La oportunidad de Colombia
Colombia tiene en sus manos el futuro. Todos lo saben, pero pocos lo entienden. Siempre he pensado que cada elección es la más importante de la historia, por lo que me parece repetitivo y cliché decir lo mismo cada cuatro años. Lo cierto es que si Gustavo Petro pierde estas elecciones, él o algún otro con su misma agenda volverá a intentarlo.
La democracia es imperfecta, ciertamente, pero es el mejor sistema que hemos podido procurarnos como sociedad. Es un sistema que tiene como principal falla permitir la llegada de criminales —de cuello blanco o no— al poder. Muchos bandidos han pasado por la presidencia de nuestros países, y a pesar del daño que han hecho, todos han pasado, son un recuerdo, porque es la democracia lo que nos permite volver a intentarlo cada cierto tiempo.
Los tropiezos son fuertes y traumáticos. A lo largo de los años nos hemos encontrado con figuras deleznables que han hecho crecer un resentimiento legítimo, pero parece que la vista ha quedado nublada y a muchos les impide ver el vacío que representa aquel que se propone como alternativa.
“Los venezolanos querían un cambio y les tocó cambiar de país”, reza un anuncio que se puede ver en algunas calles de Colombia. No cabe duda de que venezolanos y cubanos han intentado advertir desde su exilio en cada país de la región para que no se cometan los errores que a ellos les costaron la libertad. Sin embargo, es aún más claro que nadie escarmienta por cabeza ajena.
Colombia tiene en las manos su futuro y el de la región. Tiene la capacidad de alimentar a un monstruo o dar un respiro democrático a una América Latina cada vez más amenazada.
De algo estoy seguro. No existirá un día en mi vida o en la suya, querido lector, en que la democracia no esté amenazada. Siempre habrá quien quiera acabar con ella desde adentro. Y serán muchos los que lo lograrán. Es cuestión de tiempo.
Ojalá como sociedad fuésemos capaces de aprender de los nicaragüenses, venezolanos y cubanos, y no lanzar al olvido las dolorosas lecciones que mantienen esos países como tierra de criminales, con una agonizante esperanza de redención.
FUENTE: EL AMERICAN