De perder Chávez las elecciones legislativas de septiembre, podría aplicar los ardides legislativos del oficialismo argentino
Miércoles 14 de abril de 2010
No es bueno el estado de la democracia en Venezuela. Esa verdad, fruto de sucesivos ataques contra las instituciones, podría sonar "imperialista" o "reaccionaria" a los oídos del gobierno de Hugo Chávez si fuera expresada por la oposición. ¿Pero qué pasa si es el resultado de la visita de una misión de la Internacional Socialista a Caracas, entre el 20 y el 23 de enero, expuesto el fin de semana último en una reunión plenaria de esa asociación de partidos en Buenos Aires?
El documento es interesante por varias razones. En principio, porque es el resultado del diálogo de esos dirigentes políticos de cuño socialista con los más variados actores de la vida venezolana: políticos, religiosos, periodistas, empresarios, sindicalistas y representantes de diversas organizaciones de la sociedad civil. Quienes lo elaboraron actúan en partidos de centroizquierda, identificados con distintas modulaciones del socialismo democrático.
Leído desde la Argentina, el panorama que pintan estos viajeros socialistas no podría ser más aleccionador: más allá de algunas diferencias muy relevantes entre los dos países, la caracterización de algunas desviaciones bolivarianas operan como una especie de espejo que replica los rasgos autoritarios del esquema de poder que impera entre nosotros.
La primera peculiaridad de la visita es que estos dirigentes políticos no consiguieron que nadie del oficialismo chavista los recibiera. No hubo representante del Partido Socialista Unido de Venezuela ni legislador o funcionario que milite en ese partido que quisiera hablar con ellos. La preocupación más oída se refiere a la posibilidad de que el gobierno, suponiendo la derrota en las elecciones legislativas de septiembre próximo, modifique las reglas de juego de esos comicios, alterando, por ejemplo, las circunscripciones en detrimento de la oposición.
En Venezuela existe temor también a la reacción de Chávez a un fracaso electoral que lo dejaría en minoría en la Asamblea Nacional. Chávez utilizó hasta ahora la mayoría aplastante que tuvo en el Poder Legislativo para expropiar medios de comunicación y empresas, crear una enorme burocracia, multiplicar nuevas entidades patronales y sindicales que se les subordinaran, diseñar nuevas provincias y municipios y, por supuesto, para modificar casi todas las reglas judiciales y administrativas. Nadie prevé a ciencia cierta qué curso tomará si pierde el instrumento legislativo.
Los socialistas que visitaron Caracas consignaron en su informe las expresiones más frecuentes de sus interlocutores: "inseguridad e impunidad", "terror y corrupción", "rutina autoritaria", "criminalización de la contestación". Los opositores a Chávez notificaron que su régimen sólo tolera la libertad en pequeñas áreas de la vida pública, "ninguna de las cuales afecta a las masas populares o las capas más pobres de la sociedad".
La libertad de prensa en Venezuela está vigilada. Los diarios siempre están amenazados por el agotamiento de las existencias de papel, ya que el gobierno se hizo cargo de la distribución de ese insumo.
La percepción de severas deformaciones llevó a los socialistas que visitaron Venezuela a definir el régimen allí imperante como una "democradura". Esto es, un gobierno de origen democratico pero de ejercicio real autoritario
Es verdad que entre la política venezolana y la argentina hay diferencias inocultables. En Venezuela la clase media, entendida como un sujeto político que valora la libertad y el pluralismo, no tiene la gravitación saludable que ejerce entre nosotros. Por otra parte, Chávez comanda un aparato de dominio en cuyo centro está entronizado el ejército. Las Fuerzas Armadas han perdido en la Argentina toda influencia sobre la política. Una tercera variable que distingue a Venezuela de nuestro país es que allá la principal fuente de divisas está en manos del Estado (es cierto que entre nosotros el Tesoro retiene, por ejemplo, el 35 por ciento de los ingresos por las exportaciones de soja).
Sería un error, sin embargo, no identificar los aspectos que acercan, de manera muy peligrosa, la experiencia política argentina a la venezolana. Como en aquel emirato caribeño, aquí también la intimidación, el desprecio por el diálogo y la concertación, y el castigo a quien contesta se han vuelto rasgos de la vida cotidiana. Esas desviaciones producen resultados similares. Uno de ellos es la autocensura de la dirigencia frente al poder. ¿De qué otro modo se explica, si no, la retracción de las principales entidades empresariales a suscribir con el Episcopado un documento sobre la pobreza? Hasta en los métodos de coerción hay semejanzas. Lo demuestra el plan sistemático del gobierno argentino para capturar Papel Prensa, la principal fábrica de papel del país y, a través de la administración de ese producto, condicionar en su propio provecho la información que les llega a los lectores.
No siempre las similitudes son, sin embargo, tan poco edificantes. Todos los sondeos de opinión revelan que, atormentada por el abuso de poder y por la alta inflación, la sociedad venezolana le pondrá en septiembre un límite al chavismo. Existe un consenso cada vez más extendido acerca de que Chávez, como les sucedió aquí a los Kirchner, podría perder la mayoría parlamentaria con la que venía gobernando.
¿Seguirán a partir de esa eventualidad las semejanzas? Uno de los máximos dirigentes del partido Acción Democrática, que participó de la asamblea realizada en Buenos Aires, reflexionó entre amigos el jueves por la noche: "Hasta ahora ustedes, los argentinos, pensaban que iban camino a ser Venezuela. Pero si Chávez pierde, Venezuela se parecerá más a la Argentina. El no tolera la disidencia y, por lo tanto, tratará de impedir que el Congreso sesione. No debería extrañarnos, entonces, que copie los ardides a través de los cuales el kirchnerismo procura anular al parlamento".
Sería penoso que nos convirtamos en exportadores regionales de ese tipo de producto.