Humberto Seijas Pittaluga:
Auge y caída de la institución militar
Opinión. ND
Después de 1830, nuestras fuerzas militares dejaron de ser la muy buena organización que luchó con éxito contra los españoles y que llevó el pabellón nacional hasta las cumbres bolivianas.
En todo lo que restó del siglo XIX, hay una declinación del estamento uniformado hasta llegar a miserables montoneras comandadas por caudillos regionales; la mayoría de ellos iletrados y sin conocimiento de la profesión, pero con plata suficiente para mantener a su peonada en armas contra el Estado. Con la llegada del siglo XX, empieza una cierta profesionalización de la institución: Castro decreta la creación de la Academia Militar y Gómez inaugura su sede en La Planicie, la república recibe una misión chilena que logra impulsar el avance profesional. El mismo Gómez acaba con los gamonales de antaño, y unifica y moderniza a las Fuerzas Armadas.
Pérez Jiménez, con todo lo que se pueda denigrar de él, profundizó la profesionalización de la oficialidad y dotó a las FAN de los más modernos equipos. Está mal que yo lo diga, pero la calidad de la instrucción impartida en pregrado y posgrados era de primera calidad. Tanto en los tiempos de la dictadura como en los años de la democracia representativa, éramos enviados a estudiar en los mejores centros de aprendizaje de Europa y América. Y no solo cursos relacionados con la profesión de las armas; fuimos a las mejores universidades norteamericanas para obtener maestrías y especialidades. Hasta doctorados en Salamanca, la Sorbona y la Ecole Polythecnique tuvimos. Hubo un momento en el cual, 2/3 de los generales de la Guardia Nacional había estudiado en el exterior con becas Gran Mariscal de Ayacucho.
Ese contacto con países e instituciones más avanzados que los nuestros contribuyó a que hayan sido esas fuerzas armadas las que —reconociendo aquello de: “cendant armae togae” e imbuidas de espíritu civilista—defendieron al Estado y la nación de los intentos de acabar la democracia a partir de la década de los sesenta. Era un enemigo cruel, sin rostro, traicionero, que nos llegó de Cuba, que nos causó muchas muertes y que envenenó las mentes de muchos de nuestros jóvenes. Logramos prevalecer contra ellos sin ayuda de nadie. A los pocos núcleos que quedaban alzados en armas no les quedó más recurso que acogerse a la pacificación ofrecida por Caldera.
El país, aunque con pies cambetos, progresaba. Hasta que en una madrugada de 1992 volvimos a escuchar las palabras “golpe de Estado”, “cuartelazo”. De ahí en adelante, las FAN empezaron a menguar, a decrecer, en calidad profesional y humana, sin importar cuántos efectivos conformen hoy el pie de guerra por la agregación de una fulana milicia que no es sino el brazo armado del PUS, ni por cuántos Sukhois compren —más por las comisiones que quedan que por lo que sirven. ¿Y ahora para dónde mandan a los oficiales? Para Nicaragua, Cuba, Bielorrusia. ¿Qué puede enseñarnos un nicaragüense, de nada? ¿A cómo sale cada cadete que mandan a Bielorrusia por cuatro años? Aparte de la jerigonza, ¿aprenderán algo distinto, o mejor, que lo que hubiésemos podido enseñarles aquí? Pero había que ayudar a los colegas dictadores…
La catajarra de generales, ascendidos por docenas, y escogidos de entre los de más bajo escalafón, indica cuán bajo ha descendido la organización militar. Todo, porque Boves II necesitaba diluir el liderazgo, no fuera a salirle un antagonista. ¿O ustedes creen que en verdad Baduel está preso por corrupción? Para poder meter a ese gentío, creó dos grados más de general y almirante. El Libertador, con todo su esplendor y gloria, no tuvo sino tres soles sobre sus hombros. Alguien como Padrino —y otros antes que él— se pavonean con cuatro. ¡Por el amor de Dios!
Prostituyó tanto el mando que se da la paradoja de que aquí hay más generales que tenientes. O sea, la pirámide organizacional no es tal; cuando mucho, es un prisma de caras trapezoidales y con lo ancho para arriba. Además, el pitecántropo barinés inventó —populista hasta la cacha que era— que el ascenso es un derecho. ¡Único país del mundo en eso! En todos los demás —y aquí antes del invento— se parte de que el ascenso es un premio al mérito. Y se otorga en base a las plazas vacantes. Pero como el tipo dijo que “meritocracia” era una mala palabra…
Hay generales aun en estados tan despoblados y con unidades militares de poco nivel como Delta y Cojedes. Y uno es viceministro, ¡en el Ministerio del Trabajo! ¿Qué sabrá de sindicalismo, de contratos colectivos, de derechos de los trabajadores? De seguro que nada. Pero como en los regímenes totalitarios todos sirven para todo porque “el carné habilita”.
Ha caído muy baja la institución militar. Pero unas encuestas que vi recientemente me sirven de consuelo: después de 16 años intentando lavarle el cerebro a los uniformados, el 81% de los encuestados no percibe que “la actual FAN encaja en los valores de profesionalización que demandan la mundialización de los conflictos, el avance tecnológico (y) el manejo de tecnologías de información…”. Y el 92% no está dispuesto a “cumplir órdenes inconstitucionales y violatorias de los derechos humanos”. O sea que, debajo de la costra podrida que representan los altos mandos, todavía hay tejidos sanos que irán revigorizándose con el tiempo. ¡Ten confianza, Venezuela!
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FUENTE. NOTICIERO DIGITAL
Remisión: Miguel Aparicio.