A mis compañeros de armas
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Fernando Ochoa Antich.
Una vez más, creo imperativo dirigirme
a ustedes. Venezuela enfrenta actualmente circunstancias nacionales e
internacionales realmente delicadas, complejas, y riesgosas para su destino
como Nación. A través de nuestra historia, todas las generaciones militares,
ante diversas situaciones y circunstancias de orden político, se han visto en
la necesidad de tomar sus propias decisiones para influir decisivamente en la
solución de las crisis que han amenazado la estabilidad y paz de la República.
Esas decisiones no fueron tomadas de manera arbitraria, la propia
reglamentación militar nos orienta en ese sentido. De hecho, el artículo 28 de
la novísima Ley de Disciplina Militar, el cual reemplazó el artículo 15 del
derogado Reglamente de Castigos Disciplinarios N. 6, el cual tenía la misma
orientación filosófica, establece: ”Los y las militares deben en todo momento
tomar la acción más conveniente a los altos intereses del Estado y elegir
siempre la que sea digna al honor militar, conforme a los principios establecidos
en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela y en el
ordenamiento jurídico vigente”. Por supuesto, esas acciones y decisiones implican el riesgo de aciertos y
errores, los cuales se traducirán en prestigio, respeto, y credibilidad para la
Institución militar o su desprestigio según el caso. Así ocurrió durante el
siglo XX, cuando las Fuerzas Armadas Nacionales
se constituyeron en centro de poder en los gobiernos de los generales
Juan Vicente Gómez, Eleazar López Contreras, e Isaías Medina Angarita; la Junta
de Gobierno, presidida por Rómulo Betancourt; la Junta Militar de Gobierno, presidida
por el teniente coronel Carlos Delgado Chalbaud, el gobierno del general Marcos
Pérez Jiménez y la Junta de Gobierno presidida por el contraalmirante Wolfgang
Larrazabal, quien condujo la transición de la dictadura a la democracia.
Justamente,
los hechos militares ocurridos el 1° y el 23 de enero de 1958 se produjeron
como consecuencia de una equivocada visión del general Marcos Pérez Jiménez, quien
creyó posible poder violar, sin consecuencias, la Constitución Nacional al
desconocer la obligación que tenía su gobierno de convocar a elecciones libres
en diciembre de 1957, llamando en su defecto a un plebiscito presidencial,
burlándose de los venezolanos, para no entregar el poder. Su derrocamiento
produjo en nuestro pueblo una inmensa alegría, e incrementó, de manera
importante, el prestigio institucional de las Fuerzas Armadas Nacionales, cuando
quedó demostrado que la prédica del general Pérez era falsa al mantener que su
gobierno representaba a nuestra Institución, cuando en realidad estaba
controlado por una camarilla corrupta, de militares y civiles, que disfrutaba
indebidamente del tesoro nacional. Seguidamente, al inicio del gobierno de Rómulo
Betancourt, los nuevos Altos Mandos lideraron el regreso de los efectivos
militares al cumplimiento de sus funciones doctrinarias y constitucionales, lo
cual trajo como consecuencia el respeto, aprecio y credibilidad de los
ciudadanos, atributos que mantuvo hasta el arribo del teniente coronel Hugo
Chávez al poder, quien, con la colaboración de indignos compañeros de armas,
estimulados por intereses meramente crematísticos, se empeñaron en destruir
todo lo logrado, para poner a la Institución Armada al servicio de su nefasto
proyecto político.
Mi generación militar, es decir las promociones de las
décadas de los años 50, 60, 70 y 80,
cumplió leal, profesional y disciplinadamente su papel de Grupo de
Presión y a la vez de asesor de todos los poderes del Estado, para la toma de
las más trascendentales decisiones en materia de gobierno, seguridad y defensa
de la República, de acuerdo a lo pautado en el artículo 132 de la Constitución
de 1961, particularmente en lo que se refiere a que: “Las Fuerzas Armadas
estarán al servicio de la República y en ningún caso al de una persona o
parcialidad política”. En esos años combatimos y derrotamos los alzamientos
militares de derecha y de izquierda y las acciones guerrilleras, apoyadas por
Fidel Castro; rechazamos con firmeza la posición de algunos grupos políticos y
militares que querían desconocer el resultado de las elecciones presidenciales
de 1968; influimos para que Venezuela no firmara el inconveniente Acuerdo de
Caraballeda con Colombia; disuadimos contundentemente a Colombia en su
pretensión de mantener presencia en nuestro mar territorial con la incursión de
la corbeta Caldas, obligando al presidente Barco a retirarla; y controlamos, en
pocas horas, las insurrecciones militares de 1992. Al finalizar ese periodo
histórico en 1998, las Fuerzas Armadas Nacionales mantenían un creciente
prestigio y una elevada credibilidad junto con la Iglesia Católica y los medios
de comunicación.
Esa es la verdad, ustedes la conocen bien, pero hablemos
del reto actual que tiene la Fuerza Armada Nacional. Nicolás Maduro, su
gobierno y el Alto Mando Militar han venido violando flagrantemente la constitución
nacional de 1999 con el objeto de
permanecer en el poder a toda costa. El país conoce la forma
inconstitucional que utilizó Nicolás Maduro para ser electo presidente de la
República al violar el artículo 229 de la constitución nacional. Además, su
ejercicio de gobierno lo despoja de toda legitimidad que pudiera reclamar. El
desastre nacional que ha ocasionado es una realidad que está a la vista:
hambre, desabastecimiento, escasez de medicinas, hiperinflación, inseguridad, violencia,
corrupción y pare usted de contar. Esa tragedia también afecta a los efectivos
de la Fuerza Armada que viven exclusivamente de sus sueldos. Es posible, que
ese importante número de militares que ejercen indebidamente cargos en la
administración pública logren enfrentar la crisis económica sin mayores
problemas porque perciben dos sueldos o tienen otras canonjías. Ahora bien, la
opinión pública estima que toda la Fuerza Armada es coprotagonista y
responsable de los desafueros del gobierno y además, es su pilar fundamental de
sustentación, junto con el Tribunal Supremo de Justicia y el Consejo Nacional
Electoral.
En
este momento, Nicolás Maduro tiene la oportunidad de convocar a un referendo
revocatorio en el año 2016, para salir pacíficamente del poder, pero en lugar
de acatar la voluntad popular que lo rechaza de una manera firme y decidida,
prefiere utilizar todo tipo de triquiñuelas para impedir que nuestro pueblo, a
través del voto, le señale que constitucionalmente debe entregar la presidencia
de la República. Por ello, el gran reto que debe enfrentar la Fuerza Armada
Nacional, es tomar distancia de las
tropelías que se cometen con su supuesto apoyo. No deben olvidar ni perder las
esperanzas, de que ustedes serán los protagonistas en la recuperación del
decoro y la institucionalidad militares, tal como lo hicimos en el pasado. Ustedes también tendrán que escoger entre los dictámenes de su
conciencia ante esta horrible tragedia nacional o tener que aceptar la
violación de la Constitución y leyes de la República para beneficiar las
grotescas ambiciones de poder de Nicolás Maduro y su camarilla, que han cometido los actos de
más alta traición a Venezuela y a nuestro pueblo. Reflexionen y analicen lo que
está ocurriendo en el país. Allí
encontrarán la fuerza necesaria para cumplir con su deber y hacer respetar la
Constitución Nacional. Así lo espera la inmensa mayoría de los venezolanos…
Caracas, 2 de octubre de
2016
fochoaantich@gmail.com