Venezuela
al garete
José Vicente
Carrasquero A.
A
raíz del proceso de diálogo que comenzó en Venezuela a finales de Octubre,
muchos analistas y personajes han opinado que se ha oxigenado al gobierno y que
se le ha dado chance de tomar un respiro y mejorar su imagen frente al público.
Independientemente
de mi posición frente al diálogo, creo que cualquier sentimiento de que el
gobierno pueda salir fortalecido de este proceso es erróneo y no visualiza el
país en la gravedad del contexto que le toca vivir día a día al venezolano de a
pie. Extrañamente, en la mayoría de análisis y opiniones que he oído o leído,
no veo que el actor político pueblo esté siendo tomado en cuenta y por lo tanto
su influencia en cualquier evento que pudiera ocurrir está siendo sesgadamente
despreciado.
Esto
sucede porque la mayoría de los analistas políticos está reduciendo
drásticamente el roster de actores políticos y piensan que los más destacados
por sus posiciones de poder tienen el control de la situación. En otras
palabras, se asume que tanto el gobierno como la oposición controlan una serie
de variables que los mantiene sobre un tablero más o menos estable en el cual
es posible predecir los resultados de determinados movimientos, ya sean
estratégicos o tácticos.
Los
acontecimientos que vemos en el país apuntan al contrario. Venezuela se mueve
sin rumbo claro y la capacidad de tanto el gobierno como de la oposición para
influir en esa dirección es casi nula. Tenemos un gobierno incapaz, compuesto
por un conjunto de personajes grises que obedecen más al mantenimiento de un
proyecto político desde una posición ideológica que desde el desempeño formal
basado en el conocimiento de las tareas que tienen que realizar.
Para
explicarme mejor, tenemos un presidente que no tiene ni la más remota idea de
lo que está pasando en el país. Su nivel intelectual en perversa combinación
con su formación hacen de él un artículo de utilería. No se ve en Maduro y en
su discurso un diagnóstico adecuado de la situación que vivimos, no entiende lo
que está pasando y por lo tanto, no será capaz de generar soluciones a la
gravedad de la crisis venezolana.
Su
equipo de trabajo no es muy diferente. El presidente del Banco Central de
Venezuela hace todo lo contrario a lo que está previsto en la constitución. En
los últimos meses, la inyección de liquidez en la economía ha generado una
inflación sin precedentes en nuestra historia. Eso aparejado con decisiones
tardías en la modificación del cono monetario para evitar el colapso que se
inició a comienzos de Diciembre. Ni hablar del manejo del tema cambiario. Las
autoridades económicas tienen como prioridad honrar la deuda externa para poder
seguir pidiendo prestado. Eso quiere decir que para un gobierno presuntamente
socialista, es más importante cumplir con los grandes, medianos y pequeños
capitalistas que garantizar el abastecimiento de alimentos y medicinas para la
población venezolana.
Istúriz
destaca por su mediocridad política. El irrespeto a las instituciones habla de
su pobre compromiso con las reglas de la democracia. Las mentiras que los
voceros gubernamentales cuentan en los organismos internacionales claman ante
los ojos de Dios. No se habla de que por primera vez desde que se mide opinión
pública en Venezuela, el problema “hambre” aparece como un asunto que preocupa
a los venezolanos.
Los
economistas del gobierno dan pena. El discurso es impropio de personas que
dicen ostentar títulos universitarios en la materia. La bobería de la guerra
económica solo sirve para exponer la debilidad de un gobierno que no es capaz
de detener el deterioro de la divisa nacional y la capacidad adquisitiva de la
población.
La
otra cara de la moneda muestra una oposición que no quiere jugar al extremo que
la situación obliga. La Mesa de la Unidad Democrática debe declarar pública y
formalmente que en Venezuela existe una dictadura. Asumiendo esa realidad, se
plantea una forma de actuar totalmente distinta. No se debe reconocer y
obedecer instituciones viciadas en su conformación como el Tribunal Supremo de
Justicia o el Consejo Nacional Electoral. Se debe presionar a la Fiscalía para
que tome cartas en el asunto de la corrupción e inicie investigaciones sobre
las operaciones de narcotráfico que se han instalado en Venezuela durante lo
que va de siglo.
La
Unidad democrática tiene el reto de aparecer ante el público como eso,
como una fuerza unitaria, con unicidad
de criterio, con unicidad de propósito. Su agenda tiene
que darle prioridad al pueblo. Hay que salirle al paso al problema del
desabastecimiento, hay que hacer énfasis en el gravísimo estado de los sistemas
de salud, hay que exigir que las policías en vez de reprimir a los ciudadanos
que protestan legítimamente se dedique a proteger a los ciudadanos del hampa
desbordada. La Unidad tiene que sincronizar su agenda con el sentir de la
mayoría de los venezolanos aquejados por todos estos males.
Otras
fuerzas políticas, de menos calado en la opinión pública, tratan de hacer lo
suyo. Sin embargo, en mi opinión, siguen anclados al plano político. Los
problemas sociales en Venezuela son de una envergadura nunca antes vista. La
crisis económica ha desatado una serie de males que causan daños terribles al
tejido social, que alteran las normas de convivencia, que ponen a unas personas
contra otras, que nos proyectan ante el mundo como una sociedad escindida al
borde de una guerra civil.
El
país está, sin lugar a dudas al garete. Esta gran nave que es Venezuela se
encuentra sin timonel, sin capitán que la dirija. Los motores apagados hace que
nos movamos al compas de los fenómenos naturales, de las fuerzas innegables de
la economía pesimamente manejada, de una política sin direccionalidad en la que
imperan los intereses mezquinos de los que compiten por el poder y por una
sociedad enferma en la que pululan los vicios que se generan por la necesidad
de la supervivencia reducida a la capacidad del más apto.
Quienes
piensan que alguien saldrá bien parado del proceso político que estamos
viviendo, están equivocados. Venezuela es un volcán en erupción que nos dará
una desagradable sorpresa más temprano que tarde.