Criminalidad rampante vs.
Soberanía
José Vicente Carrasquero A.
Si una industria se ha desarrollado de una forma vertiginosa y saludable
en nuestro país es la del crimen. Sus manifestaciones son diversas. Desde los
asaltos en las camioneticas hasta la irrupción en viviendas. Desde secuestros
hasta asesinatos. Esto por no hablar de las modalidades de crimen organizado
que incluyen el robo de vehículos, el robo de camiones, el tráfico de drogas,
la trata de blancas y todas las manifestaciones de este tipo de vicios en la
sociedad.
Con una clase política que desde sus cúpulas habla permanentemente de
soberanía, no se entiende la casi absoluta incapacidad de los organismos del
estado para hacerle frente a este flagelo que ha puesto a Caracas en unos de
los primeros lugares entre las ciudades más peligrosas del orbe.
¿Y que tiene que ver la alta criminalidad con la soberanía? Todo.
Para comenzar, queda demostrado que el estado no goza del monopolio de
la violencia. Los malhechores andan armados sometiendo a los ciudadanos a su
arbitrio por medio de la intimidación y la amenaza a la integridad física. Que
ni siquiera goza del monopolio de la justicia. Esto no los informan los voceros
gubernamentales cuando hablan de asesinatos por ajustes de cuenta. Hasta donde
se puede saber y entender, solo puede haber ajustes de cuenta a través de los
mecanismos establecidos en la constitución y las leyes. Por lo tanto, la gente
que se hace justicia por sus propios medios está retando el poder soberano del
pueblo depositado en sus instituciones.
Por otra parte, ha quedada demostrada la existencia de una gran cantidad
de armas que no están registradas. Eso habla de una cantidad impresionante de
personas que se arma ya sea para defenderse o para cometer crímenes con esos
armamentos. Esto sin hablar de quienes usan con fines criminales las armas que
la sociedad ha depositado en sus manos para proteger a la población. La
existencia de tal ejército de personas debiera hacer al presidente y voceros
gubernamentales reflexionar antes de usar la palabra soberanía.
No es soberano un pueblo que se ve restringido a horarios para andar en
la calle. No son soberanos aquellos a los que se les arrebata la vida por
objetos sin valor como un celular, una moto o un carro. No son soberanos los
que no pueden disfrutar con libertad de sus cosas y de sus posibilidades.
Porque al final hablar de soberanía es hablar de la gente. De la existencia
incuestionable de sus derechos y de la garantías que da el estado en pro
de lo que nos garantiza la constitución.
Hablamos de soberanía en momentos en que los partes de los fines de
semana nos anuncian que el gobierno volvió a perder otra batalla frente al
hampa desbordada. Hablamos de soberanía cuando miles de familias quedan
desmembradas al año. Cuando madres entierran a sus hijos, contrario a las leyes
de la naturaleza. Cuando hijos quedan sin padres, hermanos sin hermanos,
esposas sin esposos.
Puede alguien que se respete a sí mismo hablar de soberanía cuando los
dueños de esa soberanía viven en estado de sitio. Puede alguien decir que somos
soberanos cuando vivimos en un estado similar al que nos brindaría un ejército
enemigo que ocupara el país.
La soberanía no se limita a que traigamos los lingotes de oro y los
guardemos en las bóvedas del Banco Central de Venezuela. No se limita a comprar
unas armas rusas para decir que estamos preparados para combatir a cualquier
agresor. No se limita a lanzar improperios cuando nos sentimos ofendidos por
las acciones de otras naciones.
Lo central de la soberanía es que la gente pueda vivir en paz. Que pueda
disfrutar de la vida sin más limitaciones que las que impone la ley. Que pueda
desplazarse cuando pueda y como pueda sin el temor de que en cualquier momento
será interceptado para quitarle sus pertenencias e incluso la vida.
¿Y por qué tenemos una criminalidad rampante?
La respuesta a esta interrogante es triste y lapidariamente trivial. La
probabilidad de que un crimen sea castigado en nuestro país es cercana a cero.
En otras palabras, los delitos se cometen bajo la suposición de que es muy
difícil que el malhechor sea atrapado y luego condenado.
Las políticas del gobierno contra la delincuencia son extremadamente
precarias. Prueba de ellos es el aumento de protestas de distintos sectores de
la sociedad en contra de los crímenes que se suceden con muchísima frecuencia.
Las calles cerradas por los vecinos para minimizar la posibilidad de un ataque
del hampa. La gente que celebra encerrados en sus casas para no exponerse y,
aún así hemos visto que resultan ser víctimas de los depredadores que andan
sueltos por nuestras calles.
Las autoridades se limitan a balbucear excusas y a inculpar a terceros.
Hay que recordar que en este gobierno la culpa siempre es de otro. Por ahí
apareció un alto vocero de la Policía Nacional (por su tamaño y radio de acción
más bien parece municipal) diciendo que la inseguridad era una sensación
generada por los medios. Esto pasa cuando se ponen políticos en cargos que
deben ser absolutamente profesionales. Cuando no, le echan la culpa al
capitalismo que ha deformado la mente de la gente y lo induce a robar. Según
esta memez, los delincuentes son capitalistas y las víctimas no. Y el colmo es
cuando se culpa a la propia víctima. ¿Quién lo manda a mostrar ese celular?
¿Por qué tiene ese carro? Esto es lo que dicen los incompetentes que
supuestamente nos deben garantizar nuestro derecho soberano a vivir en paz, sin
miedos o restricciones.
Mientras tanto presidente, usted hace caso omiso del problema que más
preocupa a los venezolanos. No le oímos en sus largas, y para mí fastidiosas,
peroratas amenazar a los delincuentes como lo hace con los banqueros. ¡Qué
bueno sería orle llamar a un pran y amenazarlo como hizo con el presidente del
Banco Provincial! Una excelente idea sería estatizar las cárceles para que
dejen de ser coto privado de las mafias que en ellas se enseñorean.
Atrévase presidente a promover como jefe estado que a los jueces se les
de la titularidad de sus tribunales y que puedan operar según lo que ordena el
estamento legal. Permita que las gobernaciones de los estados puedan manejar un
verdadero aparato policial que vaya desde la prevención del delito hasta la
investigación y castigo del mismo. No le tenga miedo a que la gestión de los
gobiernos regionales ponga a sus titulares en capacidad de disputarle la
presidencia aún siendo rojos rojitos.
Promueva presidente batallones que combatan el crimen en todas sus
formas. Pida que le informen cómo es el problema de la avioneta de Falcón. Que
le expliquen por qué no se resuelven los crímenes. Que le expliquen por qué hay
tanto retardo judicial. Para eso es jefe de estado. Devuélvale al pueblo la
soberanía de vivir.
De la oposición también esperamos más. Esperamos que demanden ante los
organismos competentes que se luche de forma efectiva y eficaz contra la
delincuencia. Esperamos que propongan leyes que tiendan a la descentralización
de las competencias para combatir a los delincuentes con todos los hierros.
La oposición debe exigir a lo largo y ancho del país que los
funcionarios rindan cuenta. Que los que no sirvan para el cargo que desempeñan
sean destituidos. Incluyendo ministros de ser necesario.
La oposición debe convertirse en vocera y abogada de aquellas familias
que se quedan desamparadas y sin justicia.
Así como se le exige al estado compensar a las víctimas de situaciones como de
las del caracazo, se debiera proponer una ley que compense a aquellas familias
que se quedan sin el sustento que aportaba un familiar abatido por el hampa en
ausencia del estado.
Gobierno y oposición tienen un tema alrededor del cual trabajar juntos. En
esto no puede prevalecer una división absurda. La lucha sin cuartel debe ser
contra una criminalidad que ya pone en tela de juicio nuestra soberanía como
pueblo y que amenaza nuestra soberanía como nación.
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