Por: Pedro Lastra…¿Nadie le ha explicado al G2 lo que sucedió en Caracas un 27 de febrero? ¿Nadie les ha dicho que la oposición venezolana no será el colmo del poder y la gloria, pero que es infinitamente más poderosa, numerosa y aguerrida que la triste y atormentada disidencia cubana?.
¿Ni Ochoa Sánchez ni Ulises Rosales del Toro le contaron a Ramiro Valdés cómo fue que les volaron el culo en Falcón y en Machurucuto? ¿O creen que sus esbirros se irán limpios de polvo y paja cuando aquí truenen los relámpagos de la justicia divina?
Basta echarle una miradita a Hinterlaces, a Alfredo Keller o a Seijas para concluir con una verdad del tamaño de una catedral: se murió la revolución. Si tras los rubros de “confianza en el presidente”, “fe en el proceso” y otras yerbas de igual tenor se esconde el entusiasmo que provocara hace una década la cruzada del teniente coronel entre los más pobres, los menos pobres, los pobres llanos y la clase media baja y media-media venezolana la promesa de una revolución bolivariana, los datos que nos reportan las más recientes mediciones de opinión demuestran que en la llamada “revolución bolivariana” no cree ni Chávez. Como bien lo señalan conspicuos ex chavistas, desde Ismael García y Henry Falcón hasta Heinz Dieterich.
Si se murió la revolución, ¿qué le queda al chavismo como para mantener sus fieles en el redil? Tres factores: la gestión de gobierno, el reparto y la represión. Del primero, las mismas encuestas ponen a Chávez literalmente por los suelos: la inseguridad se lo come por las patas, la inflación por las rodillas, y sus locuras internacionales – que todos ven con aprehensión, pues se cumplen mediante una descarada regaladera, mientras los venezolanos comemos cable – por sus apéndices inferiores.
¿Qué queda? No hablemos de la represión, avispero que a quien quiera jorungar – como lo hacen los testaferros parlamentarios y judiciales del teniente coronel – le puede caer encima un enjambre que les devore hasta los ojos.
Oigan las consechas: quien a hierro mata, a hierro muere. O esta otra: no encarceles a tu enemigo, que el tiempo es corto y cuando esté en libertad, te sacará las tripas. ¿Qué es lo que resta? Un Chávez mocho, vivo de la cintura para arriba, carente de piernas para salir corriendo y de entrañas como para enfrentar el tsunami que se le viene encima con suficientes epiplones.
Y eso y nada más que eso nos va quedando: un Chávez de medio cuerpo, un busto parlanchín encadenado a las cámaras del Ocho, un charlatán apesadumbrado que mira a su alrededor y no ve palo en el que ahorcarse. No quisiera alquilarle su pellejo ni por unos minutos. Estar al borde del vacío y no tener ninguna posibilidad de retroceso no es como para entusiasmarse.
Llegó demasiado lejos en sus delirios, ha atropellado a demasiada gente, ha destruido demasiada riqueza y amparado demasiadas tracalerías como para que se saque del ropero presidencial su mejor traje de gobernante civil, le ordene a sus desarrapados más recalcitrantes – la Lina Ron, la Iris Varela, la Cilia Flores, la Luisa Estela Morales, la Luisa Ortega Díaz y sus especulares versiones masculinas: Carlos Escarrá, Darío Vivas, Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y la cáfila de especuladores – que hagan mutis para no entorpecerle demasiado su segura via crucis y vaya entonces a entregarse a la Fiscalía para ver si un nuevo fiscal se atreve a sacar las cuentas. Y lo pone en autos respecto de la insoportable carga legal que le espera. Y que ni el perdón más misericordioso logrará quitarle de encima.
Esta semana recién transcurrida pasará a la historia como la batalla que jamás debió emprender. Tan absurdas y suicidas han sido sus decisiones policiales, que no cabe pensar sino en que le fueron dictadas por el propio Ramiro Valdés. Quien cree que Venezuela es Cuba y Caracas la Habana. ¿Nadie le ha explicado al G2 lo que sucedió en Caracas un 27 de febrero? ¿Nadie les ha dicho que la oposición venezolana no será el colmo del poder y la sabiduría, pero que es infinitamente más poderosa, numerosa y aguerrida que la triste y atormentada disidencia cubana? ¿Ni Ochoa Sánchez ni Ulises Rosales del Toro le contaron a Ramiro Valdés cuando les volaron el culo en Falcón y en Machurucuto? ¿O creen que sus esbirros se irán limpios de polvo y paja cuando aquí truenen los relámpagos de la justicia divina?
La revolución se murió. El gobierno agoniza. Que en la hora que se aproxima Dios los pille confesados.
Fuente: ND / Por: Pedro Lastra
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Fuente: Canal de Noticias