SER MILITAR… ES MÁS QUE UNA VOCACIÓN
PARTE I. SER MILITAR.
Ser militar impone a los hombres y mujeres que pretenden ser
parte orgánica de la institución militar, una serie de limitaciones, las cuales
aceptan o las reemplazan con la fuerza de un espíritu que hace de ése, su mundo
militar, un apostolado para cumplir con la misión que le indican las leyes, la
ética militar, su institución y su conciencia de buen ciudadano. Esas limitaciones, algunas veces superiores a
su fuerza física o intelectual, deben ser superadas, y están obligados a
cumplirlas, siempre con la conciencia en la
frase que: “cuando el clarín de la patria llama, hasta el llanto de la madre
calla”.
Ser militar exige condiciones, que lo asemejan a otras profesiones, pero hay una
característica que lo distingue de la mayoría y que más bien lo asemejan a la
del sacerdocio: el desprendimiento obligado de muchas cosas.
La sociedad obligatoriamente
impone límites y restricciones comunes al ser humano para que, siendo como
somos, diferentes, tratemos de lograr un grado de armonía que nos permita
convivir en libertad de acción y de conciencia, respetando la acción y la
conciencia de los demás. Esa libertad de acción y de conciencia, muy discutida
y defendida por los que en la sociedad constituimos “el mundo civil”, está muy limitada en ése otro mundo que
denominamos “mundo militar”.
Los ejemplos son la mejor explicación y
comprensión a esas limitaciones. Pensemos en ése joven, que con inclinación por
la carrera de las armas, es seleccionado para ingresar como aspirante en la Escuela Básica.
Desde el primer día comienza un cambio radical en su vida: durante varios meses
dejará de llamarse Pedro Jiménez, Raúl Ramírez u Otoniel Rincón, para comenzar
a ser llamado “nuevo”, “recluta”, caimán”, “lacio” y otros apelativos que lo identificarán al
igual que a todos los que ingresaron con el;
desde el primer día tendrá que vestirse con un uniforme igual a los
demás; al igual que los demás, a las
cinco de la mañana, al oír la diana, tendrá obligatoriamente que al levantarse, arreglar
en minutos la cama, vestirse con el uniforme de ejercicio, llegar puntualmente
a la formación, cumplir hasta el cansancio con los ejercicios corporales
estipulados, regresar corriendo a la ducha, ir al dormitorio a ponerse el
uniforme militar que con el tiempo, a los que queden por aguante, llega a
formar parte de su propia piel.... Y así, sigue la diaria dinámica con las
obligaciones de ir a clases, formación, ejercicios, guardias nocturnas, misas,
sanciones, arrestos, negación de salidas sabatinas, etc.
Por su propio esfuerzo y aguante a las
vicisitudes y amarguras en su nueva vida militar, va formando parte de la
sangre nueva de la institución y,
comenzará, por su constancia y voluntad, a escalar posiciones y jerarquías, a
recibir reconocimientos, placas y condecoraciones; acreencias que lo llevarán a cambiar los apelativos de
“nuevo” o de “lacio” por el de
brigadier, alférez, subteniente, teniente, capitán, mayor, teniente coronel,
coronel, capitán de navío o, general o
almirante y, a ocupar también, en forma ascendente, los cargos de comandante de
escuadra, de pelotón, de compañía, de batallón, de una brigada o de una división o el
equivalente en otra fuerza componente de la F.A.N. Su voluntad y méritos competitivos pueden
también llevarlo a Comandante de su Fuerza, máxima aspiración de aquel joven que hace 26 o
27 años atrás, ingresó a la institución,
con el orgullo de ser militar.
Además, habría que destacar que
la profesión militar es una “carrera de obstáculos” para optar a nuevos y
obligados años de estudios y lograr grados y jerarquías.
Allí no terminan las limitaciones. Ese coronel, o general, no puede salir de
vacaciones al exterior con su familia, si no tiene permiso de la superioridad. Debe mantenerse callado y guardar compostura
cuando un borracho indeseable le choca el carro y lo insulta en la vía pública.
No tiene el humano derecho a demostrar miedo ante los enemigos de la patria,
debiendo dar ejemplo de valor y sacrificio, aun a costa de su propia vida. Está limitado hasta en su propia voluntad de
dejar la profesión sin la autorización respectiva.
Ser
militar, lamentablemente para la mayoría, es ser visto y calificado como
corresponsable de las arbitrariedades y abusos, que algunos malos e indignos
militares hayan cometido.
Por ello, es muy importante “no meter a todos en el mismo saco”.
Muchísimos más son los dignos que los indignos.
Una última reflexión sobre las condiciones físicas,
morales y espirituales que conlleva a “ser
militar”, me obliga a preguntarme si verdaderamente existe la inclinación,
llamada vocación, de un ser humano, terrenal, para pasar los mejores momento de
su vida, sujeto a infinidad de restricciones a su condición humana. Pareciera entonces que no puede haber vocación
por algo que limite el goce de la
libertad terrenal que el hombre aspira. Vocación tienen lo sacerdotes,
las monjas, quienes oyendo el llamado de la voz de Dios, se alejan de casi
todo lo material para consagrarse a una misión netamente espiritual, cuya
recompensa, más pronto o más lejana, está en otro mundo. Es la repuesta al llamado de la voz de Dios.
No existe en nuestro idioma
castellano una palabra que resuma la inclinación de un ser humano, que vive y
quiere disfrutar de la mayor parte de las bondades de este mundo, en especial
el período de su juventud, pero, por un
no se qué, acepta y se adapta a las limitaciones de la vida militar.
Definitivamente, Ser Militar es mucho más que una vocación: es la
respuesta al llamado de la voz de la Patria.
LIC.
DANIEL E. CHALBAUD LANGE
Valencia, octubre 2019