Colombia y Guyana: Los problemas limítrofes.
Por: Robert Gilles Redondo
El infinito universo de las elucubraciones teóricas que juristas, políticos y politiqueros de este tiempo pueden hacer alrededor del tema limítrofe con Colombia y Guyana una vez más quiere rebozar a la opinión pública nacional como tantas veces ha sucedido a lo largo de nuestra historia. Sin embargo, esta vez es diferente. Antes de embarcarnos en la travesía de la controversia debemos analizar cuidadosamente el escenario porque temo –sin beneficio a la duda- que detrás del resurgir de estos diferendos territoriales se esconden oscuras intenciones sobre todo ahora que la crisis que asola a la ex república de Venezuela se encuentra en su punto más álgido.
En primer lugar debo dejar muy claro que considero al Esequibo como territorio venezolano y que las reclamaciones territoriales de Colombia están más constituidas por viveza que por legalidad. Así lo digo para evitar cualquier acusación de “apátrida”.
La añeja controversia con Guyana sobre el Esequibo ha sido para Venezuela un calvario por el que han desfilado caudillos, dictadores, presidentes, juristas y miles de resabiados izquierdistas que encuentran en el tema una oportunidad para exaltar el patriotismo y satanizar a quienes se han resignado desde siempre a una solución pacífica del tema. Curiosamente la airada patota chavista capaz de enfrentarse al “imperio norteamericano” desde su génesis, en el discurso más no en lo concreto, prefirió guardar silencio y conceder a modo apátrida una amplia ventaja a Guyana para que usufructuara el Esequibo como mejor le pareciera en aras de una supuesta “integración” y en la hora dramática, cuando ha colapsado de forma irreversible el régimen totalitario que asaltó el poder en diciembre de 1998, la patota heredera madurista-cabellista se encuentra con un monstruo de mil cabezas que pareciera condenarnos a la pérdida definitiva de nuestro territorio porque realmente es tarde. Por eso insisto de forma permanente en definir como Estado fallido a Venezuela porque ni siquiera fueron capaces de conservar el territorio nacional.
Pero todo es más dramático de lo que a simple vista parece porque a sabiendas que la incapacidad de Maduro y de Cabello no permitirá fijar una posición radical sobre estos temas limítrofes, como debe ser, ellos preferirán extender la retórica “patriota, bolivariana, socialista y antiimperialista” no sólo para satanizar a la oposición sino para tratar de encontrar empatías en un pueblo que mayoritariamente ya dejó de creer en ellos y así tratar de reducir los daños mortales que el proceso electoral de diciembre les causará. Esto no puede ser catalogado de otra manera sino de miseria. Nada puede sernos más sagrado que la defensa sin condiciones del territorio por el que dieron su vida nuestros antepasados.
Claro está que no podemos desestimar la capacidad de maniobra del régimen que conociendo su propio laberinto podría ser capaz incluso de aventurarnos en algunas maniobras militares cuyas intenciones y consecuencias pueden adivinarse fácilmente pero que no voy a tratar aquí.
Antes de enfrentar este tema tan delicado con Guyana y Colombia el régimen debería apelar a un mínimo de conciencia y entender que los problemas reales son más profundos y que no existen las condiciones para que Venezuela pueda defender, a la altura de su propia historia, su territorio. Territorio cuyas fronteras son habitadas en su mayoría por grupos terroristas, por mafias, por delincuentes. Territorio cuyas fronteras son disque defendidas y custodiadas por uniformados malentonados que viven del chantaje, de la extorsión, de la matraca, como decimos coloquialmente.
Un supuesto Estado cuyos miembros son una casta parasitaria, inepta y corrupta no está en condiciones de defender nuestro suelo patrio y eso debemos tenerlo muy presente porque a estas alturas de los diferendos territoriales con Colombia y Guyana sólo nos queda reconocer la tragedia que significa el legado del comandante supremo que hasta previó el sacrificio de nuestro territorio patrio y soberano para preservar la hegemonía de este proyecto totalitario que nos hundió en esta gravísima crisis.
La política de engaño y miedo a la que fuimos acostumbrados en estos dieciséis años agotó su caudal de mentiras y la manipulación de los temas limítrofes no surtirá efecto, el final de la nefasta revolución sigue escrito y esperándolos a la vuelta de la esquina. Los venezolanos estamos hartos y por eso esperamos la concreción de la transición democrática para iniciar con sinceridad la recuperación efectiva de nuestros territorios por la vía más oportuna que se presente.
Robert Gilles Redondo