LA MASACRE MUEVE A LA REBELIÓN
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El asesinato programado y querido abre las puertas a la reacción, justifica el desacato. Por un lado, el genocidio del desabastecimiento planificado para, por hambre y enfermedad, someter al pueblo ante el régimen, y por el otro, los atropellos y crímenes contra los disidentes -del cual la masacre de El Junquito contra Oscar Pérez es la más brutal y reciente expresión- mueven a la rebelión, a la desobediencia de un gobierno ilegítimo y asesino.
A Oscar Pérez se la tenía jurada Maduro, quien dio la orden de masacrarlo junto a su grupo que se escondía en una casita de El Junquito. El objetivo: hay que meter miedo a los que quieren alzar la voz contra el gobierno. Bernal fue vocero oficial: “Aquel que haga armas contra la República se le responderá en iguales circunstancias”. Entiéndase, se repetirá el crimen, más allá de que la desobediencia no es a la República sino al narco-dictador, que ellos creen o hacen creer que es lo mismo.
Lo de El Junquito fue aplicación de la pena de muerte, fue una sentencia a morir sin juicio y en contravención a nuestra Constitución, que preserva la vida como bien superior en todas las circunstancias. Fue una pena de muerte disfrazada de enfrentamiento, violatoria de la equidad y la ley. Era obvio que Oscar Pérez y su grupo, desde tempranas horas del fatídico lunes 15 de enero, se habían rendido y pedían no les dispararan, como también lo exigía la madre de Oscar Pérez, y junto con ella un coro de voces que se fue levantando en el mundo entero, mientras las redes sociales distribuían durante horas las dramáticas imágenes y voces que hacían percibir el avance de la muerte. Veíamos acercarse el momento del zarpazo final, el que llegó con un ataque policial y militar desproporcionado, que no guarda relación alguna con los hechos. Se escuchaban los gritos del pueblo que con angustia y desespero clamaba, no disparen más, no disparen.
Lo acontecido en El Junquito viola el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, al serle aplicables sus disposiciones. Se lee en el artículo 8 que es crimen de guerra “Causar la muerte o lesiones a un combatiente que haya depuesto las armas o que, al no tener medio para defenderse, se haya rendido a discreción”. Era obvio, Oscar Pérez y el grupo de valientes patriotas habían depuesto las armas, se habían rendido ante la evidencia de un cerco masivo. Más adelante el mismo Estatuto de Roma indica como crimen de guerra el “ataque a una persona a sabiendas de que está fuera de combate”. Qué distinto fue el trato que la democracia dio a Chávez cuando este, el 4 de febrero, se entregó en el Museo Militar, a pesar de que dejó en las calles a centenares de muertos y miles de heridos. Chávez ni sus compañeros rendidos fueron asesinados, ni los torturaron, ni los encerraron en la tumba del SEBIN de Plaza Venezuela.
Algo que resulta extraño es la presencia en el sitio y la muerte allí de Heiker Vázquez, líder del Colectivo Armado del 23 de Enero y otros de su grupo, que según Bernal “cayeron en combate”. ¿Combate contra quién?, ¿quiénes le dispararon? Que explique Maduro, ¿cómo en un operativo policial y militar está incorporado ese señor que hasta, donde sabemos, no era militar ni policía? Si ahora dicen que es policía, ¿cómo podía actuar oficialmente como criminal de un colectivo armado? Todo hace pensar que tenían cuentas pendientes con él, y que fue invitado a presentarse al escenario de la masacre para matar dos pájaros de un tiro, a Oscar Pérez y a él, quien controlaba negocios en el 23 de Enero, cuyos beneficios no se distribuían a satisfacción del cogollo del régimen. Por razones de principios también deploro la muerte del Sr. Vázquez.
Parte de la perversidad del régimen -lo que además pone de manifiesto la irresponsabilidad del mismo- es no haber dado a conocer con prontitud la lista de los “caídos”. Este régimen perverso disfruta de la angustia ajena, avanza en la desinformación y confusión, en la violencia y el crimen, pareciera encontrar en la muerte su plena realización.
Todo indica que estamos en los últimos días. El desespero hace actuar al régimen cada vez con mayor torpeza, justificando así el desacato. Definitivamente la masacre mueve a la rebelión.
PACIANO PADRÓN
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