“…es evidente que se escribirá una historia, la que sea, y cuando hayan muerto los que recuerden la guerra, se aceptará universalmente. Así que, a todos los efectos prácticos, la mentira se habrá convertido en verdad. ... El objetivo tácito de esa argumentación es un mundo de pesadilla en el que el jefe, o la camarilla gobernante, controla no sólo el futuro sino también el pasado.” - George Orwell, 1939
Todavía puedo recordar con nitidez la reunión entre Alí Rodriguez Araque, para ese entonces presidente de PDVSA, y todo el grupo de alta gerencia de la petrolera estatal, tanto de Caracas como del resto de las zona operativas, realizada finales de noviembre de 2002 en el auditorio del CIED, en la urbanización La Tahona en el este de Caracas.
En mi memoria muy personal, tomo esta como una de esas instancias que pudieran haber cambiado el curso de los eventos. Los más de cincuenta ejecutivos, uno a uno, comunicaron la situación del área a su cargo y describieron en detalle los planes de contingencias diseñados para enfrentar la creciente amenaza de una paralización de las operaciones de la petrolera.
Se presintió entonces, como se hizo obvio en las semanas que siguieron, que Rodriguez Araque no tenía ninguna intención de buscarle solución a las situaciones que su cuerpo gerencial le describía en detalle, y que habían acentuado la crisis bajo el ojo indiferente del político vestido de petrolero: la promoción de una gerencia política paralela, el acoso de parte de los cuerpos de seguridad internos y externos, la falta de decisiones para mediar en la anarquía institucional, etc.
La confrontación, y con ella la destrucción de la institución, parecía ser su único objetivo. La máscara de estadista que por algunos años le había presentado al país, se caía estruendosamente. En retrospectiva, era ingenuo esperar que su comportamiento fuera diferente. En su reciente artículo publicado en el Diario El Nacional, “El Cero Como Meta”, la periodista Milagros Socorro, hace una disección brillante de este personaje.
Siento una obligación moral de seguir dejando un registro de mi manera de ver la época del Paro, con todo y su sesgo. Sin embargo, los episodios me son dolorosos. Aún hoy sigo sin poder entender el odio intransigente, representado en el dúo Chávez/Rodríguez y otros actores, que condujo a esos días aciagos, y que confieso quisiera poder dejar atrás. En descargo entonces de esta obligación auto impuesta, retomo un artículo que publiqué en el diario El Nacional en Diciembre del 2003.
Lo que escribí entonces sobre PDVSA y sobre los hechos del Paro Cívico, son hoy más verdad que nunca, aunque el tiempo ha demostrado que la corporación tenía mas resiliencia de lo que la que mayoría pensaba. De la misma forma, sigue siendo verdad la incapacidad de la oposición democrática de entender el porqué el Paro ocurrió, y cuáles han sido las consecuencias de no asumirlo como propio. De una manera inexplicable han caído en la trampa de satanizar sus propias batallas y hacen resonancia a la falaz historia oficial
“Pdvsa, el gigante agonizante
El Nacional - Sábado 13 de Diciembre de 2003.
A juzgar por la millonaria campaña publicitaria que Pdvsa lleva a cabo en los últimos días, en el ánimo de hacernos creer que las ruinas de la maltratada empresa nacional es una mejor compañía que aquella que fue construida en el previo cuarto de siglo, pareciera que los venezolanos tuviéramos válidas razones para celebrar la destrucción de lo que hasta hace poco fue ejemplo de la Venezuela posible.
La única manera de sacar lecciones del doloroso hecho concreto del Paro Cívico Nacional de finales de 2002, y en particular del desmantelamiento de Pdvsa, es comprender que tales conmociones sociales, como los terremotos, son el producto de acumulaciones de tensiones a lo largo de un largo período de tiempo.
La relación del petróleo y los petroleros con la sociedad venezolana ha sido, y continúa siendo, tensa y muy ambigua. Los petroleros han sido siempre catalogados como una casta privilegiada, arrogante, e indiferentes a las realidades del país, convirtiéndose en un blanco aceptable para todas las fuerzas políticas, sin excepción.
Para las fuerzas políticas que constituyen la base del actual gobierno en particular, el petróleo no es más que un arma de dominación política y social, y los trabajadores petroleros un obstáculo secular en su ruta al acceso y entronización en el poder.
Cuando la historia sea contada con el desapego de la distancia, descubriremos cómo en la primera semana del paro la presidencia de Pdvsa desarticuló la organización que decía querer estabilizar, sustituyendo a los gerentes operacionales más importantes, quienes se mantenían en sus puestos de trabajo, e introduciendo elementos de discordia en una ya candente situación, reviviendo las condiciones y las personalidades que habían llevado a la crisis de abril de 2002.
A lo largo de los siguientes días, y de una manera sistemática, la presidencia de la corporación estatal fue suspendiendo todo el liderazgo natural de la empresa, eliminado toda posibilidad de que ese liderazgo contribuyera, como estaba dispuesto a hacerlo, a amortiguar una situación operacional y organizacional que amenazaba con desbordarse.
De esta manera, y sin olvidar las llamadas de la oposición política, los hechos de Altamira, el paro de la flota petrolera y otros factores externos, Pdvsa tomó un curso de acción que resultaría catastrófico. A estas acciones siguieron la toma militar de las instalaciones, la institución de listas negras de personal y el llamado a la “toma popular”, que hicieron casi imposible el acceso a las instalaciones del personal necesario para mantener, las operaciones en los niveles de contingencia que la gerencia profesional había aplicado para afrontar la crisis. El discurso oficial, mientras tanto, era que no había paro, y que el problema estaba concentrado en un reducido grupo de gerentes.
Los despidos masivos que marcaron la segunda mitad de la crisis petrolera a principios de 2003, lejos de conducir a una solución, no sirvieron sino para “calentar” aún más la situación y mantener el paro incluso más militante. El paro era ahora acerca de los despidos, la estrategia de destrucción tomaba su inevitable curso.
Por cualquier estándar gerencial y de liderazgo, la presente administración de la industria no puede eximirse de su responsabilidad ante la destrucción de la organización que pretendía liderar.
La historia mostrará que lejos de tomar medidas reales de entendimiento y negociación, destinadas a salvaguardar la empresa petrolera de la diatriba política, se aprovechó la ocasión para lograr el verdadero objetivo: la purga de la industria por motivos ideológicos y su sumisión a un proyecto político sectario.
Los petroleros, en una muestra de ingenuidad política sin precedentes, pensaron que expresar opiniones y actuar como ciudadanos era un derecho al cual se podía acceder sin costo alguno. Pensaron que su razón era la única razón y por tanto terminaría por ser reconocida.
Hoy, 12 meses más tarde, con más de 20.000 familias petroleras sumadas a las víctimas de una lucha política fratricida, con una Pdvsa en minusvalía y de futuro incierto, y en manos de un activismo político que la considera “botín de guerra”, asistimos a una fusilería de cifras y a un derroche de propaganda, que pretende hacernos creer que todo está bien. La realidad es que Pdvsa yace agonizante, y como si de un velorio caribeño se tratara, los dolientes se embriagan celebrando quién sabe qué. La dolorosa verdad es que no hay nada que celebrar, ni de un lado ni del otro.”
Texto remitido por Haydée Irausquín.
Fuente: El Recadero - The Gofer
Foto: Corte ordena interrumpir paro petrolero/La Prensa/Nicaragua
Todavía puedo recordar con nitidez la reunión entre Alí Rodriguez Araque, para ese entonces presidente de PDVSA, y todo el grupo de alta gerencia de la petrolera estatal, tanto de Caracas como del resto de las zona operativas, realizada finales de noviembre de 2002 en el auditorio del CIED, en la urbanización La Tahona en el este de Caracas.
En mi memoria muy personal, tomo esta como una de esas instancias que pudieran haber cambiado el curso de los eventos. Los más de cincuenta ejecutivos, uno a uno, comunicaron la situación del área a su cargo y describieron en detalle los planes de contingencias diseñados para enfrentar la creciente amenaza de una paralización de las operaciones de la petrolera.
Se presintió entonces, como se hizo obvio en las semanas que siguieron, que Rodriguez Araque no tenía ninguna intención de buscarle solución a las situaciones que su cuerpo gerencial le describía en detalle, y que habían acentuado la crisis bajo el ojo indiferente del político vestido de petrolero: la promoción de una gerencia política paralela, el acoso de parte de los cuerpos de seguridad internos y externos, la falta de decisiones para mediar en la anarquía institucional, etc.
La confrontación, y con ella la destrucción de la institución, parecía ser su único objetivo. La máscara de estadista que por algunos años le había presentado al país, se caía estruendosamente. En retrospectiva, era ingenuo esperar que su comportamiento fuera diferente. En su reciente artículo publicado en el Diario El Nacional, “El Cero Como Meta”, la periodista Milagros Socorro, hace una disección brillante de este personaje.
Siento una obligación moral de seguir dejando un registro de mi manera de ver la época del Paro, con todo y su sesgo. Sin embargo, los episodios me son dolorosos. Aún hoy sigo sin poder entender el odio intransigente, representado en el dúo Chávez/Rodríguez y otros actores, que condujo a esos días aciagos, y que confieso quisiera poder dejar atrás. En descargo entonces de esta obligación auto impuesta, retomo un artículo que publiqué en el diario El Nacional en Diciembre del 2003.
Lo que escribí entonces sobre PDVSA y sobre los hechos del Paro Cívico, son hoy más verdad que nunca, aunque el tiempo ha demostrado que la corporación tenía mas resiliencia de lo que la que mayoría pensaba. De la misma forma, sigue siendo verdad la incapacidad de la oposición democrática de entender el porqué el Paro ocurrió, y cuáles han sido las consecuencias de no asumirlo como propio. De una manera inexplicable han caído en la trampa de satanizar sus propias batallas y hacen resonancia a la falaz historia oficial
“Pdvsa, el gigante agonizante
El Nacional - Sábado 13 de Diciembre de 2003.
A juzgar por la millonaria campaña publicitaria que Pdvsa lleva a cabo en los últimos días, en el ánimo de hacernos creer que las ruinas de la maltratada empresa nacional es una mejor compañía que aquella que fue construida en el previo cuarto de siglo, pareciera que los venezolanos tuviéramos válidas razones para celebrar la destrucción de lo que hasta hace poco fue ejemplo de la Venezuela posible.
La única manera de sacar lecciones del doloroso hecho concreto del Paro Cívico Nacional de finales de 2002, y en particular del desmantelamiento de Pdvsa, es comprender que tales conmociones sociales, como los terremotos, son el producto de acumulaciones de tensiones a lo largo de un largo período de tiempo.
La relación del petróleo y los petroleros con la sociedad venezolana ha sido, y continúa siendo, tensa y muy ambigua. Los petroleros han sido siempre catalogados como una casta privilegiada, arrogante, e indiferentes a las realidades del país, convirtiéndose en un blanco aceptable para todas las fuerzas políticas, sin excepción.
Para las fuerzas políticas que constituyen la base del actual gobierno en particular, el petróleo no es más que un arma de dominación política y social, y los trabajadores petroleros un obstáculo secular en su ruta al acceso y entronización en el poder.
Cuando la historia sea contada con el desapego de la distancia, descubriremos cómo en la primera semana del paro la presidencia de Pdvsa desarticuló la organización que decía querer estabilizar, sustituyendo a los gerentes operacionales más importantes, quienes se mantenían en sus puestos de trabajo, e introduciendo elementos de discordia en una ya candente situación, reviviendo las condiciones y las personalidades que habían llevado a la crisis de abril de 2002.
A lo largo de los siguientes días, y de una manera sistemática, la presidencia de la corporación estatal fue suspendiendo todo el liderazgo natural de la empresa, eliminado toda posibilidad de que ese liderazgo contribuyera, como estaba dispuesto a hacerlo, a amortiguar una situación operacional y organizacional que amenazaba con desbordarse.
De esta manera, y sin olvidar las llamadas de la oposición política, los hechos de Altamira, el paro de la flota petrolera y otros factores externos, Pdvsa tomó un curso de acción que resultaría catastrófico. A estas acciones siguieron la toma militar de las instalaciones, la institución de listas negras de personal y el llamado a la “toma popular”, que hicieron casi imposible el acceso a las instalaciones del personal necesario para mantener, las operaciones en los niveles de contingencia que la gerencia profesional había aplicado para afrontar la crisis. El discurso oficial, mientras tanto, era que no había paro, y que el problema estaba concentrado en un reducido grupo de gerentes.
Los despidos masivos que marcaron la segunda mitad de la crisis petrolera a principios de 2003, lejos de conducir a una solución, no sirvieron sino para “calentar” aún más la situación y mantener el paro incluso más militante. El paro era ahora acerca de los despidos, la estrategia de destrucción tomaba su inevitable curso.
Por cualquier estándar gerencial y de liderazgo, la presente administración de la industria no puede eximirse de su responsabilidad ante la destrucción de la organización que pretendía liderar.
La historia mostrará que lejos de tomar medidas reales de entendimiento y negociación, destinadas a salvaguardar la empresa petrolera de la diatriba política, se aprovechó la ocasión para lograr el verdadero objetivo: la purga de la industria por motivos ideológicos y su sumisión a un proyecto político sectario.
Los petroleros, en una muestra de ingenuidad política sin precedentes, pensaron que expresar opiniones y actuar como ciudadanos era un derecho al cual se podía acceder sin costo alguno. Pensaron que su razón era la única razón y por tanto terminaría por ser reconocida.
Hoy, 12 meses más tarde, con más de 20.000 familias petroleras sumadas a las víctimas de una lucha política fratricida, con una Pdvsa en minusvalía y de futuro incierto, y en manos de un activismo político que la considera “botín de guerra”, asistimos a una fusilería de cifras y a un derroche de propaganda, que pretende hacernos creer que todo está bien. La realidad es que Pdvsa yace agonizante, y como si de un velorio caribeño se tratara, los dolientes se embriagan celebrando quién sabe qué. La dolorosa verdad es que no hay nada que celebrar, ni de un lado ni del otro.”
Texto remitido por Haydée Irausquín.
Fuente: El Recadero - The Gofer
Foto: Corte ordena interrumpir paro petrolero/La Prensa/Nicaragua