LA OTRA OPOSICIÓN
(Rafael
Grooscors Caballero)
Si nos damos cuenta de que es lo ocurrido
en Venezuela, tanto en cuanto a lo electoral, como en cuanto al tratamiento de la
opinión pública por parte de los operadores políticos, en los últimos doce
años, no podremos sentirnos felices y ni siquiera esperanzados. Uno tras otro,
los acontecimientos nos hablan de un régimen autócrata, dueño de las
instituciones, propietario del poder, en aparente enfrentamiento a una débil
oposición, más o menos conformista y a una masa de indefinidos, invisible, la cual sólo se muestra en una
persistente abstención y en un inescrutable silencio. Si nos remitimos a las
cifras oficiales, dadas por el CNE, en referencia a la última jornada electoral
(26 de Septiembre del año pasado) la Oposición unida (MUD)
obtuvo la aprobación de 5.900.000 electores y el Oficialismo reunió 5.300.000
votos, dentro de una extraña, inconstitucional interpretación de la norma,
mediante la cual los aliados del régimen consagraron 98 Diputados, contra 67
que fueron adjudicadas a la MUD
y al PPT. Más votos, menos Diputados. Pero lo que nos desalienta
no es sólo la permisiva actitud de los
oposicionistas burlados, quienes aceptando la ilógica conjugación matemática
señalada (33% contra 30%), legitimaron la trampa con su presencia en un cuerpo
legislativo que sigue sin representar al pueblo, sino que por razones no
imputables a la falta de motivación, más de SEIS MILLONES Y MEDIO de electores
no concurrieron a la cita, facilitando con su abstención, la grotesca
usurpación parlamentaria.
Es muy difícil pensar que esta
enorme masa de compatriotas, al silenciar su voz, --¡constituyen, nada menos,
que el 37% del electorado¡-- le hayan
dado la espalda al país, probablemente desinteresados en su suerte, en cierto
modo, como si fueran traidores a la patria. Lo hemos dicho más de una vez, por
diferentes vías. Es que la gran mayoría de nosotros, opuestos como estamos a la
aventura que patrocina el grupo gobernante; convencidos de que navegamos sin
rumbo, a riesgo de caer en una sima profunda, similar a la que hunde a Cuba, a
la que amenaza a otros pequeños países de nuestro Continente –afortunadamente,
muy pocos-- no podemos aplaudir una estrategia que sólo consiste en
aprovechar los espacios que, en nombre de una fatua democracia de palabra, nos
permite un régimen que hace mucho tiempo y por múltiples razones, perdió toda
legitimidad. Si no adoptamos una actitud valiente, agresiva, inteligente y
audaz, como la que por estos tiempos ha hecho despertar al mundo árabe y al
norte del continente africano, estaremos condenados a servir de mampuesto a un
grupo insignificante de incapaces, quienes, con un proyecto de falaz vínculo
ideológico socialista, han abordado el poder, para su propio beneficio,
engañando a un pueblo que merece nuestra mayor atención y fracturando a un país
que si no se alza a tiempo, terminará por desaparecer.
El 11 de abril del 2002 probamos que
la fuerza real de los autócratas que nos gobiernan es sumamente frágil. La
propia de los uniformados que arengan a sus subalternos. La del payaso
principal del circo, que grita sus órdenes a las domadas fieras sin garras. Lo
probamos, pero no fuimos capaces de imponernos inteligentemente. El 15 de
agosto del 2004 probamos, una vez más, que somos mayoría los que no queremos la
continuidad de un decadente régimen inspirado en doctrinas del Siglo 19. Pero
aceptamos una rectoría electoral que nos inventó la inversión de la norma
constitucional y transformó la actitud revocatoria en una traviesa
ratificación, fundamentada en aquello del millón de firmas planas, maniobra que
hundió el respeto a la ley de leyes y que inhabilitó a valiosos venezolanos, a
quienes se les privó su derecho de participar políticamente. Más adelante, en
el 2007, dijimos que no queríamos reformas indeseables a la Constitución y que
rechazábamos cualquier propuesta para transformar a Venezuela en una parcela sectaria, inscripta en un viejo
socialismo fracasado. Pero tampoco fuimos capaces de responder con
contundencia. Por eso es como esa otra
oposición, a la que nos sumamos sin
vacilaciones, se niega a continuar aceptando lo inaceptable y seguirá
absteniéndose de participar en procesos regidos por autoridades ilegítimas.
Esto debe ser bien y oportunamente entendido. La última trampa tuvo que ser la
del 26S.
Acaba de producirse otra
demostración de la evidente debilidad del
régimen usurpador, tan presuntuoso como los que sometieron por años,
casi por siglos, al Egipto de Mubarak y la Libia de Gadafi. Los estudiantes, quienes como en
el 28, apenas aparecen en el escenario nacional, provocan estrafalarias
reacciones a los pupilos del dictador y a su esencia cobardona. Hace dos años
un llamado Parlamento Estudiantil nos colocó expectantes ante lo que pudo ir a
más. Ahora, luego del inútil sacrificio
de Franklin Brito, un centenar de jóvenes, de distintos centros universitarios,
se declaró en huelga de hambre y obligó al gobierno a liberar a dos Diputados
electos por el pueblo, presos de conciencia, a capricho de la gendarmería
gobernante. Y apenas unos días después, los mismos estudiantes, sin
organización, sin connivencia con la oposición formal, provocaron la reacción
de vastos espectros sindicales del país y, ante la amenaza de los trabajadores,
el régimen tuvo que dar un paso atrás y liberar a un importante dirigente
obrero, inicialmente afiliado a las huestes oficialistas.
¿Cuánto supone esta significativa
revelación, si no es la extrema debilidad de un factor de poder sin
legitimidad? Factor, por lo demás, cada vez más disminuido y cada vez más
desautorizado por la realidad. La otra
oposición, la que pudo haberse
organizado con la propuesta de la Segunda Mesa de
la unidad, oportunamente planteada por nosotros, respondería cabalmente,
aportando muchos de los seis millones invisibles, en una próxima jornada
electoral, si con los profesionales de la otra mesa, los estudiantes en
renovada vigencia y los sindicalistas en rebelión, se va a la protesta en
grande, quebrando una de las bases de sustentación del régimen y provocando el
surgimiento de un nuevo aval, una nueva garantía, reclamando la integración de
un nuevo Consejo Nacional Electoral, que sea verdaderamente representativo y
transparente, así como la revisión en profundidad del Registro Electoral
Permanente (REP) y de las normas legales asumidas en los últimos años, entre
ellas la de la diferenciación por Distritos
a lo que la Ley
señala en consonancia con la división político territorial del país. Norma que
hizo posible que una minoría pudiese
tener mayoría en la actual Asamblea
Nacional, la cual, por cierto, escogió como Presidente a un ex guerrillero, quien, en Machurucuto,
en 1967, invadió a Venezuela, guiando
a una fuerza militar extranjera, enviada por Fidel Castro, desde La Habana, combatida y aplastada exitosamente por nuestra Fuerzas Armadas Nacionales (FAN)
dirigidas para entonces por oficiales leales al credo democrático, concientes
de su obligación republicana y constitucional, intérpretes cabales del
sentimiento popular venezolano.
La otra oposición, la cual
es mayoría sobre la que ya está organizada en la MUD y la que supera con creces, numérica y
electoralmente a las fuerzas del gobierno, se unirá y actuará en consecuencia en
la calle, en las urnas, donde quiera que Venezuela la necesite, si cambiamos
los paradigmas, la estrategia, la conducta política mantenida hasta ahora y
rompemos para siempre la pérfida agenda impuesta por quienes quieren
implantarnos una repetición del autoritarismo cubano, gobernante bajo la férula
de un psicópata, desde hace más de 50 años en La Habana. Es imprescindible,
pues, que esta otra oposición sea incorporada a nuestro
quehacer político, inmediatamente, y comencemos a darle un giro diferente,
radicalmente distinto, a nuestra expresión ciudadana. Sólo así salvaremos a
Venezuela.
IMAGEN: La Patilla // El Nuevo Herald: Venezuela decide su futuro en las urnas
REMISIÒN: Roberto MARTIN MONTILLA