con importantes  financiamientos internacionales, podrá sacar al país de este atolladero. No desaprovechemos  la oportunidad.
NOTA DE REMISIÓN: 
De: Sergio Sáez 
Date: lun, 29 ago 2022 a la(s) 20:48
Subject: Re: Encrucijada
Nuestro apreciado Profesor Humberto García Larralde describe la desastrosa situación económica en que se encuentra el país gracias a las medidas que ha venido tomando el régimen madurista. Análisis que debe dársele la más amplia difusión y comentarios en diferentes foros.
Creo se puede abrir una apuesta que ninguno de los pseudos economistas y opinadores de oficio del régimen tendrán el atrevimiento y argumentos para rebatir lo aquí expresado.
Se agradece hacerlo llegar a los integrantes de sus listas de correos.
Cordiales saludos.