LA EXHORTACIÓN PASTORAL
No resulta fácil
analizar con brevedad a la Iglesia Católica del siglo XXI que en poco más de
una década ya contabiliza tres Papas cuyos perfiles son totalmente diferentes y
cuyos desafíos pastorales y sociales son cada vez más acuciantes. Así cualquier
apreciación sobre la Iglesia, en lo particular venezolana, será siempre
susceptible de diatriba como consecuencia de la muy alta diversidad existente
en ella. Por consiguiente se requeriría un tiempo y un espacio mucho más
dilatado que estas líneas para consignar las necesarias precisiones. Sin
embargo, vale la pena detenerse una vez más en la voz del Episcopado y elogiar
la honda postura de la Exhortación Pastoral con motivo de CIV Asamblea Plenaria
Ordinaria, seguramente con el recelo de algunos Obispos cuyos perfiles son
dudosos respecto al anhelo de libertad, justicia y paz de la sociedad
venezolana.
Subrayaré
inicialmente que la primera década del siglo XXI venezolano ha sido pródiga,
gracias a esta revolución totalitaria de comprobado talante comunista (estilo
Corea del Norte y Cuba), en todo tipo de nefastas mutaciones políticas, de
desoladores cambios sociales y de alienación de costumbres. Así lo expone con
absoluta sinceridad el Episcopado al señalar, entre otros, los problemas de
nuestra nación: «vivimos un momento muy difícil e incierto, que es necesario y
urgente superar. No se puede negar lo que está a la vista: los presos
políticos, los vejámenes, las torturas, la violación de los derechos humanos».
En el número 8 de la Exhortación suscrita el 9
de julio próximo pasado, señala el Episcopado que «El pueblo venezolano exige
mejores condiciones de vida diaria; pide seguridad y mayor protección a su
derecho a la salud y a la alimentación de su familia. Toda la nación padece la
falta de medicamentos y atención hospitalaria y la escasez. Exige mayor
seguridad ante la violencia desbordada, la impunidad y el narcotráfico»
denunciando además «las crónicas fallas eléctricas y en el servicio del agua
potable en todo el país que repercuten tanto en la vida familiar como en el
trabajo, generando más angustias y daños». Exigimos eso y algo de suma
importancia: la transición, que será el proceso que nos permita no sólo la
construcción de un Gobierno democrático sino el restablecimiento del Estado de
derecho y justicia social que fue desmantelado por el régimen chavista y ahora
madurista-cabellista.
En el mismo
texto que tiene un sentido claramente político advierten los Obispos que «Todos
somos necesarios, por tanto hemos de ser actores y protagonistas de la
Venezuela que queremos. Asimismo, es urgente ser conscientes de los errores que
se deben corregir. Por eso, es equivocado cerrarse en visiones ideológicas, en
fanatismos o en legados intocables». En efecto, es necesario que se dé un
encuentro generacional para ensanchar las estrategias y así, en un diálogo
sincero de todos los sectores de la sociedad, reconstruir al país que se nos
fue de las manos. Este es el diálogo que debemos buscar y no aquel entendido
como el tiempo extra a la catástrofe como he insistido varias veces ante la inapetencia
de varios sectores opositores que calcan en su cotidianidad las perversas
formas de hacer política que no solo en el pasado sentenciaron a la democracia
sino que también en el presente se han convertido en algo normal desde el
régimen que desmanteló la República.
«Venezuela es
una sola. La necesidad de diálogo y de toma de decisiones concertadas, es
impostergable. Nadie, ningún sector o persona, tiene el monopolio de la verdad
ni puede erigirse en oráculo de la verdad plena», esta es una realidad que
siempre hemos negado los venezolanos, de ahí quizá proviene la carencia de la
unicidad nacional que ahora ha permitido la destrucción del sentido común en
este tiempo de “revolución”. Finalmente, claman los Obispos el sentimiento
nacional de la inmensa mayoría de la Venezuela, pidiendo que «se destierre la
prédica estéril y dañina de catalogarnos por las diferencias, por el odio de
clases, por la exaltación del enfrentamiento, idealizando el nacionalismo
vacío, la violencia o la guerra, en el que la fuerza puede más que la razón»,
elementos todos sembrados por este régimen. Derrotar todos estos vicios debe
ser el sentimiento que motive una auténtica unidad nacional no
colaboracionista.
El desafío fundamental
de la configuración del futuro de la sociedad venezolana, dependerá de los
valores sociales que ahora mismo rescatemos. Por esto la acción fundamental en
esta hora decisiva corresponde a la actuación ciudadana, al conjunto de la
sociedad. Ese es el reto esencial que debe afrontarse para resolver
positivamente el futuro de Venezuela. Y así superaríamos esta apatía y el
nefasto conformismo que a estas alturas son un “pecado público contra la
patria” como alguna vez sentenció el eximio cardenal Quintero.
Robert Gilles
Redondo