¡EL nuevo MILITARISMO
EN VENEZUELA!
Enrique Prieto Silva
Sábado
12 de agosto de 2023
Cuando iniciábamos la escritura del artículo sobre el
nuevo militarismo en Venezuela, leímos al artículo de Ramón Escobar León
intitulado “La quiebra del Sistema Político 1958-1999”, en el cual se refiere al
libro La Quiebra del modelo político,
auge y decadencia de los partidos 1958-1998, presentado en visión virtual
de la Academia de las Ciencias Políticas y Sociales el martes 1 de este mes de
agosto por el aspirante a doctor Gustavo Velásquez Betancourt, en el que según
él se pregunta ¿Cuáles fueron las causas del quiebre del sistema político que
se inicia en 1958 y culmina en 1998? Y ¿Cómo se explica que un modelo
prestigioso haya sucumbido ante los demonios que siempre la acechan?
Obviamente, nos pareció interesante el tema, cuando
comenta el eje argumentativo que ofrece el ponente Velázquez, al “…ubicar la razón del quiebre del sistema
político que nació luego de la caída de Marcos Pérez Jiménez y que culminó su
periplo en 1998, con el regreso del militarismo al poder”. Según el autor, “…la causa fundamental fue el cese del
debate ideológico y la falta de propuestas políticas derivadas de esos debates”.
Indica, que: “…Los partidos dejaron
de debatir las ideas y se convirtieron en maquinarias pragmáticas para
conquistar el poder…”. Son muchas más las consideraciones, las cuales
obviaremos, para disentir solo de lo referido a “el regreso del militarismo al
poder”, ya que hemos expuesto en muchos de nuestros escritos, como surge en
Venezuela el militarismo en el poder, considerando como militarismo el gobierno
por los militares; no el gobierno por un militar.
Recordamos, que desde 1830, al nacer el Estado
venezolano la Constituyente de Valencia designó al general Páez presidente del
naciente Estado, quien, a finales de ese mismo año, al ser aprobada la Primera
Constitución, fue electo Presidente de la República separada de la Gran
Colombia. Su habilidad, lo hizo rodearse de los hombres más capaces de la
época: civiles y militares, esforzándose en mantener el control del gobierno,
amparado en su prestigio, ganado en Carabobo y en la Campaña de los Llanos.
Pacíficamente, se transformó en el árbitro de la vida venezolana y dio vigencia
a instituciones que no existían.
Tal vez, sin quererlo, con Páez en la Presidencia y
luego con las candidaturas de Santiago Mariño y Soublette al término de su
mandato, se quiso entronizar en la naciente República, el Poder Militar en el
gobierno. De allí, que para limitar el papel predominante de los gobernantes militares,
en 1834, es elegido un civil, el Dr. José María Vargas, quien postulado por
civiles que se había opuesto al centralismo de Bolívar y patrocinaron la
separación de la Gran Colombia, compitió en las elecciones con los generales
Santiago Mariño y Carlos Soublette.
Pero tan pronto Vargas asume el poder, se reaviva la
pugna entre civiles y militares, impulsada por los jefes militares de la
independencia, quienes querían mantener su predominio en el mando de la República.
Era el aparente pensar, de que los únicos venezolanos con derecho a gobernar eran
los que habían empuñado las armas y combatido en la lucha independentista, para
ellos, los demás, no tenían los mismos derechos. De hecho, este pensar marca el
inicio de la antidemocracia y de la cultura de los golpes de Estado.
Hoy pareciera una paradoja atacar al militarismo, cuando
muchos claman por una intervención militar para acabar con este desastre en que
vivimos. Mayor incoherencia, cuando algunos de los aclamadores, piden la
intervención extranjera sea como fuere, intentada por fuerzas militares en una
coalición o con fuerza integrada por militares autóctonos en el exilio.
Estamos de acuerdo y coincidimos con el escrito en
comento, cuando dice, que: “…Las
desventuras de la democracia venezolana no pueden ser cargadas íntegramente a
los errores de los partidos políticos, pero no cabe duda la responsabilidad que
tiene en este proceso de descomposición de un proceso político que Rómulo
Betancourt, Jóvito Villalba, y Rafael Caldera, manejaron con sentido político,
altura intelectual y decencia. Ellos conciben y suscriben el Pacto de
Puntofijo,..”. Igualmente, compartimos criterios, cuando dice que: “…Además de la falta de debate
ideológico concurrieron otros factores en la fractura del modelo político… La
corrupción, el clientelismo, la politización de la justicia, los desaciertos en
materia económica y los errores en el manejo de los delicados asuntos
militares…”, pero no compartimos el criterio del articulista, cuando
menciona el estudio del profesor Hernán Castillo (Militares, control civil y pretorianismo en Venezuela), donde
según él, “…demuestra la manera
equivocada cómo se condujo la política militar durante la democracia…”,
considerando como punto determinante fue el año 1973, cuando se aprueba en la
Academia Militar el programa Andrés Bello. Ese plan incluye el elemento
ideológico en los pensum de estudios.”; al contrario, fue ésta una de
las primeras manifestaciones de la elevación del nivel educativo del militar
profesional.
Sobre esta consideración pudiéramos decir, que no hubo
en la intelectualidad militar ninguna desviación política; el militar aceptó su
incapacidad para participar en política, tal como lo contemplaba el artículo 4
de la LOFAN, que era la que también excluía al militar activo en el ejercicio
del voto. En ese entonces, todo militar tenía clara la disposición que le
prohibía su participación en política, y solo de manera subterfugiada algunos
mediocres usaban a líderes del partido de gobierno para lograr su ascenso
cuando no tenían mérito. Mencionar a Chávez como ejemplo de militarismo es
olvidar que él no prosperó en su intento “revolucionario”, precisamente por el
apoliticismo de las Fuerzas Armadas que lo derrotaron. Tuvieron que aceptarlo
como comandante en jefe, cuando el pueblo, que nunca se equivoca lo llevó a la
presidencia.
Refiere el artículo en comento, supuestas palabras del
presidente Carlos Andrés Pérez: “Creíamos
que la educación militar iba por los caminos democráticos porque supervisábamos
desde afuera la Academia militar y no desde adentro (…) La educación militar no
respondió a los objetivos de la democracia a pesar de todo el esfuerzo que se
hizo”.
Nosotros, quienes tuvimos el honor de programar e
impulsar la educación militar en el lapso democrático entre los años de 1958 hasta
el inicio de la década de los 90’, cuando comienza el desfase originado por el
“chavismo”, podemos dar fe de que la educación militar se civilizó para
igualarla en nivel cultural con la educación superior del país; prueba de ello
fue el programas iniciado, de comisionar profesionales militares en tareas de
la Administración Pública, cuando no existían en la sociedad civiles con
suficiente preparación para estos cargos o cuando su cantidad y capacidad era
deficiente. Esta nivelación educativa surgió cuando incluimos el nivel
educativo en las reformas de la LOFAN en 1978 y 1983, lo que obligó a revisar y
adecuar también el nivel educativo de la tropa, surgiendo la tropa profesional.
No podemos olvidar que en la década de los 70’ se instituyó el requerimiento de
título de bachiller para el ingreso a los institutos militar, cuya integración
de fuerzas se había iniciado en 1954 con la creación de la Escuela Básica de
las Fuerzas Armadas.
Dice el articulista, que “…las universidades deben crear
líneas de investigación sobre los estudios militares para promover una cultura
intelectual que permita entender y defender el rol democrático que se espera
del sector castrense…”. Sobre este tema hemos de decir, que desde el inicio de
la democracia, inclusive antes, han sido muchos los profesionales militares que
hemos llevado nuestros conocimientos catedráticos a la Universidad, contradiciendo,
inclusive a destacados profesionales, como ocurre en la disciplina de El
Derecho y la Justicia Militar en Venezuela, y creamos e impulsamos las cátedras
de las modernas disciplinas militares en los institutos de formación de
oficiales e inclusive de tropa; lo que si ha faltado es que la Universidad haya
incluido en sus cátedras la “Educación para la Paz” como lo propuso la OEA, y
así evitar que se militarice la civilidad por su ignorancia de no saber quiénes
son y para qué son los militares.
Lo que sí es
grave en el status de la política de hoy, es el resurgimiento de la lucha
entre civiles y militares que comenzó después del inicio de la República, pero
ya no impulsada por los jefes militares, sino por los seudo intelectuales que
desde 1992 se montaron en la hegemónica política de guerra del chavismo, que a
su vez hizo surgir el antimilitarismo que hoy se quiere empoderar del opositor,
creando una peligrosa disyuntiva, que quiere fundarse en la nueva anti política
y la abstención electoral y como única solución la intervención militar.
“El control civil
sí es posible, pero requiere de unidad y estudio por parte del liderazgo que
cree en los valores que inspiraron el nacimiento de nuestra república…”