Los Castro y Maduro no tienen memoria
Fernando
Ochoa Antich.
Leí con detenimiento los discursos
pronunciados por Raúl Castro y Nicolás Maduro en la VII Cumbre de la Asociación de Estados del Caribe,
reunida en Cuba el 4 de junio de 2016.
Estoy convencido que estos discursos
fueron discutidos previamente antes de ser pronunciados en dicha reunión. Me
voy a referir a algunos criterios que son percibidos a simple vista para
cualquier analista. El objetivo central de dichos discursos fue “resaltar la supuesta campaña iniciada desde
los Estados Unidos, con el respaldo de los sectores oligárquicos
latinoamericanos, contra los gobiernos progresistas surgidos tras el fracaso de
la ola neoliberal”. Los ejemplos los coloca en la palestra Raúl Castro al
solidarizarse con los gobiernos de Nicolás Maduro y Dilma Rousseff, sin tomar en cuenta que en
líneas anteriores había ratificado como principios fundamentales de la
Asociación de Estados del Caribe la no intervención en los asuntos internos de
cualquier otro Estado y observar los principios de soberanía nacional, la
igualdad de derechos y la libre determinación de los pueblos.
Tanto el uno como el otro centran
el ataque contra la figura de Luis Almagro,
Secretario General de la Organización de Estados Americanos, por querer
aplicar la Carta Democrática al gobierno de Nicolás Maduro. Raúl Castro, como si fuera el único dueño de
la verdad, concluye que “la OEA, desde su fundación fue, es y será un
instrumento de dominación imperialista y que ninguna reforma podrá cambiar su
naturaleza ni su historia. Por eso Cuba jamás regresará”. En realidad, nadie
desea que el régimen de los Castro regrese a la OEA. Su expulsión fue más que
justificada. Eran los tiempos de la Guerra Fría. La Revolución cubana había
triunfado al derrocar la dictadura de Fulgencio Batista, pero Fidel y Raúl estaban convencidos de que los acontecimientos
políticos y militares ocurridos en Cuba se podían repetir en toda la América
Latina. Venezuela fue quizás su primer objetivo. La conversación de Fidel
Castro con Rómulo Betancourt pidiéndole
un apoyo económico había fracasado ante la difícil situación que
enfrentaba Venezuela.
Eso era verdad, pero también existía de parte
del liderazgo venezolano el convencimiento de que la orientación radical cubana no era conveniente para la
estabilidad de la naciente democracia. Ese convencimiento llevó a Acción
Democrática, a URD y a Copei a no
convocar al Partido Comunista a formar parte del Pacto de Punto Fijo. A partir
de ese momento empezó la violencia. Los alzamientos militares de Carúpano y
Puerto Cabello, la guerrilla urbana y la guerrilla campesina. La intervención
militar cubana tuvo dos etapas: Una primera, en la cual se dotó de armamento a
dichos grupos subversivos después de haber sido entrenados en Cuba; una
segunda, en la que efectivos del Ejército Cubano invadieron a Venezuela. Los
más conocidos: los desembarcos de Machurucuto en 1967 y el realizado en 1966
comandado por Luben Petkoff y Arnaldo Ochoa, quien años más tarde con el grado
de general fue comandante de las tropas cubanas en su intervención, a nombre de
la Unión Soviética, en el continente africano y fusilado por Fidel Castro ante
su creciente prestigio. Esa fue la razón de la expulsión de Cuba de la OEA.
Esa
inconsecuente actitud tuvo dos antecedentes: La Invasión de Bahía de Cochino en
1961 y la crisis de los misiles en 1962.
La invasión de Bahía de Cochino fue un verdadero fracaso. En respuesta, Fidel
Castro promovió una estrecha alianza con la Unión Soviética que condujo a
“la crisis de los misiles de 1962”, uno
de los momentos más delicados de la historia del siglo XX: la posibilidad de un
enfrentamiento nuclear se hizo realidad. La prudencia y firmeza de los Estados
Unidos condujo a una solución negociada a espaldas de Cuba. La Unión Soviética
retiraría los misiles con la condición de que Estados Unidos se comprometiera
públicamente a no invadir a Cuba ni a respaldar ningún movimiento contra el
régimen castrista, con la condición de que no continuara con la exportación de
la revolución a América Latina. Kenneddy
aceptó el compromiso, lo hizo público y los Estados Unidos lo ha cumplido
celosamente. En ese momento, Fidel Castro fue informado de la negociación. Su
molestia fue inmensa, pero tuvo que aceptar el
acuerdo alcanzado entre Jrushchov y Kenneddy.
El
caso de Maduro es diferente. Razón tuvo Marx al mantener que todos los hechos
históricos se repiten dos veces: “una vez como tragedia y otra vez como farsa”. Esa impresión me
produjo el discurso de Maduro: largo y tedioso. De todas maneras, me voy a referir a algunos aspectos. No es
posible que siga mintiendo permanentemente. En Venezuela nadie conspira y mucho
menos se prepara un magnicidio. En mi
país lo que hay es hambre, en medio una crisis humanitaria, consecuencia de la
inmensa corrupción del régimen chavista. La democracia exige legitimidad de
origen y de ejercicio. Nicolás Maduro, ganó las elecciones presidenciales en
medio de grandes dudas por el exagerado
ventajismo electoral y lo ajustado del resultado. La actual crisis tiene otro
origen. En las elecciones parlamentarias la oposición triunfó arrolladoramente.
Lo que no es aceptable es
que un Tribunal Supremo de Justicia, designado ilegítima y fraudulentamente,
junto a un Consejo Nacional Electoral obscenamente parcializado, se confabulen
con el régimen para impedir que la Asamblea Nacional pueda cumplir sus
funciones y que nuestro pueblo pueda expresarse libre y democráticamente en un
Referendo Revocatorio constitucional, para conjurar este desastre nacional.
Caracas,
12 de junio de 2016.